Mucho se ha hablado y escrito sobre la tendencia que a nivel regional se estaría mostrando después de las recientes elecciones presidenciales en países vecinos y su posible influencia en la decisión que los argentinos tendremos que tomar en octubre de 2015.
Conviene hacer algunas precisiones. Las experiencias extranjeras, si bien pueden marcar algunos indicios, nunca son totalmente extrapolables a otras realidades. Además, siempre es útil tratar de dilucidar el mandato de fondo que los diferentes electorados fueron gestando a la hora de su voto. Desde hace años, en los tres países, el tema central gira alrededor de los modelos políticos y económicos que se fueron poniendo en práctica desde principios del siglo XXI. En Bolivia, Evo Morales vino a reemplazar un régimen de partidos arcaicos y muy poco representativos. Al principio con muchos inconvenientes, el primer presidente aborigen de la historia consiguió instrumentar un sistema de dos caras. Avanzar y profundizar en la integración y en los derechos para las masas siempre postergadas, pero no por ello asfixiar o matar a la gallina de los huevos de oro. Similar resultado pudo verse en el Brasil de Lula y Dilma y en el Uruguay de Tabaré y Pepe. Por eso, la cuestión ha sido en todas estas elecciones recientes la confrontación de dos fuerzas aparentemente contradictorias: la continuidad o el cambio. Pero como en materia de opinión pública nunca nada es tan lineal, nuestros vecinos han reclamado una combinación de ambas tendencias.
Los bolivianos parecieran haber optado mayoritariamente por más continuidad que cambio. Los números son apabullantes e indican que el mandato de Evo Morales sigue vigente y no necesitaría demasiados retoques. En el Brasil, un poco menos de la mitad de los votantes optaron por el cambio y el 51%, por la continuidad, pero en ambos casos, los dos principales candidatos tuvieron que combinar un poco de cada cosa. Dilma tuvo que ir adaptando sus propuestas a un electorado que, si bien quería mantener las columnas vertebrales del modelo y los logros alcanzados, claramente mostraba cierto hartazgo con algunos abusos y errores cometidos. Por eso, casi pierde su reelección. Aécio tuvo que garantizar que aquellos avances sociales no estaban en riesgo, mientras alimentaba los deseos de transformación de su núcleo duro de votantes. En Uruguay, el estilo descontracturado de Mujica y sus decisiones de fondo, aunque sin provocar divisiones y rencores, se tradujeron en un nítido apoyo a Vázquez, que con su sola personalidad y estilo más moderado representaba la dosis de cambio requerida. En los tres casos, la continuidad era a favor de un modelo que podía mostrar avances sociales pero a la vez exhibir buenas performances económicas. El cambio tenía más que ver con estilos y personalidades y con ciertas sintonías finas, que les permitieran a estas naciones dar un salto en productividad y eficiencia económica.
La traducción a la Argentina no es nada sencilla. Para que la continuidad se imponga, el modelo tendría que volver a seducir a la amplia mayoría. Bajar la inflación, recomponer las relaciones con el resto del mundo, dejar de dividir a la sociedad, mejorar la inseguridad son algunas de las asignaturas que, de seguir agravándose, harían inclinar nuestra balanza hacia el cambio. Enfrentamos las próximas elecciones con una situación económica y social bastante más percudida que la de nuestros vecinos. Por eso resultan cada vez más necesarias ciertas habilidades de alquimista por parte de los candidatos, ya que todavía no nos hemos definido ni por el cambio total ni por la continuidad a cortapisas. Por ahora, parece que sucederá a Cristina aquel que asegure que los logros de la década, principalmente los sociales, se mantengan pero con más decencia pública, mayor estabilidad y crecimiento económico y menos crispación y división, aunque la dosis de cada uno de estos condimentos todavía no está clara. Como los argentinos todavía no definimos nuestro mandato para los próximos años, tampoco hemos decidido nuestra intención de voto.
*Analista internacional.