Las galerías de arte no son un hábitat extraño para las performances sonoras de Alan Courtis, en su mayoría improvisaciones en tiempo real. Pero In-formed Music es su primera exposición de piezas con la autonomía suficiente para perdurar más allá de su ejecución. Las cuatro obras exhibidas incluyen diferentes soportes, como el video, la fotografía, dispositivos de audio y papel.
In-formed Music, obra que da nombre a la muestra, consiste en una composición para “ensamble de diarios”, de la cual se presenta un registro audiovisual, junto con sus partituras. Estructurada en cuatro partes, la pieza contempla una serie de acciones que los intérpretes realizan utilizando periódicos como instrumentos. Al frotarlos contra el piso, golpearlos y rasgarlos producen texturas de un ruido que dibuja diferentes intensidades, desde un pianississimo de diarios suavemente rasgados hasta el fortississimo de los diarios percutidos y estrujados.
Variaciones en No Menor es la más plástica de las obras exhibidas. Se trata de tres partituras intervenidas por Courtis, las cuales, antes que proponer un sistema de notación musical no convencional, como hicieron Morton Feldman, John Cage o Cornelius Cardew, indagan en las modalidades negativas de lo sonoro. Las pinceladas de témpera sobre el pentagrama o los efectos corrosivos del corrector líquido, que cubren y borran las partituras, funcionan como formas gráficas del ruido, de la obstrucción en la codificación de un mensaje.
La tercera pieza podría ser considerada una escultura sonora. Se trata de una guitarra sin cuerdas, colocada verticalmente a la base de una especie de tótem, en el que se apilan un amplificador, parlantes y caseteras. Courtis explica su funcionamiento: “La guitarra sin cuerdas suena por sí misma a través de la amplificación de su acople procesado, al cual se suman tres loops de casete. Estos contienen, a su vez, grabaciones de la guitarra sin cuerdas y cada uno trabaja con un rango de frecuencias distinto”. La autonomía del dispositivo podría ser el reverso de la idea cageana sobre el silencio expuesta en su célebre 4’ 33’, aplicándola al ruido. El resultado es un sonido continuo que inunda la sala.
Cierra la muestra Grabación de El grito de Munch, registro fotográfico y sonoro de una acción realizada por el artista durante una gira en Oslo en 2014. Esta consistió en colocar un grabador apuntando a la figura del cuadro. Lo que se oye, naturalmente, es el sonido ambiente de la Galería Nacional de Noruega: gente que pasa, cámaras fotográficas, comentarios en voz baja. Y por eso, precisamente, cobra más fuerza el grito mudo de la pintura. La obra problematiza, así, los límites de lo grabable. Si el pintor noruego, en su obra más icónica, acometió la tarea imposible de pintar un sonido, Courtis invierte el gesto, grabando un cuadro.
Más allá de una comprensión positiva, limitada a sus cualidades sensibles, lo sonoro, pensado en sus límites como negatividad, ya sea por exceso o por ausencia, puede adquirir una potencia inusitada. Esta sospecha articula las cuatro obras de Alan Courtis que se exhiben desde el 13 de mayo hasta el 1 de junio en la Galería Nora Fisch.