Tal como prometí, sigo (y termino) con el asunto de la danza y los pies sobre la tierra según los problemáticos utoles. Suponen los conocedores del asunto, que la estela de la que hablábamos tiene un significado oculto, como suele suceder con multitud de textos. El significado oculto viene a ser la glorificación, porque otra palabra no cabe, de los pies. Sí, querida señora, los pies, eso que queda al final, allá abajo, y que calzamos con botas de caña alta este invierno pasado y con sandalias ahora. La cosa es que para los utoles los pies eran sagrados y por eso bailaban, ellos, sobre sus pies. Bueno, hay que ver que el pie es una estructura muy complicada y por lo tanto interesante. Atiéndame: un pie tiene veintiséis huesos, treinta y tres articulaciones, ciento catorce ligamentos y veinte músculos y Leonardo da Vinci decía que el pie humano es una obra de arte. Y como vamos a suponer que los utoles eran humanos y no un producto de Avatar que todavía no se ha estrenado entre nosotros, concluiremos que los utoles coincidían anacrónicamente con Leonardo y que por eso bailaban para poner en acto la obra de arte del destino, los dioses o lo que fuera. Me siento inclinada a estar de acuerdo con él y con ellos. Claro que nosotros bailamos no porque sintamos la perfección del pie sino porque se nos da la gana o porque hemos estudiado danza o porque suena el tango o el jazz o la cumbia o lo que sea. Es decir bailamos por algo que no tiene nada que ver con la obra de arte que es el pie. Sólo nos falta: uno, deplorar esas horribles zapatillas “de marca”, grotescas, desagradables y feas; y dos, tratar de que alguien haga un monumento al pie, en mármol preferiblemente, y lo ubique en el medio de una plazoleta sombreada y reverente.