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Volverse K

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“Si está usted cambiando su línea editorial, sería bueno que nos diera un preaviso”, concluyó el arquitecto Eduardo Fernández en su carta, publicada en el Correo Central el domingo pasado. El lector previamente había descartado que los medios de Editorial Perfil fueran inmunes al contagio K, por más que entre 2003 y 2008 hayan sido los únicos críticos del kirchnerismo. Su argumento fue: “Haber escrito alguna vez una cosa no nos exime –con el devenir del tiempo– de continuar sosteniéndola con similar énfasis, o de retocarla sutilmente como il gattopardo, o de echar sobre ella un piadoso manto de olvido, o de cambiar radicalmente de opinión”.

La preocupación del arquitecto Fernández se suma a otros comentarios de lectores y hasta colaboradores del propio diario, que se podrían sintetizar en una duda: “¿No se habrán vuelto kirchneristas?”.

Todo cambio de ciclo político como el que se está produciendo es una buena oportunidad para explicitar el pacto de lectura y ponerlo a consideración de todos. En esta década signada por el conflicto entre el kirchnerismo y el periodismo profesional, la forma más usual de pacto de lectura se ha venido simplificando en decir –tácita o explícitamente– “somos críticos del Gobierno” o “defendemos al Gobierno”, en ser de la corpo o del periodismo militante. Y muchos piensan que con asumir esto ya está, porque permite al lector visibilizar quién es el sujeto de la enunciación y comprender desde dónde se sitúa la producción de sentido de ese medio. Pero esto reduce todos los apetitos intelectuales y emocionales del ser humano a la política, y si bien ésta es muy importante, no podría empobrecerse la vida a sólo una dimensión.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
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La pasión que moviliza a muchos a militar en política en PERFIL está desplazada hacia el periodismo, la épica del “periodismo puro” de nuestro eslogan de relanzamiento.

¿Pero qué quiere decir “periodismo” en PERFIL? Cuando este diario fue lanzado por primera vez, en 1998, su eslogan de entonces fue la “antidemagogia” (para los memoriosos: “Donde decía, debió decir”), continuando una tradición de las publicaciones previas de Editorial Perfil que consiste en ser “contracíclicos”.

Desde nuestra perspectiva, la antidemagogia y el ser contracíclicos tienen importancia especial en la problemática argentina por nuestra tendencia a la exageración, retroalimentando los ciclos, ya sea con la aplicación del neoliberalismo o la intervención del Estado en dosis muy superiores a las de los países vecinos.

La cultura de la confrontación y la polarización “amigo-enemigo” no son en Argentina un invento kirchnerista. Desde unitarios y federales en el siglo XIX, pasando por peronistas y gorilas en los 50 o la violencia entre las distintas formas de derecha e izquierda en los 70, las vanguardias manifestaron extremadamente el erratismo de la opinión pública, también siempre más cómoda en los extremos, y el mejor ejemplo es el más cercano: Cristina Kirchner, después de ser la presidenta reelecta con mayor porcentaje de votos desde la recuperación democrática, perdió la mitad de sus votantes en sólo 21 meses.

¿Quién cambió “radicalmente de opinión” –como con razón se preocupa el arquitecto Fernández en su carta–? ¿El diario PERFIL, que hoy parece moderado frente a los fanáticos anti K, o quienes antes aplaudían al kirchnerismo y hoy lo detestan?

En su natural búsqueda de masividad, los medios de comunicación de mayor audiencia siguen el humor de la sociedad (además de sinergizarlo). Un diario como PERFIL nació con la misión de cumplir el papel vacante en el ecosistema mediático de ser antidemagógico y contracíclico, desconfiando siempre de todo, tanto de la mayoría que aplaude con fervor como de la que pasa a odiar sin inhibiciones.

Esta labilidad política es resultado de la superficialidad, de la falta de consistencia de las ideas, que, al no tener raíces profundas, se deslizan al soplo del momento como una hoja al viento. Este es uno de nuestros mayores problemas, porque en cada giro brusco se destruye valor.
El concepto de periodismo que tiene PERFIL también se intuye en el eslogan de la revista Noticias, que desde hace años sostiene que “entender cambia la vida”. Y para entender, lo primero que el observador debe computar es su propia limitación para capturar toda la verdad. Para acercarnos un mayor nivel de realidad es imprescindible trascender nuestra perspectiva, desconfiar de ella, siempre influida por nuestra subjetividad.

O sea, ser críticos hasta de nosotros mismos, de quienes apreciamos, y también de la opinión mayoritaria, que, en conjunto, constituye lo que nos sitúa. Concibiendo así la objetividad como una cuestión de grado, como un adjetivo, como un método para comprender. La ambición de salir de nosotros mismos tiene límites, pero podemos elevar nuestra visión aumentando nuestra libertad para pensar en un proceso de separación gradual de nuestro particular punto de vista.

Objetividad, racionalidad y conocimiento son, cada una, la condición necesaria de la siguiente. En este punto el periodismo se emparenta con la filosofía, disciplina para la cual el problema de la verdad es el central. Desde la época en que Sócrates y Platón se dedicaban a desenmascarar a sofistas y poetas, la filosofía siempre ha analizado críticamente las credenciales que se arrogaban los distintos saberes –tanto el mítico como el seudocientífico– para discernir cuándo una proposición era una operación literaria y cuándo un saber más válido que otros. Una función de la filosofía ha sido denunciar los supuestos de los otros saberes. La sospecha, la duda y también la convicción de que hay conocimiento al que vale la pena ir acercándose crean las condiciones de convivencia entre cierto escepticismo crítico y el entusiasmo que caracteriza tanto a la filosofía como al periodismo. La crítica como dialéctica y la desconfianza como camino al descubrimiento.

Esa pasión por el problema de la verdad produce una disciplina muy diferente a la política; es naturalmente interpeladora de todas las ideologías y crece en un proceso de continua refutación, tanto de cada oficialismo como de cada oposición, todos poderes efímeros que nacen, se consumen y mueren en cada ciclo.

PERFIL se encontrará siempre en el lugar de antagonista persistente del pensamiento mayoritario de cada ciclo y de todos aquellos saberes que pretendan convertirse en hegemónicos.