Algunas noches somos fáciles, no acatamos límites. Algunas tardes, algunas mañanas, también. Si es fácil no requiere gran esfuerzo, es bastante probable que pase, que venga. Fáciles. Nos adaptamos con flexibilidad a las circunstancias, somos accesibles en el trato. No somos dóciles, ni débiles ni sumisas, aunque a veces nos guste jugar a serlo. Gozar es tan diferente al dolor; gozar es tan parecido al amor.
El Diccionario de la Real Academia Española (RAE) dice que “fácil” es un adjetivo que, dicho especialmente de una mujer, es una que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales. La RAE, una institución anquilosada, que no se mueve ni al ritmo de las placas tectónicas con que se producen los cambios estructurales en el planeta, nos dice fáciles. Para ellos debe ser fácil como el capricho casi decidir qué palabras se suman al libro rector del español, qué palabras cambian en su definición, qué palabras no. A veces la ley se anticipa a la costumbre y se impone como una certeza a seguir. A veces, la ley viene detrás de los hábitos y usos sociales. Llega tarde, llega corta, llega de costado.
Conformada enteramente por hombres y demostradamente machista, solo recién en 1978 se incorporó a la Real Academia una mujer, sin que eso garantizara de ningún modo el peso de su voz ni voto. Se equivoca @PerezReverte cuando exculpa a la RAE diciendo que ésta “se limita a registrar el uso (tanto actual como histórico) que los hispanohablantes dan a las palabras y figura en los libros”. Es cierto que “si hay usos peyorativos” no se puede culpar enteramente a la RAE sino a quienes dan ese uso a las palabras. Pero también es cierto que la RAE busca imponerse como patrón del español en su modo correcto, e imprime en cada inclusión, exclusión o modificación de su libro una posición ideológica.
Sabemos que si decimos elefante aparece un elefante en la habitación. Sabemos que se hacen cosas con palabras. Por eso, cuando la RAE incluye términos como “papichulo” (Hombre que, por su atractivo físico, es objeto de deseo), “culamen” (para decir culo), o pretende modernizarse al admitir la castellanización de términos provenientes del universo tecnológico –originalmente en inglés–, pero conservar la acepción de “fácil” (en su función de adjetivo y “dicho especialmente de una mujer: Que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales”), está tomando una posición política sobre las relaciones de género, sobre el mundo. Y la toma porque el lenguaje lleva inscriptas relaciones de fuerza que si no se desmontan en el análisis del uso de una palabra, un fenómeno eminentemente social, se convalidan.
¿Nos extraña? No. Ante la duda, preferimos consultar el Diccionario del uso del español de María Moliner, un diccionario que recoge el habla de calle, las personas, los medios. Un diccionario cuya autora, vanguardista y precursora, fue rechazada de la RAE en 1972. No queremos pertenecer a un club que no nos quiere de socias. Preferimos no acatar los límites que intenta poner un salón exclusivo de varones que desde sus sillones de pana verde inglés apolillados tiran el humo de sus cigarros de machismo, haciendo Os, porque las Xs del lenguaje inclusivo para ellos están prohibidas.
El lenguaje es un organismo vivo, en constante cambio y evolución. La lingüística hace décadas evita hablar de corrección. Pensamos en términos de adecuación sociolingüística y sociocultural del lenguaje: comprender los usos coloquiales, diferenciar niveles de significado. La RAE, con sus intentos impotentes de atrapar con una red cazamariposas esa masa viva, inasible y cambiante del lenguaje, no nos representa.
Pero es cierto, algunas noches podemos ser fáciles. No requerimos habilidad, esfuerzo, mucho trabajo o inteligencia especiales. No estamos nerviosas, ni disconformes, no lo hacemos complicado. Quizás la palabra más apropiada sería “libres”. Aunque fáciles también, algunas noches, algunos días, no acatamos límites.
*Escritora.