Los vientos soplan moderadamente a favor para el gobierno nacional. Exitos en el plano de la inserción internacional de la Argentina: las visitas impactantes de jefes de gobierno de Italia y Francia, el mes próximo de Estados Unidos, el encuentro con el Papa, las relaciones activamente alimentadas con gobernantes de la región y el previsible arreglo con los acreedores externos en litigio están cambiando rápidamente la percepción que se tiene de Argentina en el mundo. En el orden interno, la opinión pública sigue respaldando al Gobierno, aun cuando algunos indicadores sensibles no muestran tan buenas marcas. Ciertos factores generan incertidumbre; también hay diagnósticos y pronósticos diversos.
Los diagnósticos están respaldados por dos visiones contrapuestas: una es la que pide paciencia para juzgar al Gobierno, sobre la base de que hace lo materialmente posible para remontar una coyuntura difícil; la otra reclama más ortodoxia en las decisiones. Los partidarios de ésta tienden a pensar que los malos tragos que gran parte de la sociedad deberá asumir si se aplica su programa serían mitigados estableciendo un crudo balance de la situación y deslindando las responsabilidades entre el gobierno actual y su predecesor; piden que se comunique abiertamente la situación que se arrastra desde la gestión anterior y apuestan a que esos mensajes sean efectivos para aplacar las expectativas. Los moderados piensan que el Gobierno debe comunicar mejor lo que trata de hacer, pero confían en que el camino gradualista bastará para ir mejorando paso a paso la situación en los distintos frentes problemáticos.
Las incertidumbres tienen que ver con la distribución del poder en la sociedad: el poder del Gobierno frente al de los bloques opositores en el Congreso, los gobernadores y la dirigencia política en general, los sindicatos, los empresarios, los activistas de distintos signos y la opinión pública. Si todos los factores de poder se activan en contra del Gobierno, las cosas se complican. Lo incierto es si el Gobierno dispone de la capacidad de neutralizar a cada uno de ellos en medida suficiente como para ampliar su propio margen de acción.
El Gobierno ha demostrado buenos reflejos para negociar con los sindicatos –en el caso de los docentes, haciendo equilibrios realmente difíciles con las provincias–. La oposición massista hace su juego: acompaña y busca capitalizar, en lo posible, su colaboración. El peronismo es el frente más complicado. En el extremo, el kirchnerismo juega las cartas más fuertes, siguiendo la lógica de apostar a que se dé el peor escenario imaginable para la gestión macrista; si eso no sucede –y hoy las probabilidades son bajas–, el kirchnerismo parece condenado a la irrelevancia. El resto del peronismo se debate entre los más cooperativos con el Gobierno y los más duros; el saldo hasta ahora es que el oficialismo ya ha logrado neutralizar a un número significativo de legisladores y se siente bastante desahogado para moverse en el Congreso.
Reclamo. Hay una corriente de opinión, con creciente repercusión mediática, que reclama al Gobierno más comunicación y que denuncie los desaguisados de la gestión anterior. El reclamo se presenta como un consejo para enfriar en la población las expectativas de prontas soluciones. El supuesto en el que se basa esa mirada es que la sociedad está compuesta mayoritariamente por personas poco informadas y a la vez “racionales”; esas personas no entienden que el kirchnerismo fue una calamidad, y tan pronto como reciban información lo entenderán.
Otro punto de vista es que muchas personas que dieron su voto a candidatos de Cambiemos tomaron esa opción aun cuando mantenían en buena estima a Cristina de Kirchner y, en muchísimos casos, dudando acerca de a quién votar. En esta línea, el argumento del Gobierno es que la elección no la definieron los votantes antikirchneristas sino los votantes que no se sentían ni K ni anti K, con el aporte de no pocos que se sentían más bien K. En el Gobierno se entiende que es mejor cultivar a ese electorado y a dirigentes locales que pueden constituir una base para un peronismo “renovado” de esta década. El de Macri no es un gobierno doctrinario que se siente compelido a un alto grado de “consistencia discursiva”; su mayor objetivo no es desmenuzar analíticamente al kirchnerismo, sino superarlo a través de su gestión. Es un gobierno pragmático que necesita casi desesperadamente asegurarse apoyos políticos y territoriales que le faciliten el andar en el Congreso y en la opinión pública.
El Gobierno se apresta a inaugurar su primer período legislativo sintiéndose cómodo en la cancha. Tiene margen para algunos errores no forzados, el adversario no está bien organizado y tiene que distraerse en su propio armado, la hinchada está expectante pero no impaciente. Pero está claro que el Gobierno necesita hacer goles. El objetivo más importante: frenar la inflación, que no cede. ¿Hay una estrategia minuciosa para conseguirlo? Parece haber más voluntad que instrumentos. Los “monetaristas” esperan su momento. No son agoreros, todos se muestran pacientes. Hay coincidencia en que se necesita una pronta reactivación de la economía a través de inversión productiva genuina; se confía con creces en que la confianza, reforzada con la salida del default y los respaldos internacionales que el país ha recobrado, obrarán lo suyo. Al mismo tiempo, es preciso tener en cuenta el poder adquisitivo de la población. A pesar de las idas y vueltas en anuncios y medidas, se avanza a pequeños pasos en el frente salarial, en el tema del mínimo no imponible, en un acuerdo con las provincias por la coparticipación. Un gobierno gradualista y pragmático puede dar un paso adelante y otro paso atrás; en compensación, puede negociar con flexibilidad y buscar entendimientos puntuales con cada uno de los actores que pesan en la situación.
Las perspectivas no son malas para el gobierno de Macri. Pero los factores de incertidumbre no se disipan y están activos.