CULTURA
el año que vivimos en peligro

Algunas definiciones útiles de la peste

Mientras se echa mano a los clásicos de las epidemias (Boccaccio, Defoe, Camus), hubo otras voces que se levantaron en el siglo XX que ayudan a comprender lo que está pasando.

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Le Guin. En su libro La costa más lejana (1972) deslizó ciertas consideraciones premonitorias. | cedoc

En 1938, en la puerta de ingreso a la Segunda Guerra Mundial, Antonin Artaud publica su manifiesto teatral-poético-político El teatro y su doble. En su primer capítulo, titulado “El teatro y la peste”, dará cuenta por primera vez de un vínculo insospechado que nos constituye como humanos. La importancia mediática, política y social que ha adquirido la pandemia que transitamos por estos días y en todos los rincones del planeta tiene mucho de esta complicidad, aunque por momentos surja una sensación de haber caído en la cuneta del absurdo, porque “la voluntad opera aun en lo absurdo, aun en esa suerte de transmutación de la mentira donde puede recrearse la verdad”, y entonces tanto “la peste como el teatro resultan una formidable invocación a los poderes que llevan al espíritu, por medio del ejemplo, a la fuente misma de sus conflictos.” 

Suele asociarse este pensamiento reflexivo al que con posterioridad, a dos años de terminada la Guerra, produjo Albert Camus en su famosísima novela La peste –hoy citada hasta el paroxismo–, pero existe una sustancial diferencia en la forma en la que cada uno de ellos aborda los devastadores efectos de la enfermedad. Mientras para Camus toda peste es consecuencia de una sociedad ruin y miserable que atrae y se resuelve en la muerte y el dolor, eso mismo es lo que nos obliga a girarnos y mostrar lo mejor de lo humano. Para Artaud, el desinterés personal, la solidaridad y el amor al prójimo no son otra cosa que una revelación que cada tanto aparece, necesaria, “la exteriorización de una crueldad latente”, para que se vacíe colectivamente un gigantesco absceso, tanto moral como social y su acción –como la del teatro, agrega– “solo resulta beneficiosa porque impulsa a los humanos a verse tal como son, les hace caer la máscara, descubre la mentira, la debilidad, la bajeza, la hipocresía del mundo, a la vez que invita, solo después de una inevitable y dolorosa catarsis, a adoptar una actitud heroica y superior”.

Si para ambos en toda peste hay algo que se ha roto y que puede o debe repararse, hoy parece haber algo más que un simple virus, algo no dicho, que ataca al cuerpo. Se debe apelar a este breve diálogo del libro La costa más lejana, de Ursula K. Le Guin, publicado en 1972: 

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“Una peste es un movimiento de la Gran Balanza, del Equilibrio mismo; pero esto es diferente. Tiene el olor fétido del mal. Podemos llegar a sufrir, cuando el equilibrio de las cosas busca su justo nivel, pero no perdemos la esperanza, ni renunciamos al arte, ni olvidamos las palabras de la Creación. La naturaleza no es antinatural. Esto no es una búsqueda del equilibrio, sino una ruptura. Y solo hay una criatura capaz de provocarla [...]Cuando ambicionamos poder sobre la vida, riqueza inagotable, seguridad inexpugnable, inmortalidad… entonces el deseo se convierte en codicia. Y si a esa codicia se suma el saber, sobreviene el mal. Entonces el equilibrio del mundo se perturba, y el peso de la destrucción inclina la balanza”.