CULTURA
Mario Levrero

Autobiografía involuntaria

A casi nueve años de la muerte de Mario Levrero,aparece un libro de entrevistas compilado por su amigo, el escritor Elvio E. Gandolfo, en el que repasa su vida y sus conceptos sobre la literatura.

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Bucear en Un silencio menos, de Elvio E. Gandolfo (Mansalva), es introducirse en la mente del escritor uruguayo Jorge Mario Varlotta Levrero (1940-2004), que luchaba contra las clasificaciones: “raro” le dijo el crítico Angel Rama, y otros lo clasificaban dentro del género de la ciencia ficción. El libro de Gandolfo funciona como una autobiografía “involuntaria”, como él hubiera escrito, donde están todas las actividades que emprendió en su vida: escribió un folletín (Nick Carter) y lo firmó como Jorge Varlotta, rodó tres cortometrajes en 16 milímetros, creó muchos crucigramas y juegos de ingenio, guionizó historietas (Santo Varón), escribió por encargo un manual de parapsicología que no pensaba publicar y también dejó una importante obra sostenida en novelas y cuentos.

Levrero se alimentaba de todo, no sólo de literatura sino también de historietas (era fanático de La pequeña Lulú, “pero de la original, en la que el guionista también era dibujante”) y también del cine de Tarkovski, Brian de Palma y Luis Buñuel; de hecho en sus textos se nota, como él mismo explica, la influencia de la imagen: “En primer lugar observás qué está pasando adentro, cuáles son las imágenes que hay en la mente: de pronto un sueño o una imagen se reiteran, misteriosamente. Ahí descubrís que hay todo un mundo, que empieza a salir a medida que vas escribiendo”. Pese a ello, la influencia de las novelas policiales, Lewis Carroll y Franz Kafka es clara. La lectura de El castillo, de Kafka, le sirvió para percibir que el mundo era “más complejo, más terrible, y carga sutiles complicaciones, tantas como no habíamos imaginado”. El escritor Ricardo Strafacce, que el año pasado compiló Nuestro iglú en el Artico, relatos escogidos de Mario Levrero para la editorial uruguaya Criatura, reafirma esta percepción: “Para mí es obviamente la más pura tradición de Kafka. Y yo lo llamaría, como a la de todos los escritores contemporáneos que amo, ‘realismo inverosímil’. O, como reviró Mauro Libertella, ‘irrealismo verosímil’”.

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Las experiencias influyeron en su literatura, experiencias en el sentido amplio del término. Por ejemplo, poco después de comenzar a escribir “me sucedieron cosas muy llamativas, de telepatía sobre todo, y luego tuve miles de experiencias más de distinto calibre”. Eso despertó su interés por la parapsicología, que lo llevó a una terapia parapsicológica para librarse de esas cosas llamativas; entonces llegó la petición de un ex sacerdote para que escribiera un manual de la especialidad. Según Elvio E. Gandolfo en el prólogo de Un silencio menos, este aspecto en apariencia trivial hizo que una generación de montevideanos respirara otro aire, y “gracias a él y su insistencia (que se advierte también en varias de sus Irrupciones) pudieron emplearse cada vez con menos culpa palabras como ‘espíritu’, ‘realidad’, ‘hipnosis’, ‘creatividad’, ‘inspiración’, ‘subconsciente creativo’”. Levrero creía en este punto que el mundo de los sueños estaba muy desprestigiado, y en sus libros empleaba sueños reales o inventados.

Fernanda Trías, escritora uruguaya que lo conoció personalmente cuando ella tenía 20 años, rescata la libertad de que habla Gandolfo y la eleva como su mayor legado, ya que la influencia literaria de Levrero entre los escritores de su generación es menor de lo que se piensa: “Escribir lo que uno debe y necesita escribir sin pensar en nada más, ni en la crítica ni en la repercusión ni en las modas”. Trías destaca que, pese a sus fobias y a su encierro, nunca se negaba a leer un manuscrito, pero tal vez uno de los rasgos principales en su escritura es que la imperfección no lo incomodaba, de ahí que se llevara tan bien con Felisberto Hernández y Roberto Arlt. Por eso cuando le dio a leer el manuscrito de La novela luminosa, “le marqué algunos pasajes que me resultaban demasiado largos y aburridos (sobre los programas de computación). El los miró y me dijo: ‘Tenés toda la razón, son un plomo, pero los voy a dejar igual’”.
Otra de las experiencias que influyeron en la vida y obra de este escritor fueron sus desplazamientos, y esto no tiene que ver necesariamente con las mudanzas –de Montevideo a Buenos Aires a mediados de los 80, de Buenos Aires a Colonia a finales de esa década, de Colonia a Montevideo en los 90– sino con el simple hecho de caminar, que bastaba para que él viviera una experiencia diferente. En El alma de Gardel, un interesante ejercicio sobre la superposición de imágenes y cómo influye eso en el recuerdo exacto de uno o varios hechos, el narrador dice: “Caminar me permite formas de pensamiento que no puedo obtener estando sentado en casa”.

Su hijo, Nicolás Varlotta, cree en este sentido que con su mudanza a Buenos Aires “hubo un vuelco radical en su literatura”. Para él, que abandonara Montevideo para aceptar un trabajo en una agencia de juegos y acertijos y se instalara en un departamento sobre la calle Rodríguez Peña fue decisivo, porque a él “moverse le costaba horrores” y porque la ciudad, aparte de ser un lugar “extraño e inmenso”, le impuso una vida diurna, lo que se tradujo en una pérdida de la conexión “con la parte nocturna, onírica, con la parte inconsciente, de la que se había alimentado su literatura hasta ese momento”. Nicolás cree que este vuelco se observa en Diario de un canalla –que en algún momento pensó en incluir en La novela luminosa– y marca el abandono de su estilo inicial “kafkiano”, al que aludía Strafacce.

Volviendo a los desplazamientos (que, a propósito de nombres, así se llamó la novela que por mucho tiempo reivindicó como su favorita), a Levrero en Buenos Aires le encantaba viajar en subte, ya que pensaba que había algo de aventura en ello. Pero por otro lado no se movía del radio entre el Obelisco y Congreso, y por eso afirmaba en ese entonces que seguía siendo el mismo viajero miedoso: “Voy extendiendo muy lentamente mi zona de circulación con mi casa, el trabajo (que queda a pocas cuadras) y unas cuantas cuadras del centro como eje. No me alejo mucho de ese sector”. El problema que tuvo en Buenos Aires fue que le costaba mucho escribir, porque básicamente no tenía tiempo; el trabajo, según decía, le quitaba esa posibilidad.

Cuando se mudó a Colonia, un pueblo mucho más tranquilo del interior del Uruguay, donde pudo escribir Dejen todo en mis manos y El discurso vacío, para muchos una de sus obras cúlmines, seguía quejándose del lugar, ahora no por el trabajo agobiante sino por el pueblo: “La etapa de Colonia fue una especie de muerte. Lo que dice en El discurso vacío es clarísimo, nunca viví nada tan parecido a la muerte como eso”. También se quejaba de las entrevistas y de la crítica, pese a que hizo tanto una entrevista a él mismo (ver recuadro) como reseñas literarias. Por ejemplo, de la crítica decía: “Yo tengo por ahí escrito que la función de la crítica es reprimir la locura que puede trasmitir el arte. Te cambia el punto de vista, te hace leer el texto de otra manera, desde el aspecto intelectual. Es una función represora, de tipo policial”. Sin embargo, cuando ya estaba más consolidado como escritor, suavizó esta opinión: “Actualmente (1998) la crítica puede ser un diálogo molesto para el autor, pero necesario para que crezca y se desarrolle una literatura”.

Mario Levrero dejó como primera albacea a su viuda, Alicia Hope, y como “suplente” al hijo de ella, Juan Ignacio. En 2009 Nicolás Varlotta (ver recuadro) regresó a Sudamérica de su periplo por Estados Unidos y España, y se instaló primero en Uruguay y luego en Argentina; desde hace poco, invitado por Juan Ignacio, se ha ido involucrando en las decisiones editoriales. Y desde el año pasado la familia trabaja con una nueva agente literaria. El objetivo, según Nicolás Varlotta, es llegar a otros mercados, contar con una opinión experimentada y “centralizar y sistematizar aspectos relacionados con los contratos, derechos”. Por eso, además de Un silencio menos, por estos días también se presenta Conversaciones con Mario Levrero, de Pablo Silva Olazábal (Editorial Conejos).