Cumpliendo con su palabra, Raúl Zaffaroni hizo pública su renuncia a la Corte a partir del primer día de 2015. No sólo respeta un precepto constitucional: también está cansado/gastado por la dinámica burocrática judicial. Prefiere seguir dando batalla desde otros ámbitos, el académico es su preferido aunque no habría que descartar otros rumbos incluso partidarios.
Además de la ya aburrida y obvia “grieta” periodística, la trayectoria y la personalidad de Zaffaroni contribuirán a semblanzas bipolares, en las que se lo ama o se lo odia. La vida siempre es más compleja. El renunciante es un brillante jurista reconocido en casi todo el mundo. Sus posiciones legales se basaron en avanzadas defensas de los derechos individuales (un auténtico liberal, en el sentido norteamericano) y del rol protector de la Justicia sobre los más desprotegidos en su acceso (el llamado “garantismo”).
Pasará a la historia por ello, por más que las corrientes más conservadoras y punitivas de la escuela jurídica (con sus voceros mediáticos) lo defenestren. A la lapidación se suman aquellos que lo combaten por sus posiciones políticas, al considerarlo un “juez K” (como lo vendría a demostrar su carta de dimisión elevada a su querida Presidenta) y hasta por defender el hecho de ser amigo de Boudou. Obvio, no falta el que le factura más encubiertamente su elección sexual.
Como todos, tiene sus manchas, claro. Y no pasa por cómo empezó a abrazar el kirchnerismo tras considerarlo dictatorial en Santa Cruz, al destituir a un procurador crítico. La mayor oscuridad de Zaffaroni ocurrió ya en la Corte, al revelarse por un diario ya desaparecido de esta editorial (Libre) que seis departamentos de su propiedad eran usados como prostíbulos. El juez le endilgó toda la responsabilidad a su administrador de bienes y apoderado, que se declaró culpable y pagó una multa, tras lo cual fue sobreseído por la extinción de la acción penal. Se esperaba otra reacción de Zaffaroni, que nunca llegó. Ni llegará.