Según la RAE, “arboreto” proviene del latín “arborētum” y significa “arboleda”: 1. m. Bot. Plantación de árboles destinada a fines científicos, como el estudio de su desarrollo, de su acomodación al clima y al suelo, etc.
Esto es: un arboreto o arboretum es un jardín botánico que se ocupa principalmente de plantas leñosas que forman una colección de árboles con la intención de estudiarlos científicamente. (Como ejemplo diremos que un arboretum de coníferas se lo conoce como un pinetum.
Aclarado este primer punto, vamos entonces al último ¿libro? de David Byrne: Arboretum (justamente) que acaba de publicar Sexto Piso. OK. Byrne es conocido como el cantante de Talking Heads, banda pionera protopunk, inclusive -comenzaron en el 75-, en la escena de Nueva York, aunque el mismo Byrne tenga origen escocés. Una vez desmembrado el grupo, tan único, tan original tan incomparable e insuperable (una suerte de The Smiths: algo a lo que todos aspiraron y nunca lograron, digamos), Byrne hizo de todo. De todo y nada de lo que hicieron los demás: música tecno con Brian Eno, un disco de música brasileña y cubana, merengue, samba, mambo, cumbia, cha-cha-chá y otros sones, admitiré, personalmente desconocidos. Hizo música para teatro, musicales, televisión, teatro y cine. Siempre paralelamente editando discos inspirados en lo que le llamara la atención y siempre con esa voz tan característica que pareciera ahogarse y revivir en cada cambio de tono.
Tiene además, más de treinta libros publicados que, como su música, se pasean por un arco semántico tan amplio como indescriptible, siendo la bicicleta uno de sus temas favoritos. Él personalmente cree sufrir alguna forma de autismo aunque no ha sido diagnosticado. Y lejos de ser un profesional, uno (una, en este caso) puede asentir pausadamente casi afirmando sus palabras.
¿Por qué publicó este libro? O mejor: ¿por qué hizo este trabajo? Reunió aquí los diagramas que dibujó a lo largo de años (es básicamente un libro de dibujos con anotaciones, todo muy darwinista), mediante los cuales intenta comprender y visualizar las relaciones entre distintos conceptos que parecieran no tener que ver entre sí y sin embargo logra establecer taxonomías que revelan sentidos nuevos allí donde podía haber cristalizado la convención. (Lo dicho, una no es una profesional de la neurología o psicología pero mmm autismo mmm). Las relaciones humanas, las corrientes artísticas, los vegetales, las religiones, las ideologías o los animales se ven iluminados bajo la luz nueva, distribuidos por el papel en forma de árbol, cintas de Moebius, raíces o discos solares. En algunas ocasiones, Byrne acompaña las ilustraciones con breves textos aclaratorios. Entonces, diremos, el multifacético artista David Byrne hoy nos acerca este enigmático ¡y extraordinario y bello! libro nuevo: Arboretum. Con traducción de Oihane Iglesias Tellería, trazos y rotulación de donDani, las casi 200 páginas de este original, como Byrne, pareciera trazar un conjunto de mapas mentales. ¿Que qué es esto? Pues difícil de definir, realmente pero que combina una suerte de narrativa automática, locos sofismas de sarcásticos y pretendidos pareceres científicos y un arriesgado juego de lógica irracional. Aunque todo podría ser cierto: procedimientos científicos y premisas irracionales “explican” sinsentidos meticulosamente escogidos que convergen en significados inesperados, asombrosos. Todo puede ser cierto. O no (diría Borges). Este cuaderno de notas y dibujos de David Byrne, incluye un desplegable de más de un metro con anotaciones complementarias.
En esta columna de hoy, reproducimos su retórica para lograr entenderlo, y así no lo lográramos, es un libro tan alucinante que no puede faltar en la biblioteca del buen lector/escucha de música de la mejor. Aquí sus palabras:
“¿Qué son estos dibujos?
¿Por qué los hice?
¿Serán interesantes para alguien más?
¿Servirán de algo?
¿Tienen por qué ser útiles?
Bien, creo que son muchas cosas: falsa ciencia, escritura automática, autoanálisis, sátira y, quizá, hasta un intento serio de encontrar conexiones donde no se creía que las hubiera. Además de ser una excusa para dibujar diagramas y figuras de plantas.
Estos dibujos comenzaron hace unos cuantos años como instrucciones para mí mismo en un pequeño cuaderno: «Dibuja un árbol evolutivo del placer», o: «Dibuja un diagrama de Venn sobre relaciones», por ejemplo. Órdenes a mí mismo para realizar mapas mentales de territorios imaginarios, que se acumularon durante unos cuantos años hasta que el impulso se agotó. Quizá era una suerte de terapia personal que permitía a mi mano «decir» lo que la voz no podía.
Lógica irracional. He oído que así llaman a la aplicación del rigor y la forma de la lógica científica a premisas irracionales. Proceder cuidadosa y deliberadamente, desde el sinsentido, sin inmutarse, para a menudo llegar a un nuevo tipo de sentido.
Pero ¿cómo puede el sinsentido emerger como sentido? No importa cuán enrevesado o retorcido sea, siempre será sinsentido. ¿O no?
Siento que, hasta cierto punto, las áreas de pensamiento racional de nuestro cerebro son motores de superracionalización.
Creo que muchas premisas científicas y racionales son, para empezar, irracionales, que el objeto de muchas investigaciones científicas y académicas no es, en el fondo, sino la justificación elaborada del deseo, el prejuicio, el capricho y la gloria. Siento que, hasta cierto punto, las áreas de pensamiento racional de nuestro cerebro son motores de superracionalización. Nos ofrecen los medios y las excusas para nuestros impulsos más animales. Nos permiten justificarlos primero ante nosotros mismos y luego ante los demás. «La esperanza de que surgirá una solución matemática única [como explicación de la naturaleza] está tan basada en la fe como el diseño inteligente», dice Leonard Susskind, inventor de la teoría de cuerdas.
Ésta no parece ser una perspectiva muy optimista sobre la inteligencia, pero incluso visto con cinismo, el resultado de años de actividad cerebral ha producido mucha belleza, placer y, en fin, cosas magníficas.
Hoy, yendo en tren con mi hija, vimos en mi ordenador portátil un documental de naturaleza que mostraba criaturas abisales capturadas en la oscuridad del océano gracias al resplandor de los sumergibles. Algunas de ellas nunca habían sido avistadas, antes, y ni siquiera cabía pensar en la posibilidad de su existencia. Entes que arrojan fuegos artificiales a tiempo retardado, cosas que viven allá donde la vida se creía imposible, «lagos» submarinos, un pez sobre una especie de tallo marino. Mi hija y yo estuvimos de acuerdo en que si la cámara no los hubiera grabado, nos habrían parecido seres absurdos, imaginarios e increíbles.
Así que, extrapolando de la Madre Naturaleza, si se puede dibujar una relación, es posible que exista. El mundo sigue abriéndose, mostrándose, y, justo cuando esperamos que se cierre –como si fuera una caja razonable y sellada–, nos revela algo completamente asombroso. De hecho, el resultado de la ciencia, y posiblemente su aspiración no reconocida, sea llegar a saber cuánto es lo que no sabemos, más que describir lo que creemos conocer. Al fin y al cabo, probablemente no estemos seguros de saber siquiera lo que creemos conocer. Si podemos hacernos una idea de lo que no sabemos, al menos no incurriremos en la arrogancia de pensar que sabemos algo sobre ello. La tarea de la ciencia es cartografiar nuestra ignorancia”.
Voilá.