Sucede que una abre el diario o mira televisión (yo no, pero alguien me cuenta o Goro me llama para que vea una cosa importante) y tiene la sensación de que no vamos a durar mucho. Quiero decir a una casi la asalta la seguridad de que nos vamos a extinguir de la faz de la tierra adonde sólo van a quedar las cucarachas, algunos gusanos y dos o tres helechos. La humanidad no. Entre EI y el Ebola van a pasar el borrador sobre el pizarrón como cuando íbamos a la escuela (aquella que era nuestro orgullo nacional) y no va a quedar nada. Tal vez un desierto de carbonilla y ceniza.
Deprimente fantasía. ¿Por qué no se me ocurre algo más optimista, colorido, alegre y con música de Boccherini, eh? Porque, querida señora, de vez en cuando hasta alguien como yo, que no soy muy visionaria que digamos, mira a su alrededor, considera lo que fue quedando atrás, y se pregunta ¿cómo sobrevivimos? Pestes, guerras, estupideces, bueno, basta, pensemos en lo bueno que hemos hecho, obras de arte, investigaciones, adelantos en comunicación, trabajo, salud, vamos, pensemos en eso. Ah, sí, pero es difícil. A mí me da la impresión de que estamos caminando por sobre un alambre tendido entre esas torres de las que los países se enorgullecen, con una pértiga entre las manos y tratando de no hacernos puré sobre el pavimento. Vamos, vamos, no es para tanto. Sí es.
No, no es. Somos una estirpe fuerte, bella, inteligente y creativa. Hemos sobrevivido a muchos inconvenientes por llamarlos suavemente. Y hemos sobrevivido por eso, porque hemos sido fuerte, creativos… Otra vez digo basta. No. Hemos sobrevivido porque somos quizás fuertes pero a la vez violentos. Por eso EI. Por eso no tenemos vacuna contra el Ebola: claro, estamos ocupados en otros menesteres, a saber cómo aplastar al congénere que no piensa como nosotros o tiene otro color o vive más allá de la frontera. Sí, somos violentos, y además estúpidos. Y al mismo tiempo fuertes, bello, creativos, generosos y protectores. Menuda combinación, estimado señor.