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cortoplacismo

Y el populismo sigue matando

Se privilegia el consumismo y la alegría de los votantes por sobre el largo plazo, la inversión y el consumo sustentable. Infraestructura postergada.

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El populismo ha cometido un nuevo asesinato. Fue en Castelar. Como antes había sido en Once. O en un paso a nivel de Flores. O en cualquier ruta poceada, o sin banquinas del país, o en inundaciones varias.

El populismo privilegia el corto plazo, el consumismo, la alegría de los votantes, por encima del largo plazo, de la inversión y el consumo sustentable.

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Con esas prioridades, todo aquello vinculado con infraestructura se posterga y se permite su deterioro hasta el límite. Cuando ello sucede, lamentablemente, el populismo mata. Y luego de matar, se retrae en busca de una “tregua”.  Intenta una solución de compromiso. A veces, anunciando inversiones, donde antes no había puesto un peso. A veces,  incorporando al sector privado, donde antes estaba el Estado. A veces, estatizando donde antes predominaban los contratos con el sector privado. Y como un asesino serial, una vez recompuesto algo el capital destruido, vuelve a las andadas, descapitalizando las nuevas inversiones, y ajustando por calidad el servicio. Vuelve a matar, y vuelve a empezar.

Muchas veces, todo esto se justifica en un marco de penuria económico-financiera. Otras veces, aún en abundancia y récord de recursos, el ADN se impone, hasta que los “siniestros” contradicen el relato y surge la búsqueda de culpables y las invocaciones a complots o a manos negras que bajan palancas o no sostienen adecuadamente el freno.

Por supuesto, que detrás de todo “siniestro”, cualquiera que fuere, existe un error humano. Las máquinas no se equivocan. No piensan por su cuenta. Se comportan en  base a las decisiones y tareas que realizan los humanos que las fabrican, programan, revisan, controlan, y manejan.
Es por ello, y para ello, que se diseñan normas de procedimiento, manuales de fabricación y mantenimiento, controles y sistemas de seguridad. Precisamente, para minimizar las consecuencias de los errores humanos que generan los “siniestros”. Cuando, a pesar de ello, los siniestros se producen, es porque algo falló en el sistema. Porque no se previó algo que, finalmente pasó. Algo se hizo mal, en el diseño, en la fabricación, en el mantenimiento, en los controles, en los manuales de procedimiento, o en los sistemas de seguridad.

Y esto pasa, con populismos honestos –si existen– o corruptos. Porque la corrupción empeora las cosas, por supuesto, pero la base está en el sistema. ¿O se olvidan que los servicios públicos eran también un desastre en los “honestos” ochenta? ¿O nos quieren convencer, ahora, que Entel o Segba, o Ferrocarriles Argentinos, eran empresas ejemplares que destruyó la privatización? ¿O que la Argentina de los sesenta y setenta estaba atravesada por autopistas de ocho manos que sepultó con pasto el neoliberalismo perverso?

Ignoro qué falló el jueves, pero algo falló, sin dudas. Por lo tanto, tengo una propuesta, para tratar de evitar nuevos asesinatos.

Se requieren tres cosas fundamentales: 1) que los trenes, que circulan sobre vías y no pueden desviarse de ellas, no descarrilen, 2) que no choquen, y 3) que funcionen correctamente las barreras que regulan el tránsito en los pasos a nivel. Por supuesto, adicionalmente, los coches que transportan a los pasajeros deben reunir las mínimas condiciones de mantenimiento.

Pero cumplidos estos requisitos, por más malo que sea el servicio, si los trenes no descarrilan, no chocan, y las barreras funcionan, la probabilidad de asesinatos se reduce sustancialmente.

Por lo tanto, propongo la solución “fútbol”. (El Gobierno no puede garantizar la seguridad en los estadios, por lo tanto, se juega sin público). Con el mismo criterio, hasta que no se pueda colocar un sistema de freno automático en las vías y trenes, no se brinda el servicio. Y cuando se pueda, para que no descarrilen, y hasta que se renueven las vías, se circulará a velocidad mínima. Y mientras no se pueda lograr que las barreras funcionen correctamente, pedirle a la entusiasta juventud maravillosa de La Cámpora que, en lugar de “mirar para cuidar” los precios, trabajen de “guardabarreras”, como cuando yo era chiquito y controlen que las mismas estén bajas cuando pasa el tren.