En el pie de imprenta del primer número, en el verano de 1944, aparece Arturo. Revista de Artes Abstractas, que no pudo cumplir con su propósito de aparecer “cuatro veces al año, al final de cada estación”. La publicación, cuyo comité de redacción estaba integrado por Arden Quin, Rhod Rothfuss, Gyula Kosice y Edgar Bayley, salió ese verano y nunca más. En la colección Reediciones & Antologías de la Biblioteca Nacional hay una edición facsimilar que reproduce, una vez más, este original proyecto en su doble sentido de único y singular.
Esos nombres, que denotan variadas procedencias, eran raros. Algunos de ellos remiten, como el caso de Gyula Kosice, al proceso de inmigración que se dio en la Argentina en la entreguerras. Hijos de inmigrantes nacidos en el país o que habían venido de muy pequeños. Lectores desordenados de teoría marxista, apuntes sueltos sobre psicoanálisis, manifiestos del surrealismo, mucha poesía y poca universidad fueron parte del ala radicalizada que irrumpió en la escena cultural que ya se estaba agitando por sí sola.
En una primera lectura, la revista tiene todo lo que una vanguardia necesita: los integrantes son jóvenes y están haciendo sus primeras armas en el mundo del arte y de las letras, tienen una pretensión de darle la espalda al pasado y proponerse como lo nuevo. Además de las experiencias de otras vanguardias, las históricas que arrancaron con el siglo XX. El concepto de “nuevo” es fundamental en estos movimientos. Se opone al de “novedad” que es, justamente, lo contrario. Mientras lo nuevo es radical, tabula rasa con el pasado, la novedad es lo que envejece, se somete a la lógica del consumo. Para cristalizar esta idea, los preceptos del Manifiesto de Vicente Huidobro de 1925, el poeta chileno del que se sirvieron para establecer filiación artística, son ideales: “Inventar es hacer que cosas paralelas en el espacio se encuentren en el tiempo, o viceversa, presentado así en su conjunto un hecho nuevo. El salitre, el carbón y el azufre existían paralelamente desde el comienzo del mundo: faltaba un hombre superior, un inventor que, haciéndolos juntarse, creara la pólvora. La pólvora que puede hacer estallar nuestro cerebro como una bella imagen”.
Asimismo, es interesante ver cómo Huidobro, que tuvo muchos admiradores pero nunca formó una generación, es apropiado por este grupo. Es que eran más poetas que otra cosa y de poesía están impregnadas las páginas de esa publicación, financiada en su totalidad por los artistas, y que salió con una tapa realizada con la reproducción de un taco original de Tomás Maldonado. Hicieron del creacionismo la punta de lanza para que la invención, la presentación (contraria al arte representativo) y la asimilación del materialismo dialéctico se fundieran con la obra de arte. Esto último, por ejemplo, no fue muy bien tomado por el Partido Comunista, que expulsó a todos y cada uno de esa agrupación. Entre textos de Gyula Kosice y Arden Quin y poemas de Huidobro, Bayley, el brasileño Murilo Mendes, entre otros, las ilustraciones y viñetas de Torres-García, Lidy Maldonado (luego conocida como Lidy Prati), Rhod Rothfuss, Piet Mondrian y Kandinsky, por mencionar a algunos de los participantes, se va armando una constelación que extiende sus límites y abreva de muchos de los “ismos” de ese momento. El constructivismo, el neoplasticismo, el suprematismo, el rayonismo son algunos de los digeridos por esta protovanguardia porteña. Al que no se tragaron fue al surrealismo. Por su parte propusieron, de movida, “Invención contra automatismo” y de plano borraron toda posibilidad de entrada en las filas que Breton y los suyos habían abierto unos veinte años antes en Francia.
Se llamaron Arturo porque Kosice encontró esa palabra, al azar, buscando “arte” en el diccionario. Estaba ubicada, alfabéticamente, un poco después y era el nombre de una estrella. Para colmo, la más brillante. Se encendió por única vez en el cielo de Buenos Aires. La revista se apagó, pero la iluminación todavía destella