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Viedma Patagones

Hace más de ochenta años Arlt estuvo un tiempo en Viedma y Carmen de Patagones (“bonita como beso de novia”) y escribió para el diario El Mundo sus aguafuertes patagónicas.

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Hace más de ochenta años Arlt estuvo un tiempo en Viedma y Carmen de Patagones (“bonita como beso de novia”) | Marta Toledo

A la casa de los grandes poetas se va en peregrinación, creo yo. Así me contó Rodolfo Alonso que iban a lo de Juan L. Ortiz los poetas jóvenes como él y Hugo Gola, entonces, cuando todavía no se había construido el túnel subfluvial y había que pasar de Santa Fe a Paraná en la balsa. Paseaban con el viejo poeta por la costa, me contó: el maestro hablando y moviendo suavemente las manos huesudas, de anciano apergaminado, en el aire caluroso de los atardeceres paranaenses; ellos en dulce séquito, escuchándolo. Así vamos con las poetas Liliana Campazzo, Carina Rita Medina y Laura Forchetti, un mediodía que está a punto de romper a llover, de Viedma a Patagones. No vamos a ver ni a oír a la poeta Yolanda Garrafa, porque para eso tendríamos que haberle avisado varios días antes, porque quiere prepararse, llamar al peluquero para que la peine y la arregle, pues no le gusta recibir así nomás. No vamos a verla pero vamos a pasar frente a su casa, con el auto, un par de veces. Una casa circular con grandes, enormísimos ventanales, construida en una barranca frente al Río Negro. Una casa que ha sido moderna en su tiempo, cuando Yolanda la levantó, y ahora es de esas construcciones a las que el futuro les llegó hace rato, pero que siguen imantando con un aire de vanguardia. Quizá atrás de un ventanal esté la poeta viéndonos hacerle la pasada como hacían los novios en los pueblos, antes, cuando yo era chica.

En uno de aquellos árboles de allá, dice la Campazzo, que conduce, dejé una vez a una poeta abrazada al tronco: estaba cansada de escucharme y me pidió que la bajara, que la dejara sola, quería un poco de silencio. Las tres conocemos a la poeta de la anécdota y sonreímos imaginándola primero abrazada al árbol, luego fumando de cara al río, el halo de pelo blanco rodeándola con una luz parecida a la de este mediodía, nublado, pronto a llover.

Hace más de ochenta años Roberto Arlt estuvo un tiempo en Viedma y Carmen de Patagones (“bonita como beso de novia”) y escribió para el diario El Mundo sus aguafuertes patagónicas. Algunos sitios siguen en pie, un almacén de ramos generales, por ejemplo: nuestra guía lo señala con el dedo cuando pasamos enfrente. Pero el nombre de la ciudad no es célebre por las crónicas de Arlt, si no porque hace catorce años un chico de 15 entró a la escuela Islas Malvinas, donde cursaba primer año del polimodal, y disparó sobre sus compañeros: mató a tres e hirió a cinco más. Le decían Junior y, a sus espaldas, Pan Triste. El arma era de su padre, un suboficial de la Prefectura Naval.

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Después del paseo y el almuerzo me voy a dormir la siesta al hotel, en Viedma. Un modesto hotel de provincia, con camitas para liliputienses, esas colchas palette desteñidas, y un Nuevo Testamento de los mormones arriba del escritorio. Aquí estuvo una vez hospedada Hebe Uhart y no llegó a desarmar el bolso, huyó despavorida por la Biblia y el televisor “colgado del techo”. Sonrío pensándola quizá en esta misma habitación. Aunque apenas la conocí, hay tantas anécdotas graciosas de ella.

Apenas me tiro en la cama empieza a llover. Desde la ventana de mi cuarto se ve un patio vecino con una higuera enorme que sale de los límites de la propiedad, por encima del tapial. Pienso que le vendrá bien un poco de lluvia porque las hojas están achicharradas. O es medio así, no lo decía acaso la gran Juana: “porque es áspera y fea / porque todas sus ramas son grises”. Como sea, el agua caerá sobre ella así como sobre los tamariscos todos florecidos.