Javier Hernán García tiene 23 años y también 23 es la cantidad de partidos en la Primera de Boca, entre los 14 del Apertura 2008 y los 9 en los que defendió el arco xeneize desde el partido contra Atlético Tucumán en la Bombonera hasta la derrota con Rosario Central del domingo pasado. Con esta cortísima carrera, se dio el lujo de increpar a un entrenador en el vestuario previo a un partido importante –todos los que juega Boca lo son– con un amago de irse a las manos. Martín Palermo –354 partidos con la camiseta azul y oro, 218 goles en el club– intervino para que la cuestión no llegara a la agresión física. Intervino tanto Palermo, que fue quien convenció a Abel Alves de que García fuera al banco y no a la tribuna para evitar un mayor escándalo. La verdad, a esta altura era exactamente lo mismo.
Pablo Nicolás Mouche todavía no cumplió 23 años. Fue compañero de García en el corto tramo de inferiores que hizo en la Ribera. Mouche llegó desde Estudiantes de Buenos Aires en 2005, a los 18 años. Jugó en la Reserva, dirigido por Alves. En 2007 fue a préstamo a Arsenal. Volvió a mediados de 2008. Tuvo un tramo de titularidad, mostró condiciones interesantes. Fue campeón del Apertura 2008 con García de compañero y Carlos Ischia de entrenador. Desde que Basile puso a Gaitán de delantero, Mouche quedó relegado. Como pasó cientos de veces, aparece un pibe, se destaca, baja el rendimiento y vuelve al banco hasta una nueva chance y la estabilización. Mouche todavía no pasó por los dos últimos estadíos. Tiene 48 partidos en el primer equipo de Boca y sólo metió 4 goles, uno cada doce. Con estos números, se le plantó a Alves y le dijo un disparate por no haberlo puesto de titular en la espantosa actuación del equipo contra Colón.
Pero ni García ni Mouche tienen trayectoria ni razones para no acatar una decisión del entrenador, por desacreditado que esté. Y si bien eso puede ser una anécdota en un mar de conflictos, que se rebelen dos pibes y que el que evite un mal mayor sea uno de los consagrados, es un emblema de que en Boca todo está al revés. Y desde hace rato. No es casual que en los últimos tres torneos cortos, Boca haya terminado debajo del décimo puesto.
Uno puede culpar a Alves de muchas cosas. De hecho, tiene responsabilidad en los continuos cambios, en su exagerado discurso de hincha, en elegir a un jugador como Luiz Alberto por un video, en poner a Prediger de volante derecho contra Newell’s sin tener el estado físico adecuado (después, sólo jugó un partido más), de no rodear bien a Riquelme –dueño de los poquísimos momentos de lucidez del equipo–, de no conseguir que el equipo asista a Palermo, de generar un caos interno a partir de las salidas de Abbondanzieri e Ibarra, de no darle al equipo el espíritu necesario para remontar situaciones adversas, de tardar una eternidad en poner a Méndez de volante central. Pero no es justo que se lleve toda la carga solo.
El de Boca es un plantel muy difícil. Hace muchos años (y aquí fue dicho) que Riquelme y Palermo dividen aguas. Los dirigentes jamás se atrevieron a tomar alguna medida drástica para que estos dos egos no convivan si no pueden. La interna –la más dura que yo recuerde en 30 años de carrera– se llevó puestos a Ischia, Basile, Bianchi y Alves y a muchos jugadores. De hecho, Rodrigo Palacio, en la intimidad, dice que una de las grandes cosas de haberse ido de Boca es “no verle más la cara a Riquelme todos los días”. Julio César Cáceres fue víctima de una salida vergonzante y desprolija, casi que lo sacaron por la ventana. Aquella vieja afrenta a Román nunca fue perdonada, en realidad. Alves tiene un pasado y una historia en Boca que, claro está, no es la de Natalio Pescia ni la de Silvio Marzolini, pero es respetable. Pero como entrenador no tiene espaldas. Y sin espaldas, tomó la decisión de sacar a Abbondanzieri y a Ibarra. “Pateó el hormiguero”, dijo alguien. La metáfora es brillante. Nunca más pudo juntar a las “hormigas”. Sacó a Palermo contra Atlético Tucumán con el partido 0-0 y de local. Martín no se lo bancó, aunque no dijo nada. La prensa lo destrozó, en parte, porque no tiene la chapa de Basile o Bianchi. Siempre fue más fácil pegarle a Alves que poner la lente sobre la dirigencia o sobre los ídolos malhumorados. Los hinchas empezaron a mirarlo con desconfianza. Volvió a sacar a Palermo contra Chacarita, tras lo que Martín le recriminó: “¿Vamos perdiendo y me sacás?”. En la intimidad, Palermo se mostró enojadísimo porque “siempre me saca a mí y al 10 nunca”.
Pero la dirigencia hizo todo mal. Jorge Amor Ameal –está dicho acá– un tipo decente, con capacidades probadas en el manejo de un club. En Boca intentó sacarse de encima el lastre político que implican las presencias de Juan Carlos Crespi y José Beraldi y trajo a Bianchi de manager, apoyado por el dirigente Marcelo London. Les fue mal a todos: a Ameal, a Bianchi, a Basile, a London y a Boca. Crespi y Beraldi sacaron un miserable rédito político, pero Boca está anteúltimo. O sea: todos traccionaron a Boca hacia abajo, llevaron a un equipo al cadalso por no tener las agallas suficientes para tomar decisiones importantes y esperar que lo haga Alves. En cuanto el Chueco sacó a dos históricos –eran sólo los primeros de la lista–, los dirigentes lo dejaron solo. Los jugadores se rebelaron, los dirigentes salieron a mentir en los medios pintando un supuesto bienestar y el entrenador quedó solo.
Anoche, Ameal salió a hablar otra vez para sostener que el deseo es mantener a Palermo y a Riquelme en el club, más allá de que todos sabemos que lo que quiere la CD es todo lo contrario. Tito Pompei se hizo cargo del equipo en medio de un ambiente de sonrisas.
Alguien sigue sin entender que esto se arregla con decisiones trascendentes, de esas que duelen y que tienen costo político. Por ahora, el único que tomó alguna medida importante fue Abel Alves: renunció, después de que Boca perdió su tercer partido al hilo, el quinto en las últimas seis presentaciones.
No alcanza. En Boca ya no queda lugar para tanto ego. La transición tiene que terminar junto con el ciclo de varios. Si no lo entienden, Boca seguirá en esta letanía. Y su gente no lo aguantará.