Épocas de incertidumbre, encierro, contemplaciones a través de pantallas, distancias y todo lo que pudo haber dinamitado el acceso físico, tradicional e institucional al arte, ocurrió. Pero también sirvió para fecundar miles y miles de semillas digitales que dieron flor en tres letras que hoy comandan un mercado ávido de criptoinversores, coleccionistas, famosos, oportunistas y una infinita proliferación de artistas digitales: el NFT (Non Fungible Token), la ficha digital que revolucionó el mercado del arte y parece ser imparable.
¿Ejemplos conocidos? El NFT Everydays: The First 5000 Days, del artista Beeple, una colección vendida en setenta millones de dólares, o el primer tuit de Jack Dorsey, fundador de Twitter, adquirido en 2,6 millones de dólares junto a celebrities que se suben a esto, desde Neymar y Messi hasta Elon Musk, Johnny Depp (vende una colección de 11.111 cuadros tokenizados) y Quentin Tarantino, quien vendió un NFT de Pulp Fiction en poco más de un millón de dólares, por citar algunos. Y eso contagia. A nivel local, nuestro token crack es el enigmático Frenetik Void, con obras que cotizan en 250 mil dólares y ventas de piezas que rondan los US$ 130 mil.
Pero, ¿qué es el token no fungible? Es un objeto digital, no replicable, que se compone por una cadena de bloques de datos (tecnología conocida como blockchain) que certifica y autentica una obra como única e imposible de falsificar, fruto de una transacción financiera digital y una serie algorítmica. “Existen dos tipos de NFT: los no fungibles, conocidos como rarezas en la jerga cripto y de los cuales solo puede haber una copia autenticada y, por otro lado, los semifungibles o coleccionables, o sea las obras de arte edición limitada: varias copias de una misma obra de un autor. Jugar y lucrar con la hiperexclusividad es como el NFT busca desafiar y monetizarse”, explica Juan Cruz Andrada, historiador de arte de la Universidad de San Andrés.
La mayoría de los artistas utiliza la red Ethereum (propiedad de la famosa criptomoneda) para crear NFT en portales como Mintable, Open Sea y Rarible, entre otros. Eso sí, previo registro, se debe tener asociada una billetera virtual para pagar el costo del minteo: tokenizar su creación. Para hacer esto, el sitio Metamask enlaza los activos digitales del artista (por lo general criptomonedas) hacia la plataforma en cuestión. Y cuando se crea un NFT puede elegirse entre algunas categorías como arte, coleccionables, videojuegos y música. Sí, porque no solo se tokenizan imágenes, también sonidos y videos. “Una vez hecho esto, la obra puede ser colaborativa e interactiva”, comenta Cristian Reynaga, curador de arte especializado en nuevos medios y director de +CODE Cultura Digital.
Antes de subir a la plataforma, habrá que completar una descripción de la obra digital (título, valor fijo o de subasta, descripción, si es único –rareza– o edición limitada) y, luego de mintearlo, aparecerá algorítmicamente un código único (dirección del contrato), identidad del token (Token ID, una serie de decenas de dígitos, su ADN) y el lugar virtual donde está guardada la obra original. Además figurará la dirección digital del artista, que por más que la obra sea revendida, siempre se sabrá quién la comercializó. “La tecnología de encriptación digital facilita que cada artista disponga del control de todas sus obras y tenga acceso al recorrido de ellas, incluso con los cambios de titularidad, lo que aporta seguridad, tanto a los coleccionistas como a los artistas”, dice Andrada.
Otra opción para crear NFT más baratos es AirNFTs, de la red Binance Smart Chain, adversario de Ethereum. Para comercializarlos y difundirlos existe una variada gama de sitios (conocidos como marketplaces) tales como Foundation, Ethernity, Open Sea, HEN (Hic Et Nunc), KnownOrigin, Valuable, Zora, Rarible, SuperRare y Objkt, entre otros.
Creaciones marketplace. Uno de los protagonistas de la corriente NFT es Mateo Amaral, quien migra a la familia dibujo/pintura/tintas/acuarelas hacia medios digitales para luego tokenizarla. Él creó una serie de obras, nucleadas en la saga Éramos la humanidad, donde imaginó la mente de una especie futura, híbrida entre la inteligencia artificial y los seres orgánicos. “Tengo unas cuarenta obras tokenizadas, por lo general en relación con la duración del video, pienso que el criptoarte es un lugar en el que funciona este tipo de trabajo. El NFT es solo una manera de hacerlas llegar a un cierto público y venderlas”, dice el autor con copias múltiples, a la venta en varias plataformas.
Por otro lado, a Toska (seudónimo de Andrés Díaz) lo contactaron desde un fondo de inversiones de criptomonedas y le ofrecieron formar parte de su marketplace. Y así, este artista de 29 años que intenta plasmar sus pensamientos y miedos ocultos en sus ilustraciones digitales pudo vender dos de sus cinco trabajos tokenizados. Otro exponente local es Gabriel Rud (41), quien tiene muchas obras NFT en varias plataformas. “No sigo lineamientos especiales para crear una obra digital y tokenizarla luego, las piezas las concibo para ser así directamente”, afirma.
Por su parte, desde el colectivo +CODE observan que, con esta disciplina, Argentina mejora la precariedad sistémica para los artistas: la falta de oportunidades para crear y la escasez de espacios para que circulen sus producciones. “Pueden dedicarle más horas, elaborar equipos de trabajo y profesionalizarlos. También hay un cambio actitudinal gracias al fortalecimiento de prácticas comunitarias en las que se adquieren piezas entre artistas”, comenta Reynaga.
El año pasado comenzaron a visibilizarse algunos de estos “criptoartistas” cuando el 10 y 11 de diciembre el colectivo CryptoArg realizó la muestra No existe tierra más allá en el espacio Chela de Parque Patricios, con 29 obras expuestas. “Trató sobre la concepción que podemos generar del mundo, sus límites, su forma, la imagen que tenemos de él, desde la perspectiva de una creciente abstracción en varias esferas de la vida”, explica su curadora, Merlina Rañi.
Argentina busca posicionarse con otros colectivos de tokenización, uno es Aura, que reúne a más de 150 artistas en cartera y, según sus creadores, destacan a artistas como Milton Sanz, el ruso Kitasavi (“nos sorprendió por la forma en que encuentra el orden dentro del caos”), Manards, Lucas Aguirre, Encodesgem y Joaquina Salgado, entre otros. Desde Aura plantean exhibiciones para 2022 en Buenos Aires, Córdoba, San Pablo y Londres. “Estaremos lanzando nuestro sistema para que las galerías de arte se puedan incorporar al mercado NFT. El propósito es llevar este arte, aún en estado emergente, a sus más altos estándares, como también legitimar y garantizar la autenticidad de las obras”, dice Juan Pablo Scheinsohn, uno de sus directivos.
Otro de los sitios líderes del país es BAG (Blockchain Art Gallery), que congrega a 130 artistas de Latinoamérica con curaduría algorítmica. “Con la misión de descentralizar el arte, invitamos a los usuarios a ser los responsables de votar y curar las obras publicadas mediante una interfaz sencilla y lúdica. Quienes participan en este proceso de curaduría reciben rewards (o regalías), aplicados al mundo del arte”, explica el curador Pablo De Sousa. También asoma el portal Enigma.art que, según reza el sitio, proponen “un espacio de unión entre el entorno crypto y la cultura, fomentando una red autentificada de apoyo mutuo entre artistas, coleccionistas y fans, donde confluyan todos los que se preocupan por el futuro de la expresión digital”. Y para marzo llegará Qurable, un marketplace local que apuntará al mercado del coleccionismo tokenizado.
Ante este auge nacional, Andrés Stanislavsky (30), hijo del creador de Cromy, lanzó el 14 de febrero un portal NFT de figuritas y cartas coleccionables como Basuritas, Ositos Cariñosos, Match4, Frutillitas y más. Además, el joven empresario abrirá Embassy, una casona de época para organizar eventos cripto, muestras, capacitaciones, meet up, y habrá varias pantallas para exponer arte NFT y así ser el puente entre el metaverso y el mundo físico. “Algunas obras NFT que mostraremos serán de Rogelio Polesello y Eduardo Costa, junto a la galería Cosmocosa”, adelanta Ana Cabuli, socia en Embassy.
¿Arte, negocio o estafa? Varios de los entrevistados coinciden en palabras claves para analizar este entramado: descentralización, transparencia, ruptura y horizontalidad. Desde +CODE (que abrirá su sede física en Abasto para realizar ciclos de exhibiciones pop up con artistas digitales) sostienen que el arte NFT es capaz de construir sus propias reglas, formas de exhibir y encontrarse con el público. “Nuestra generación vio un claro agotamiento de las instituciones artísticas y es una crisis oportuna para pensar alternativas”, dice Reynaga.
En tanto, el curador Rodrigo Alonso sostiene que esta criptodigitalización nos invita a pensar sobre la naturaleza del arte en un mundo crecientemente inmaterial y tecnológico. “Creo que la pregunta no es si los NFT son arte o no, sino qué es el arte ahora que existen los NFT”. Según él, los token no fungibles aparecen ligados al mercado, por eso cree que plantear la dicotomía de si es arte y luego negocio, o viceversa, no debería ser tan radical. “Hay implicancias conceptuales y filosóficas que no se pueden pasar por alto, que tienen que ver con la idea de posesión de la obra artística, la fruición de productos no materiales y los nativos digitales”, aporta.
Por otro lado, Julio César Crivelli, presidente de la Asociación de Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), cree que la oferta de obra NFT será tan grande que no sabe si habrá demanda. “Es complejo, si se descentraliza depende del precio, aunque el arte digital pienso que democratizará al arte. La transparencia en cuanto al flujo de dinero y los precios pagados por cada obra (como bien reza en cada plataforma de venta con el nombre del “dueño” correspondiente al lado de la imagen de cada obra) es un punto no menor. “Sabés a cuánto, a quién y, además, la podés revender: eso es transparencia. En el arte en general hay una gran opacidad y, en ambos formatos, mucha especulación”, sostiene Andrada, quien revela que compró un par de obras NFT en Foundation por 500 dólares cada una.
Otro de los desafíos son los costos de producción digital por parte del artista. Para solucionarlo, en plataformas como BAG los costos de minteo corren por cuenta del comprador de la obra. “Así, los artistas se llevan la mayor parte de la ganancia, el porcentaje restante se destina a las personas que ya adquirieron en BAG y a ONG dedicadas a la promoción e investigación del arte contemporáneo”, añade Martín González, CEO de la empresa y especialista en finanzas.
Pero semejante negocio encendió varias alarmas luego de que Open Sea, el mercado online líder de criptodivisas que permite subir NFT gratis, limitó a cincuenta la cantidad de tokens no fungibles por colección. Además, según un estudio publicado por ese portal, el 80% de los NFT creados son obras plagiadas, colecciones fraudulentas o spam. A esto hay que sumarle la proliferación de sitios falsos para captar billeteras digitales de los inversores, las sospechas de lavado de dinero a través de estas transacciones digitales (y siderales) o bien la hipervaloración de activos entre los mismo operadores NFT, para encarecerlos en forma ridícula y que muchos caigan en la trampa.
Otro de los interrogantes planteados es si el circuito tradicional de arte argentino está listo para sumergirse en el universo NFT. “No podría garantizar que pueda o deba amoldarse a este circuito, las posibilidades exceden a ese círculo ya que requiere cierta noción técnica”, sentencia Rañi. “A muchos de los coleccionistas de arte tradicionales no les va a interesar esta modalidad porque elimina muchas de las cosas que a ellos les interesan”, agrega Amaral. Y así parece ser.
El coleccionista Julio César Crivelli observa cierta neblina en este camino tecnológico en el que los NFT, para él, son un ensayo de difícil transición. Y hace un curioso paralelismo con La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica, obra del filósofo y crítico alemán Walter Benjamin. “Él hablaba del concepto del aura de la obra, lo único, y si eso se pierde o no cuando la misma está reproducida en muchos ejemplares. Los NFT intentan resguardar ese aura para que solamente puedan disfrutarlas las personas autorizadas por su dueño”, razona.
Por su parte, Aníbal Jozami, rector de la Universidad 3 de Febrero (Untref) y organizador de Bienalsur, explica que los NFT solo aportan seguridad de autenticación y transacción de una obra de arte. “Pienso que se confunde el valor de uso y el valor de cambio, ya que este fenómeno genera un exceso en cuanto a la comercialización: es inventar que hay un objeto único, intangible, que solo vos podés tenerlo. Eso sí, aporta a la democratización en cuanto al acceso”, agrega.
“No creo que todos los artistas se animen a dar el paso de sumergirse en este mundo. De todas maneras, es un universo que seguirá conviviendo con el mercado tradicional, así que los artistas podrán optar por uno, otro o ambos. El mercado de NFT es algo que suma, no resta”, dice Rodrigo Alonso. Mateo Amaral cree que el ámbito de las criptomonedas, tan volátil y variable, tracciona para que el futuro del arte NFT sea incierto. “Es imposible saber qué pasará, aunque el criptoarte sentó un precedente y llegó para quedarse”.
Criptoliteratura al debate
Disímil es el panorama actual entre el universo anglosajón y el hispanohablante en cuanto a fusionar libros y cadena de bloques. Una de las naves insignia es Creatokia, el portal alemán a cargo de Jens Klingelhöfer y John Ruhrmann –fundadores de Bookwire–, que reúne a centenares de autores, en su mayoría clásicos. Mientras tanto, el matrimonio entre las letras y los NFT está dando sus primeros pasos en Latinoamérica.
Uno de los últimos cimbronazos de la criptoliteratura lo dio el novelista y dramaturgo italiano Alessandro Baricco, quien relanzó Novecento. The source code en versión audio y está disponible en Open Sea. “Él hizo una lectura dramatizada, ensayó, grabó y creó esta obra como un acto performativo. Ergo: trabajó en equipo, como en el teatro”, explica el mexicano Federico Vite, especialista en nuevas tendencias editoriales.
Pero Baricco no fue el primero en encriptar su obra. En la literatura hispanoamericana figura el caso del cubano José Lezama Lima, quien editó Paradiso en formato texto y tokenizada para las plataformas Rarible y Open Sea. También asoma la poetisa colombiana Ana María Caballero, quien subió a Open Sea su obra Etherpoems (en audio como Baricco), o bien la española Ana Prats, quien comercializa en Rarible su novela Donde el viento da la vuelta. “Es magnífico si lo pensamos como una estrategia para sacudir el mainstream literario, prefigurarán el derrotero del consumo y la valoración de lo literario. Además, expande la experiencia de lectura con estímulos gracias a las herramientas auditivas. El capital simbólico que adquieran los autores NFT propiciará una burbuja, luego vendrá el verdadero aprendizaje”, sostiene Vite.
Según el novelista mexicano, la criptoliteratura es ideal para la divulgación y dimensionar los alcances de un autor (caso Lezama Lima o Prats) que usan como un dispositivo publicitario: se publica en papel, en e-pub, y tiene una segunda o tercera vista al convertirse en NFT. “Este mercado novel beneficia al autor, ya que quita algunos intermediarios que cierran el paso en la distribución de los textos, así las editoriales independientes engrosarán las filas de los NFT por mera inercia de mercado mientras las transnacionales se mostrarán más escépticas”, agrega.
Por su parte, algunos escritores argentinos se mantienen a raya de esta tendencia. Uno de ellos es la novelista Ariana Harwicz, nominada en 2018 por su traducción al inglés de la novela Matate, amor. “Confieso que tuve que guglear sobre términos como NFT y criptoliteratura. No tengo esperanza en estas tecnologías e individualización, es más, me parece una estafa y un camino perdido hacia la nada, solamente a meros efectos de mercado”, ratifica.
El escritor Federico Jeanmaire, ganador en España del premio Unicaja de Novela por Darwin o el origen de la vejez, opina que “es un mundo que queda lejos de la literatura y lo percibo como un negocio. No creo que aporte a la creación ni a la divulgación, si la entendemos como un asunto democrático y no respecto de una elite a la que le importe más la posesión de un archivo encriptado o el estatus que eso puede proporcionarle. Leer es otra cosa”, explaya el autor.
Harwicz agrega que la cultura NFT en el ámbito de las letra dejaría un profundo vaciamiento de lo filosófico del arte y solo sería una sustitución de la operación artística. “El mercado local no está preparado para esto, es como una parte activa del fracaso y de la anunciadísima muerte del arte”, dice ella a lo que Jeanmaire agrega: “Sospecho que estamos frente a un nuevo intento del capitalismo por hacerle creer a alguna gente que existe el valor allí donde no existe. Y que hay que pagarlo, claro”.