Estamos ante un nuevo fin de ciclo con una novedad no menor en nuestra historia democrática: es la primera vez que un gobierno no peronista puede concluir su mandato constitucional y, en presencia de esa fuerza política ejerciendo el papel de oposición.
Parece un logro ínfimo, sin embargo, visto desde una perspectiva histórica debería reconocerse como un progreso institucional muy valioso, especialmente en un contexto internacional e histórico, caracterizado por la debilidad de las instituciones.
Desde el Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas reclamamos oportunamente que, independientemente del resultado electoral, se abriera a partir del 28 de octubre un espacio de cooperación. La gravedad de la situación demandaba esa actitud de los principales protagonistas.
La etapa de transición aún está en curso y quizás sea prematuro sacar conclusiones, pero más allá de cruces habituales en el terreno de la política, la agenda de trabajo luce más coordinada que lo que podíamos imaginar un tiempo atrás. Las principales variables económicas y financieras están razonablemente bajo control.
No resultó necesario llamar a los “bomberos”. Los líderes políticos, sindicales y sociales han procurado que el cambio de administración se lleve adelante en un clima social pacífico –aunque ello no significa omitir ni minimizar las penurias de gran parte de la población.
Hasta aquí lo positivamente novedoso.
Cuando un nuevo ciclo empieza esperamos afrontar nuevos desafíos. No es el caso en nuestro país. Estamos frente a los mismos problemas que nos aquejan desde hace décadas. En algunos casos agravados por muy pobres gestiones.
Lo más preocupante es que la secuencia se repite una y otra vez. Vivir por encima de nuestras posibilidades ya parece ser un rasgo cultural. Y cuando no hay una “soja” que ayuda y debemos “jugar con nuestros propios colores”, nunca nos alcanza.
Veamos el ciclo remanido. Elevado gasto público, alta presión impositiva, aún así déficit fiscal, incremento de la deuda pública y/o emisión monetaria, elevada inflación, mayor pobreza, más gasto social, mayores impuestos, menos actividades privadas viables, aumento del desempleo, más gasto social, más deuda, etc., etc.,... hasta que ponemos “el contador en cero”…default.
¿Por qué será que no tenemos moneda? ¿Por qué será que las inversiones extranjeras son tan bajas? ¿Por qué será que el ahorro interno en pesos es insuficiente? ¿Por qué será que no tenemos mercado de capitales? ¿Por que será que no hay crédito? Increíblemente hay mucha gente que se hace estas preguntas.
El enfoque más difundido es que “para hacer las cosas que hay que hacer primero hay que crecer”.
¿Y podremos crecer si no hacemos las cosas que hay que hacer? ¿Cuántos son los sectores en condiciones de crecer, pese a no hacer las cosas que hay que hacer? ¿Es posible el crecimiento sostenido si no se hacen las cosas que hay que hacer?
Evidentemente el desafío es muy complejo porque la situación se ha agravado, pero sería penoso que se adoptaran medidas que probaron ser ineficaces en el pasado.
Tenemos la esperanza de que aquel progreso político-institucional mencionado al comienzo de este texto se traslade al campo económico y social. Es un imperativo moral.
*Presidente del Instituto Argentino De Ejecutivos De Finanzas (IAEF).