La desequilibrada macro de la Argentina ha quedado en un tercer plano. Desde hace tres semanas, el foco de atención pasa por la investigación judicial y las consecuencias políticas de la muerte del fiscal Alberto Nisman. Se trata de un respiro después de muchos meses en los que casi no se habló de otra cosa. (inflación, cepo, devaluación y holdouts de por medio). Un respiro totalmente justificado por cuanto está en juego la República, pero que por cierto no le viene nada mal al Gobierno. Como tampoco le viene mal a muchos políticos opositores que prefieren no tener que opinar sobre cuestiones que no sólo son sensibles para la opinión pública, sino que además son, por cierto, nada fáciles de resolver.
Paul Krugman, en su columna del The New York Times del 2 de febrero, acusaba de pereza intelectual y falta de coraje moral a quienes prefieren hablar de cuestiones que hacen a la eficiencia estructural de la economía americana, en lugar de debatir cómo resolver sus desequilibrios macro de corto plazo. Su reflexión me hizo pensar que algo parecido sucede en nuestro país. Resulta más cómodo hablar de cuestiones institucionales, o de federalismo fiscal, o de política industrial, o de competitividad e inserción internacional, que debatir qué hacer con el déficit fiscal, el gasto público, la inflación, o el tipo de cambio. No es que aquellas cuestiones no me parezcan importantes y que no crea que deben ser debatidas y abordadas perentoriamente. Sobre todo teniendo en cuenta el deterioro institucional de estos últimos años. Pero atención, atendiendo sólo los problemas estructurales e institucionales no desaparecen de un día para otro los problemas macro; y más temprano que tarde habrá que ocuparse de ellos.
Lamentablemente, los problemas y desequilibrios macroeconómicos se han exacerbado en 2014 y prometen incrementarse aún más durante este año electoral por cuanto va quedando en claro que el Gobierno continuará aferrado a las mismas políticas que los causaron.
En efecto, el año pasado la dinámica fiscal terminó de descontrolarse. El gasto primario (sin intereses de la deuda) del gobierno nacional terminó creciendo a un ritmo del 44% anual, diez puntos porcentuales más que hacia fines de 2013. Por su parte, el déficit fiscal primario, depurado de las transferencias de utilidades del BCRA, llegó a 2,7% del PBI. Nada menos que nueve veces mayor que el que había al momento de gatillarse la crisis de 2001/2002. Teniendo en cuenta el pago de intereses de la deuda pública, el déficit fiscal llegó a 4,3% del PBI, el más alto de la historia reciente de la Argentina. En 2015, asumiendo, conservadoramente, una tasa de crecimiento similar a la del año pasado, el gasto primario del gobierno nacional superaría el billón y medio de pesos ($1.530.000.000.000 para ser más preciso y elocuente); ¡unos $ 175 millones por minuto! El déficit fiscal se incrementaría en un punto y medio del PBI, llegando a valores cercanos a 6% del PBI.
El descontrol en materia de crecimiento del gasto y del déficit fiscal, y la necesidad de pagar las amortizaciones de capital de la deuda pública casi sin recurrir al mercado, tuvo repercusiones nocivas sobre el balance del BCRA. El cual se ve afectado doblemente por el uso de reservas para pagar deuda en dólares (deterioro de la calidad del activo) y por la emisión de pesos para financiar el déficit fiscal en pesos (expansión del pasivo sin respaldo). Según el balance al 31/12/2014 las reservas internacionales representaban un 24% del total del activo del BCRA. Pero si se netean de dicho stock de reservas la deuda del BCRA con importadores y los swaps de monedas con otros bancos centrales (China y Francia), las reservas apenas llegan al 18% del activo total; unos diez puntos menos que a fines de 2013. El resto del activo del BCRA, que es lo que “respalda” sus pasivos, no es otra cosa más que deuda del Tesoro nacional. La cual toma la forma de letras intransferibles y adelantos transitorios; o sea que ni siquiera es deuda transable en el mercado. A fines de 2014 esos activos públicos en el balance del BCRA llegaban a casi el triple de las reservas brutas. Del lado de los pasivos, la base monetaria creció un 23%, mientras los pasivos monetarios totales crecieron un 50%. El stock de Lebac más que se duplicó, y llegó a los $ 227 mil millones, generando una factura de intereses del orden de los $ 60 mil millones anuales. En 2015, el gobierno nacional demandará al menos unos $ 275 mil millones de pesos de emisión monetaria, contra los $ 161.500 millones emitidos este año.
No era mi intención distraer al lector con cifras. Pero es importante no perderlas de vista. Todas reflejan de manera elocuente una cuestión central del modelo K y de su herencia: la imposibilidad de financiarlo. Y no es cuestión de creer que todo pasa por sustituir al BCRA por el mercado y dejar las cosas como están. Porque estamos hablando de los límites de un modelo que tiene como pilar a un gasto público récord, pero cuya calidad es mínima y que ha descuidado por completo durante más de una década la inversión en infraestructuras.
Dado el empecinamiento del Gobierno con sus políticas económicas, la escasez de dólares seguirá siendo una constante, porque dicha escasez es relativa a la abundancia de pesos, la cual seguirá a la orden del día. El balance del BCRA estará bajo fuertes presiones y el Gobierno responderá con más maquillaje, atajos e intervenciones.
Tal como la ha hecho en los últimos siete años, el Gobierno pretende seguir tapando el sol con la mano, comprando tiempo y posponiendo la inevitable corrección macroeconómica. Y aún hoy, con la gobernabilidad afectada, ningún actor político relevante luce dispuesto a precipitar ninguna dinámica y parece inclinarse por posponer también el debate acerca de cómo reequilibrar la macro para después de la contienda electoral. Infelizmente, la dinámica macro no siempre entiende de cronogramas electorales.
// Perspectivas Económicas. @luissecco