Rosario es un damero. Como por otra parte lo son muchas de nuestras ciudades de la pampa y sus alrededores. Pero no se me confunda y crea que por eso nuestras calles son monótonas y grises, indistinguibles unas de otras. Pues no. Hay como en todas partes barrios que se diferencian unos de otros, pero las calles, ah las calles. Hay algunas muy interesantes.
Tengo una amiga que perdió la brújula al nacer y a la que hay que explicarle para qué lado queda su casa y para qué otro lado queda el río y, pese a eso, muchas veces termina en el Monumento a la Bandera y no a una cuadra del Parque Independencia. Y ella suele preguntarme por calles y me pregunta por qué yo me las conozco, y las conozco porque me interesan.
Por ejemplo, hay una calle curva en el damero y esa calle curva tiene dos nombres, uno en donde empieza la curva, Biedma, y otro en donde termina, Mozart. Hay una casa rara que siempre vigilo, en Sarmiento y Blanqué. No es fea. No es linda. Solamente es rara. Hay una calle que en cierto momento perteneció a dos universos a la vez, éste, el nuestro, y otro, vaya usted a saber cuál. En una esquina de esa calle se levantaba, poco pero se levantaba, una de las casas más antiguas de Rosario, y dos cuadras más allá había un tapial que ostentaba un viejo cartel recomendando Chinato Garda. Los dos, el cartel y la casa vieja, eran puertas hacia el otro universo, cosa que se notaba nomás al caminar por sus veredas. Un día demolieron la casa y el tapial y le cambiaron el nombre a la calle y, claro, el otro universo se nos perdió. Una lástima. Le aviso que alcancé a escribir un cuento sobre eso: no es muy bueno, pero es informativo.
Hay una casa en la calle Corrientes que tiene el frente pintado. Gran cosa, dirá usted: todas las casas tienen el frente pintado o estucado o empedrado o enladrillado o qué sé yo. Está bien, pero ésta tiene balcones y ventanas pintados a los que se asoman mujeres o personajes, soportes para macetas, macetas con flores, aberturas por las que se ven los interiores. Llámeme cuando venga a Rosario y le muestro nuestras calles, para que vea que no miento.