COLUMNISTAS
un analisis de la identidad villera

Vivir en la villa: democracia, clases sociales y narcotráfico

Al menos 150 mil personas viven en las más de 20 villas miseria que tiene la Ciudad de Buenos Aires. Las sucesivas crisis económicas han convertido lo que eran asentamientos transitorios para inmigrantes del interior y países limítrofes mientras se progresaba en auténticos barrios, donde se construye con material y donde se traza con nitidez la línea entre ricos y pobres, entre propietarios e inquilinos. Una vida dura, en la que no faltan los desclasados de la clase media y la amenaza constante del crimen organizado que no impide, sin embargo, la construcción de vínculos muy fuertes entre los vecinos.

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Estela llegó del Paraguay dejando atrás a seis hermanos y su madre, y sin saber que la vivienda por la que que había pagado en Asunción estaba en la Villa 31 de Retiro. Vicente, en cambio, logró salir de un asentamiento siendo joven, pero volvió cuando no pudo pagar más un techo en el mercado formal; mientras que Susana nació en una familia de clase media que fue cayéndose del sistema con los continuos vaivenes de la economía, aunque de ser una “víctima” se transformó en una luchadora por los derechos de los villeros.

Historias como éstas se repiten en las más de veinte villas de la Ciudad, en donde unas 150 mil personas comparten vidas de privaciones e inseguridad, pero también de trabajo, esfuerzo y esperanza. Todo forma parte de una “identidad villera”, esa forma de ser de los habitantes de las villas que cada vez atrae más a antropólogos y a investigadores sociales, quienes comenzaron a trazar los elementos básicos de la idiosincrasia de los barrios precarios.

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María Cristina Cravino, de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), es una de las especialistas que más conoce del tema en la Argentina. Su reciente libro, Vivir en la villa, revela historias de personas como Estela, Vicente y Susana, y analiza en detalle cómo son, qué dicen que son y cómo viven los residentes en las villas. Para ello entrevistó en profundidad a 67 personas, narró la historia de vida de otras 12 e hizo 298 encuestas en tres villas de la ciudad.

Los resultados sorprenden y muestran que la falta de soluciones al problema habitacional ha modificado la “forma de ser” de los villeros. En los asentamientos, por ejemplo, donde todo parece ser pobreza homogénea, ya es posible diferenciar dos clases sociales, “propietarios e inquilinos”; encontrar a niños que no salen de su casa durante días por los brotes de violencia ligada al narcotráfico; o bien dar con prácticas de elecciones de “presidentes” de las villas.

Son todas novedades respecto a los primeros estudios realizados en los años 90, aunque dos cosas parecen primar. Una de ellas es que la situación de precariedad ha empeorado. El padre Luis Farinello daba cuenta de eso cuando decía que cuando llegó a las villas, hace más de cuarenta años, “era todo chamamé y cielo abierto”, lejos de las “drogas y miseria” de ahora. Un habitante de la Villa 31 lo relata a su manera: “Antes sólo ponían unas chapas y compraban un lote en la provincia para construir mientras envejecían en la villa. Ahora construyen aquí con materiales y buscan mejorar su condición”.

¿Pero qué es ser villero?, ¿existe una identidad común? “Identidad única y estática no existe, se construye todo el tiempo teniendo en cuenta la relaciones que se establecen en el barrio y por la forma en que son vistos desde afuera; las villas son barrios que tienen una función residencial y son también un espacio productivo”, explica Cravino, que tiene otros dos libros escritos sobre el tema.

Al menos donde fue realizado el estudio, en las villas 21-24 del barrio porteño de Barracas, la 31 y 31 bis de Retiro y la 1-11-14 de Bajo Flores, perciben cómo, afuera, la villa es vista muchas veces como “gueto”, al primarse la condición étnica o la nacionalidad y al ser tratados como “espacios relegados”. Ser villero aparece, en Vivir en la villa, como una “contradicción” y “contrasentido”, ya que si bien esos barrios precarios son símbolo de pobreza, quienes viven llegan para salir de esa circunstancia, muchas veces de países limítrofes o del interior.

Clases sociales. El arraigo de décadas dio lugar a un extraño fenómeno que es la diferenciación, dentro de la villa, entre “ricos y pobres”, y que en los asentamientos se produce entre “propietarios e inquilinos”. La investigadora explica que “es un fenómeno nuevo”, ya que “antes era impensable el alquiler”. Los inquilinos habitan las villas en una situación de “mayor fragilidad”, dice Cravino, porque pueden ser expulsados en cualquier momento: su contrato de alquiler es mensual.

Entre quienes han nacido en la villa o viven desde hace varias décadas, los conceptos de “contrato”, “boleto de compra” o “escritura” han desaparecido. La investigadora dice a PERFIL que “todos en las villas saben que no son propietarios del lote pero sí de lo que construyeron”, o incluso de lo que han comprado. Un estudio reciente de la Universidad de La Plata (UNLP) asegura que un 20 por ciento de los habitantes de todas las villas de la Ciudad y el Gran Buenos Aires pagan alquiler por la casilla en la que viven.

Delegados del Gobierno macrista que trabajan en las villas, consultados por PERFIL, opinaron que la “vivienda” es el “valor supremo dentro de las villas”, ya que determina no sólo la condición social, sino el acceso a subsidios: “Tener una casa, cualquiera sea, es la esperanza máxima de todas” las madres que allí viven y es el bien que da más prestigio.

Buenos y malos. Las historias recogidas por PERFIL de los residentes, de las ONG vinculadas al tema y de los llamados “curas villeros” muestran que los lazos familiares y de solidaridad son más fuertes en las villas, incluso más que “en el mundo exterior”. El padre Guillermo Torre, uno de los encargados de las tres capillas que funcionan en la Villa 31 y 31 bis de Retiro, consideró a PERFIL que “estos lazos son aún más importantes que el clientelismo o las políticas meramente asistenciales del Estado, porque son ayudas que sacan del paso, pero también permiten ser a la gente promotor de su propio desarrollo”.

La cumbia villera y el fútbol, de acuerdo a los entrevistados, son dos condimentos esenciales de la idiosincrasia de quienes viven en los asentamientos, ya que forman parte de la esperanza de trascender que sobrevuela en las villas. Un deseo juvenil de ser reconocido fuera del asentamiento, que entre los adultos –en especial entre las mujeres– se plasma en el sueño de la vivienda propia.

Se enfrentan con la inseguridad y la droga, dos flagelos que afectan tanto fuera como dentro de la villa, y que han transformado la forma en la que viven. En las entrevistas de Cravino hablan madres de hijos que sólo salen para ir a la escuela, si es que van; revelaciones que se mezclan con las de las Madres del Paco, cuyos hijos fallecieron por esa causa. Para la autora de Vivir en la villa, los delincuentes son rechazados por el común de los habitantes de las villas, quienes son también víctimas del delito.

Vida democrática. Entre los cambios más llamativos de las villas está la intensa vida democrática de los villeros, plasmada en la elección de consejos de delgados –uno por manzana– y hasta sistemas presidenciales en los asentamientos. “Hay experiencias fuertemente democráticas, entendiendo que existe una participación de los habitantes en las decisiones de las demandas barriales y hay otros que no tanto... muchos ganan experiencia y demandan por el derecho a la ciudad”, explica Cravino.

Las elecciones de presidente de villa o delegados por manzana es regulada por Justicia y seguida de cerca por autoridades civiles; una de ellas es la ACIJ, cuya coordinadora de Redes de Trabajo en Villas Urbanas, Luciana Bercovich, explicó a PERFIL que “si bien las históricas Federación de Villas o el Movimiento Villero ya no tienen tanta llegada como décadas atrás, hay un proceso creciente a la reorganización”.

“La gente necesita resolver los problemas, y por eso hay más vínculos que en cualquier otro barrio; participan organizaciones políticas, sociales y la iglesia, pero se está formando una manera autogestiva de organizar y reclamar sus derechos, algo que antes no se veía”, finalizó Bercovich.