“Volver” ha sido uno de los verbos que más combinaciones produjo en las consignas que el justicialismo cantó durante décadas. La primera es una frase que pasó a la historia: “Volveré y seré millones”, escrita por José María Castiñeira de Dios en un poema donde hace hablar a Evita. Castiñeira de Dios la toma de una tradición que llega a las rebeliones indígenas en el Alto Perú. Los historiadores ya iluminaron la cuestión, pero la frase vale por el uso que se le dio en la propaganda política de comienzos de los años setenta. Antes, “Perón vuelve” fue la pintada de la Resistencia en los muros de fábricas y barrios. Mucho después, las fracciones juveniles cantaron en todas las plazas: “Volveremos, volveremos, volveremos al poder, volveremos, volveremos como en el ’73”.
Durante casi dos décadas, el peronismo cantó con la furia de los irredentos. Tuvo razón en sentirse expulsado del sistema político fundado después de 1955. Hasta 1972 se impidió que Perón pisara suelo argentino. Los diarios de la época y los libros de historia muestran la laboriosa negociación con el general Lanusse para que Perón finalmente aterrizara en Ezeiza, en medio de una batalla campal protagonizada por facciones de su propio movimiento que entendían de modo distinto cuál debía ser la función del viejo líder. Evita no volvió ni fue millones. Perón volvió para comprobar que los Montoneros le disputaban la conducción.
Por suerte, el irredentismo peronista hoy no tiene ni escenario ni protagonistas. Algunas cosas pasaron en estas décadas, entre ellas los dos períodos de Menem como presidente. Después de 1998, ni quienes lo sirvieron en el gabinete estaban dispuestos a solicitar su regreso; tampoco eran hombres habituados a la movilización callejera ni a las consignas retornistas. Nadie quería que volviera Menem. El peronismo parecía haber perdido para siempre su potencial mitológico, o se lo conjugaba solamente en tiempo pasado.
Como en un principio quiso Néstor Kirchner, la Argentina podía ser un país normal. Sin embargo, en el corazón mismo del kirchnerismo palpita el deseo del Regreso. Si se atiende a las (pocas) declaraciones de Máximo Kirchner y de algunos de La Cámpora, hoy se ocupan en diseñar el regreso de Cristina. Enfrentan varios obstáculos. En primer lugar, la ex presidenta no fue desalojada ni por un golpe de Estado ni por una proscripción. Cumplió dos períodos y su candidato, Daniel Scioli, perdió las elecciones que le habrían permitido a Cristina ser una especie de cardenal Richelieu, en el caso de que Scioli hubiera seguido siendo el político timorato que fue hasta el 10 de diciembre (y después). Nadie recurrió a manejos despreciables para impedir que Cristina siguiera brillando.
Con esto queda borrado el factor irredentista del escenario político. El cristinismo y La Cámpora no pueden acusar a nadie, y más bien todas las críticas deberían tener como objeto lo que hicieron antes de las elecciones y no lo que otros les hicieron a ellos. Este es el problema de la ex presidenta. Como ha sido costumbre en el pasado, se buscarán culpables que la liberen de cualquier responsabilidad política en la derrota (en cualquier momento Lázaro Báez o De Vido pueden caer en un episodio judicial que afecte a Cristina y ella se vea obligada de decir que El Calafate no es su lugar en el mundo).
Esto queda perfectamente claro, sobre todo para los justicialistas que quieren tener un futuro y no simplemente un túmulo donde ir a venerar recuerdos de cuando eran gobierno. Esos justicialistas son los que hoy tienen poder territorial: gobernadores e intendentes. Unos y otros necesitan del presupuesto nacional que, a falta de una ley de coparticipación, depende de los manejos de Macri que, a falta de otro poder político, usará el presupuesto como forma de disciplinamiento de la oposición, como lo hizo la presidenta que lo antecedió.
Despojados de cualquier mística del regreso, estos gobernadores e intendentes no dicen “volvé Cristina” ni salen a pintar paredes con esa consigna. El peronismo es realista, y no es la primera vez que piensa que si un líder no se adecua a las necesidades presentes debe ser desplazado.
Eso fue el vandorismo, y Perón le ganó la partida a ese conato de peronismo sin Perón porque reunió a casi todos, sucesivamente, en su exilio madrileño. El justicialismo tiene una larga historia de respetar a su dirigente máximo en la medida en que éste no sea un obstáculo para las ambiciones políticas de su estado mayor. Cristina enfrenta este problema: va a haber peronismo sin Cristina bajo la forma de gobernadores e intendentes que aprecian sus bases territoriales tanto como dijeron apreciar el poder concentrado que ella ejerció mientras estuvo en condiciones de hacerlo.
Nota al pie. Probablemente el que mejor entienda esta situación sea Pichetto. Fiel espada del gobierno anterior en el Senado, ahora sabe que su función es seguir allí tratando de que cada negociación consolide un espacio para su partido. El macrismo no tiene muchos cuadros legislativos con la experiencia de Pichetto y podría pedirle que dictara un curso de formación. Seguramente Michetti estaría de acuerdo.
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Por hallarse de viaje, Jorge Fontevecchia volverá con su habitual contratapa el próximo fin de semana.