COLUMNISTAS
los kirchner desenmascaran a sus enemigos

Zorros y caretas

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La obsesión del malvado Capitán Monasterio no consistía en asesinar al Zorro, sino en arrancarle el antifaz. Siempre les exigía a los penosos lanceros al mando del Sargento García que lo cogieran con vida, sólo para darse el gusto de exhibir al apuesto, distinguido y buenazo de Diego De la Vega como un vulgar bandido, con lo cual se destruiría el mito para siempre, con una contundencia aun más certera que la muerte física. Un monumental fracaso, el capi, revelado en su impotencia como verdadero careta de la trama.

Con toda su teatralidad, ahora tan digital y popular, las disputas por el poder suelen desplegarse como juegos de máscaras donde todos, zorros viejos, pelean por asumir el papel de buenos de la serie, dejándole al rival el rol coprotagónico del villano.

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Ya es hora de reconocerles a Néstor y a Cristina Kirchner que, con su a menudo brutal manejo de la esgrima, han logrado montar infinidad de escenas a su gusto, entretenidas y polarizadas en blanco y negro, de las cuales, airosos o no, supieron salir con la máscara deshilachada del contendiente en la mano.

Las recientes invocaciones a la guerra divina y al contenido diabólico del proyecto de matrimonio gay proferidas por el cardenal Bergoglio sólo sirvieron para dar por confirmadas las convicciones medievales que animan a buena parte de la Iglesia, así como en 2008 un sector de la dirigencia agropecuaria mostró su verdadero rostro al plantear que debía cerrarse el Congreso si se aprobaba la Resolución 125 o del mismo modo en que Eduardo Duhalde pisó el palito al proponer (para ganar mezquinamente alguna visibilidad de opositor) que debían terminarse de una buena vez los juicios a los represores de los 70.

El del llamado “matrimonio igualitario” fue un caso muy peculiar, digno de análisis. Durante dos semanas, la sociedad política y mediática vivió a ritmo de apocalíptica crisis el tratamiento parlamentario y callejero de una medida que, en la Capital Federal, está comprobado que en lo inmediato sólo satisface las demandas de cuatrocientas personas: los casamientos entre personas del mismo sexo en veremos hasta el jueves pasado son doscientos. Hay unos 26 mil porteños heterosexuales que deciden casarse por año y otros 500 que optan por la unión civil, entre los cuales nada más que un tercio son homosexuales. Debo aclarar que nada tengo contra el amor entre personas del mismo sexo y mucho menos contra la equiparación de sus derechos al del conjunto de las personas. Más bien es probable que la vida me encuentre, muy pronto, tirándoles arroz a varios amigos y amigas candidatos seguros a casarse bajo el nuevo régimen. Claro que de ahí a resolver contrarreloj un tema que genera tantas polémicas y soporta tantos prejuicios en medio de histéricas acusaciones de “callate nazi” contra otras de “andá, trolo” (salvo honrosas excepciones) parece más digno de Intrusos que de Telenoche.

Aparte de los directamente interesados, los grandes ganadores parecieron ser los Kirchner, a quienes también debe reconocérseles el diseño de un novedoso dispositivo de poder que contempla, a la vez, la posibilidad de una segunda reelección consecutiva como la de una retirada representando a sectores sociales que no serán definitorios de una elección, pero que generan opinión pública y pueden dar base a una movediza oposición inspirada en posturas progresistas. Resulta lógico pensar que el proyecto de matrimonio gay amplió el consenso de los K en ámbitos universitarios, culturales, artísticos y profesionales (incluso periodísticos) a los que el peronismo había abandonado hace rato, el alfonsinismo y la Alianza frustraron y la izquierda de banderas rojas se mostró incapaz de contener.

A ello habría que sumar un rumbo económico que ningún opositor cuestiona, mientras varios de ellos se dejan atrapar y son exhibidos en la virtual plaza pública como bandidos de baja monta, mientras intentan convencernos de que son Diego De la Vega.