Es una imagen parlante, una imagen que relata a viva voz la algarabía de la pueblada. Podemos dar cuenta de los cantos, los bocinazos, el estruendo de los bombos, el ronroneo latoso de los motores diésel, el griterío desmedido. Es una foto en movimiento también. No sabemos hacia dónde se dirigen ni de dónde vienen, pero conectamos al instante con la procesión. Una caravana que avanza aplastando sus propias sombras, la maquinaria plebeya dispuesta a triturar el silencio impuesto por el Estado zoquete. La arremetida a la conquista del mito. En primer plano allí se los ve, trepados sobre un camión sobado hasta la lástima –epítome de la abnegación y entrega militante: un rocinante mecánico y mutante que se la banca, contra todo pronóstico–; son decenas los sujetos sobre el lomo del vehículo; en el frente son tres los muchachos que sin más sostén que un guardabarros descolado surfean con pasión roquera un fresco de pulsiones extáticas. Dos de estos con el cuero entregado al aire frío de la noche. También advertimos la presencia de una mujer, sostenida por un brazo desnudo que le atenaza el tronco firme. Ese domingo no hubo fútbol en el país. Ese domingo 23 de septiembre de 1973 la fórmula Juan Domingo Perón-María Estela Martínez de Perón capturó el 61,85% de los votos volcados por algo más de 12 millones de argentinos.
Platón escribió: súbita como se enciende una luz en el instante en que se alza la llama. Ese instante soberano donde la imposibilidad humana primaria (imposibilidad de una simultaneidad entre erección, orgasmo, pensamiento, nacimiento) parece sepultada por una explosión colosal de cicatrices semánticas. La mitología fundante de una bacanal que será también repudiada por las sanas costumbres; porque si el pensamiento, la reflexión, requiere distancia, un tacto a la distancia, la imagen en cuestión nos devuelve todo lo contrario: un sapucay erótico que condensa la excitación que erige el sexo, acelerando el ritmo del corazón (la pulsio en latín) que se propaga con rapidez inaudita en el tendido neuronal de la patriada acéfala. La proeza colectiva, la jauría itifálica, la errancia salvaje. La efervescencia eléctrica del otro cuerpo con la quemazón propia de la tensión. La cacería de la felicidad de la que hablaba Aristóteles.
Si la imagen –al igual que la lengua– es resto de los dioses, entonces tenemos esta foto que es cuerpo audible y móvil y que activa al instante un momento que tiene volumen y forma; la imagen envuelve con su cadencia a la memoria y la inserta dentro de su canto. El fotoperiodismo guarda consigo un elemento distintivo y no es otro que la estimulación inmediata de nuestro cerebro, raspar una sedimentación del pasado. El disparo elegido, esa toma impresa que remite así, de sopetón, a un suceso reconocible, activa las glándulas inventariadas del archivo originario –que no es otro que el cuerpo todo– y la ubica en tiempo y espacio.
Esta fotografía notable forma parte de la muestra 50 años, 50 fotos, preparada para conmemorar las cinco décadas del desembarco de la agencia española EFE en Argentina, la primera delegación internacional de la agencia nacida en Burgos el 3 de enero de 1939. Una exposición accesible y luminosa que recorre con imágenes medulares medio siglo de acontecimientos sociales, culturales y políticos de nuestro país.