Improbable lectora o lector: (dicho al pasar, no me parece un gran avance que la Presidenta haya impuesto la frase “todos y todas”. Una verdadera feminista debería dar vuelta el orden –no hace falta ser un Derrida o un Foucault para saber que la jerarquía sexual e ideológica de una frase reside en el orden de las palabras escogidas– y en cambio decir “Hola a todas y todos”. En ese detalle –no menor – se esconde buena parte de las limitaciones intelectuales del Gobierno). Esta digresión ha sido demasiado larga, así que empiezo de nuevo. Improbable lectora o lector: este artículo está escrito con mucho tiempo de avance (estoy de gira con mi banda de cumbia, y no suelo escribir en los viajes) y aún hoy, exactamente siete días después de que se perdiera contacto, no se hallaron los restos del Boeing 777 de Malaysia Airlines con 227 pasajeros y 12 tripulantes a bordo, y ni siquiera se tiene una hipótesis más o menos razonable de qué ocurrió. Especie de caso Pomar de la aviación internacional, según informa el diario El País de Madrid, en su edición del sábado 15 de marzo, el avión es buscado “por 57 barcos y 48 aviones de 12 naciones”. Es probable que cuando usted lea este artículo, el misterio ya se haya resuelto (o tal vez, no. ¿Quién sabe?). Pero el hecho de que el avión se haya mantenido desaparecido una semana (o tal vez más) y que también al menos una semana no se haya sabido qué pasó, no deja de ser un hecho que amerita algún comentario. ¿Qué comentario? Este: es extraordinario lo que está pasando, un verdadero hecho contractultural. Por supuesto no me gusta que los aviones se caigan (o los secuestren, o los abduzcan los ovnis, o cualquier otra cosa que le haya pasado), lamento las muertes, que bien podría haber sido la mía o la de cualquier ser querido que tome un avión. Pero dicho esto, es bien entusiasmante que todavía puedan ocurrir hechos significativos que no logran ser captados por los radares militares, los escáneres de control, las cámaras de seguridad, la policía global, las cajas negras de la ideología dominante. Aun sin saber qué ocurrió, sabemos sí, que lo del avión de Malaysa Airlines es un hecho grave, que toca a la economía, la política, los servicios de inteligencia, la industria del turismo, los medios de comunicación, los flujos financieros, el dominio del hombre por la técnica. Que aún no se sepa nada, puede ser leído precisamente como un hecho político: la sociedad de control tiene puntos de fuga. Tiene quiebres. Desde el momento en que se inventó el tren, se inventó también el descarrilamiento. El accidente y el azar han sido siempre fuente de formidables fracturas para el orden imperante. Las más nobles tradiciones contraculturales –del dadaísmo en adelante– han hecho del azar, el accidente, lo imprevisto, y cierto espontaneísmo político, una forma de resistencia al mundo de la técnica moderna. En 1987, el joven alemán Mathias Rust voló en una avioneta de Hamburgo a Moscú –por entonces capital de la muy severa URSS– y aterrizó en plena Plaza Roja, volando tan bajo que ningún radar logró detectarlo. Al bajar, los rusos le pidieron autógrafos, pensando que se trataba de una publicidad de Pepsi, que acaba de desembarcar en la URSS, en plena Glasnost. Después lo trataron de loco y lo metieron preso, obvio. El control social siempre va por todo.