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guerra al terrorismo y derechos humanos

“Vuelos de la CIA”: una sentencia histórica

Un tribunal de Milán condenó esta semana a 23 agentes de la CIA imputados por el secuestro y tortura en Italia a unos acusados de terrorismo que eran inocentes.

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Mediodía del 17 de febrero de 2003. Nasr Oussama Mustafa Hassan (Abu Omar), quien alguna vez había dirigido la oración en la rábida de la Via Quaranta de Milán, camina desde su casa hacia la mezquita de Viale Jenner. En Via Giuseppe Guerzoni lo aborda alguien que se identifica como policía y un ayudante y, tras exigirle la tarjeta de identidad, rocían su cara con un spray letárgico, lo introducen en una camioneta blanca y lo trasladan hasta la base aérea norteamericana de Aviano, cerca de Venecia.
Lo torturan durante siete horas. Con posterioridad, lo mudan a El Cairo. Lo encarcelan en la Prisión de Mazra’at Tora. Durante 14 meses permanece allí y es sometido a suplicios con regularidad. “Me encerraron en una celda frigorífica, completamente desnudo. Debía de estar a 20 grados bajo cero, y sentía como si mis huesos se estuvieran desmenuzando. Cuando estaba congelado, me arrastraron a una pieza extremadamente caliente, donde la temperatura debía de estar cerca de los 50 grados. En otra ocasión, me hicieron echarme en un suelo húmedo en el que había cables eléctricos. Los choques eléctricos paralizaron mis piernas y una parte de mi espalda”. Sale en libertad y vuelve a ser encarcelado. Pierde una pierna y parte de su audición.
Abu Omar, nacido en Alejandría en 1963, se transforma en el caso insignia de la política de secuestros y deportaciones ilegales decidida por el gobierno de George W. Bush y encabezada por la CIA (Agencia Central de Inteligencia de EE.UU.) para combatir el terrorismo. Como la burocracia siente horror por la falta de etiquetas, a la privación ilegal de la libertad de Abu Omar, a sus tormentos y a su posterior expedición por vía aérea a Egipto los denominó “entrega extraordinaria”. El remitente desde Italia fue la CIA y el destinatario, Mabahit Amn Al Dawla, de los servicios secretos egipcios.
El miércoles 4 de noviembre, un tribunal de Milán a cargo del juez Oscar Magi condenó como colofón de un proceso histórico a penas de entre ocho y cinco años de prisión a veintitrés de los veintiséis agentes de la CIA imputados por el secuestro de Abu Omar. Jeff Castelli, Betnie Medero y Ralph Russomando fueron absueltos por gozar de inmunidad diplomática. La pena máxima de prisión dictada por la corte milanesa, de ocho años de reclusión por secuestro de persona, fue para un alto empleado de la CIA en Milán, Robert Seldon Lady, respecto de quien el fiscal había pedido doce años de reclusión.
En la primera sentencia del affaire llamado “los vuelos de la CIA”, el magistrado resolvió no procesar a Niccolò Pollari, ex director del SISMI (Servicio para las Informaciones y la Seguridad Militar) ni a su antiguo número dos, Marco Mancini, en virtud del secreto de Estado del país, a pesar de la batalla que libró el fiscal Armando Spataro para liberarse de ese lazo. Según la teoría del Ministerio Público, en las audiencias previas los servicios secretos italianos, dirigidos entonces por Pollari, no sólo ofrecieron cobertura a la CIA sino que participaron en el secuestro.
“¿Secreto de Estado?”, se preguntan algunas voces en Italia. ¿Por qué “secreto de Estado”? El secreto de Estado se declara cuando está en riesgo la soberanía nacional. En el caso Abu Omar, Berlusconi y Prodi opusieron el secreto de Estado “no para defender la soberanía nacional sino para esconder hasta qué punto la soberanía nacional estaba comprometida”. La documentación sobre la cual se opuso el secreto de Estado hubiera servido para saber acerca de las interferencias de “los yanquis sobre la política italiota” (despectivo resultante de “italiana” e “idiota”).
Los ex funcionarios subalternos del SISMI Luciano Seno y Pio Pompa fueron condenados a penas de tres años de cárcel por el delito de complicidad en el secuestro. El juez Magi obligó, además, a todos los sentenciados a pagar a Nabila, la mujer de Abu Omar, 500 mil euros como medida provisional y estableció que ese resarcimiento será materializado en sede civil.
Al propio Abu Omar habrá que pagarle un millón de euros. Los cónyuges habían pedido una indemnización de 15 millones de euros.
El portavoz del Departamento de Estado norteamericano, Ian Kell, dijo que en Washington están “decepcionados por los veredictos contra los estadounidenses e italianos acusados en Milán”, desilusión ilusionada por el hecho de que los condenados fatigan diversas partes del mundo, excepto el tribunal milanés.
Según el periodista franco parlante Fausto Giudice, autor en 1989 del libro Cabezas de turcos en Francia, una serie de investigaciones sobre el apartheid galo, el jefe del comando que secuestró a Abu Omar, Robert Seldon Lady, tiene 55 años. Nació en 1954 en Tegucigalpa (Honduras), donde su padre, Bill, quien murió en 2004, tuvo una carrera de éxitos a lo largo de la cual interpretó diversos instrumentos. Propietario de una gran explotación agraria cercana a la frontera con Nicaragua, Bill acaso fuera agente de la CIA, particularmente durante el período en el que la Agencia entrenó a los “contras” que combatían al gobierno sandinista.
Escribe Giudice que Robert Seldon Lady empezó su carrera en Nueva York, donde se infiltró en grupos izquierdistas. “Después, ingresó en la CIA y trabajó durante los años ochenta en Honduras, probablemente con el tristemente célebre Batallón 316, el escuadrón de la muerte creado por la CIA en el corazón del ejército hondureño para torturar y ejecutar a cualquier sospechoso de ser ‘comunista’ o de dar apoyo al comunismo”. Como en los circos pobres –aunque no sea el caso–, el que está a cargo de la boletería luego tiene que hacer de payaso, y la de la máscara dorada en el segundo acto es la écuyère. Pero son siempre los mismos.
Quedan en pie las órdenes de arresto internacional, que sólo tienen un valor simbólico, habida cuenta de que los gobiernos se han sucedido sin dar curso al procedimiento para los pedidos de extradición solicitados.
El 16 de octubre de 1998, el juez Baltasar Garzón firmaba la orden de arresto internacional de Augusto Pinochet y pedía a Londres su extradición. 
A la esperanzada creencia mundial en la inminente materialización del primado filosófico de la justicia universal siguió la decepción por el escarnio. ¿“La historia vuelve a repetirse, / mi muñequita dulce y rubia”? (José Tinelli, Enrique Cadícamo).