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BERNARDI, ARRUABARRENA, SAVA, PELLEGRINO, GUEDE Y LA SUERTE, A CARA O CRUZ

Vivir con la soga al cuello

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—Mire, señor, necesito saber qué puedo ganar.
—Todo.
—¿Cómo es eso?
—Puede ganar todo. Apueste, cara o cruz.
—Muy bien: cara. (Chigurh muestra la moneda. Es cara.)
—Bien hecho. (El hombre, nervioso, toma la moneda y la lleva a su bolsillo.)
—No lo haga. No la ponga en su bolsillo. ¡Es su moneda de la suerte...!
El asesino Anton Chigurh (Javier Bardem) deja que el azar decida si mata o no al empleado de la gasolinera en ‘Sin lugar para los débiles’ (2007), de Joel y Ethan Coen.

La fila de la caja 15 era una serpiente infinita y mi carro semivacío, la prueba de la escasez de fondos a esta altura del mes. Me entretenía espiando la compra de los demás sin distraerme de mi objetivo: descubrir a un funcionario importante del Gobierno, como cualquier hijo de vecino, compartiendo precios y esperando con sus representados. La foto que un espontáneo anónimo le sacó a la gobernadora Vidal sola, en shorts, en plan ama de casa, me había llegado al corazón y, como vivo enfrente del Carrefour Vicente López, pensé que podría encontrarla allí, aprovechando una oferta de frescos.
La vida te da sorpresas. De pronto, un adoquín con forma de mano me aplastó el hombro. Era la última persona que esperaba ver en un lugar como ése. Anton Chigurh, el despiadado asesino de Sin lugar para los débiles, la película de Joel y Ethan Cohen, en la piel de Javier Bardem. Una mole de espantosa melena achatada, pómulos tallados a machetazos, mirada de hielo, rostro pétreo, dos troncos como brazos, camisa de leñador, pantalón rústico y borceguíes.
—¡Qué caro está todo, Asch! No se puede vivir.
—Y, no. ¿Qué hace acá, Bardem? Yo quería sacarle una foto a Mariu Vidal haciendo la cola para subirla a la red. No verlo a usted.
—Chigurh, si no le molesta. Bastante me cuesta tolerar este look horrible y meterme en el personaje. Por cierto, qué exótico es su país… Usted busca a una mujer que, por lo que me cuentan, va a trabajar en helicóptero, vive en una base militar ¡y va solita al súper! En fin. Si la veo le aviso, no se preocupe.
—Gracias. ¿Dónde dejó el tubo de gas, con el cable y el percutor? Nunca se separa de su arma.
—No lo hago. Un seguridad me pidió que lo guardara en un locker. Pedí prestada una moneda para dejarlo.
—¿Una moneda? Oh, no. ¡Otra vez el perverso juego con sus víctimas!
—Sí, aunque... No se ofenda, Asch, pero prefiero un quarter dollar, que es divisa fuerte. Su peso me marea. Mírelo, es de 1996. Veinte años viajando de mano en mano hasta llegar a mí. ¿Cara o ceca?
—Conmigo no, Bardem, que vi la película mil veces. No tiene que hacer esto.
—Eso dicen todos: “No tiene que hacer esto”. ¡Ja! Lo de la moneda es para divertirme y, si se da, optimizar gastos. Oiga, necesito teléfonos y direcciones. Ya sabe. Técnicos. No doy abasto.
—Olvídese. Ya dejó apenas seis sobrevivientes de los treinta entrenadores que empezaron el torneo largo. No pienso darle nada.
—Tranquilo, Asch. Si algo me sobra son informantes y clientes que paguen. Su país es un paraíso. ¿Le muestro mi nueva lista?
—Con Arruabarrena tendrá que esperar.
—¿Le parece? El año pasado tuvo demasiada suerte. Acertó más el lado de la moneda que la formación de su propio equipo. Lo salvaron Tevez y los dos títulos.
—Sus jugadores dicen que lo respaldan en la cancha.
—No sea ridículo. ¡Mejor será que jueguen bien y respalden su maldito trabajo! A veces parece que tienen los pies redondos.
—¿Lo visitará, entonces?
—No lo sé. Depende de cómo le vaya en la seguidilla que viene. La gente que me paga no come vidrio. Si traen a otro técnico, quieren que tenga algo de tiempo para reordenar el plantel.
—Son los mismos que acaban de renovarle el contrato, ¿no? Uf. ¿Qué planes tiene para hoy?
—Voy a Avellaneda. ¡Dónde, si no!
—Piensa apretar al que pierda el clásico.
—No hará falta. Vivirá apretado. Los hinchas tienen la paciencia de un novio virgen en un zaguán. Pellegrino, por alguna razón, no cae simpático. Lástima. Es un hombre serio, estudioso, trabajador. Tal vez sea por eso. Le dije, su país es raro. Tiene menos piedad que yo.
—No lo dudo, Bardem. ¿Y Sava?
—Me cae bien, con ese tono melancólico que tiene para explicar sus errores. Cocca decía una cosa y hacía otra, pero más o menos bien. Con eso le alcanzó. Sava es querible, pero tiene una idea y se queda a mitad de camino: ni ataca, ni se defiende bien. Sólo lo puede salvar Bou, que vio diez veces la moneda girando en el aire y diez veces acertó. Su confianza es infinita.
—Ya lo creo. ¿Y Guede, el kamikaze de San Lorenzo, revelación del torneo?
—Mm… Enorme mérito jugar todos ataque y con un solo cinco como tapón. Pero con ese estilo matará del corazón a más gente que la que liquidé yo en mi carrera. Su voz me recuerda a Mostaza Merlo, con quien tanto he jugado y ganado, pobre. Nos cruzaremos pronto, creo.
—De Gallardo ni hablar.
—Para nada. Ese Muñeco, por ahora, es intocable. Como Coudet.
—La semana pasada tuvo trabajo en Rosario.
—Ninguna sorpresa. Recuerdo que Bernardi debutó con un 3-0 a Racing y después le salió todo mal. Sobrevivió porque la moneda caía del lado que él decía. Pero perder el clásico con Central fue demasiado. Puso la cabecita solo y hasta lo ayudaron algunos ex compañeros. Vojvoda, el interino, subió la apuesta y fue 5-0. Su club es generoso, Asch. Si alguien se deprime o queda al borde del ataque de pánico, Racing los saca del pozo.
—Ay. ¡No eche más sal en mi herida, Bardem! Por cierto, ¿nadie le propuso trabajar con políticos?
—¿Lo dice por Graciela Bevacqua, la que eyectaron del Indec? Je.
Bardem sonrió, o trató de hacerlo, con esa mueca de vaca aburrida que tiene su personaje. No dijo nada más. Después, agitó su manota y empujó el carro hacia la salida. Sus ojos, siempre opacos, brillaban.
Algo me dice que nos espera un año movidito, compatriotas.