En un día a comienzos de marzo, en un año indeterminado a fines de la década del 30 o principios de los 40, Jorge Luis Borges ubica el cuarto crimen de su célebre cuento La muerte y la brújula: ese asesinato faltante en cuya posibilidad solo creía el detective Erik Lönnrot, protagonista del relato, cuando todo parecía señalar que los tres ya perpetrados las noches del 3 de diciembre, 3 de enero y 3 de febrero cerraban un perfecto triángulo equilátero sobre el mapa.
Como es sabido, el investigador estaba seguro de que uno más se tenía que cometer antes de la medianoche del 3 de marzo, mientras que la policía y la prensa se habían dado por satisfechas con los tres ya acontecidos. Lönnrot había llegado a esa conclusión basándose en indicios provenientes de la geometría y de la tradición judía, dado que todas las víctimas profesaban esa religión.
Por un lado, a lo largo del cuento se repite –en pinturerías, trajes de arlequines y vitrós– la imagen del rombo o losange: figura de cuatro puntas correspondientes, quizás, a la misma cantidad de muertes. Del acervo cultural judaico, en cambio, el detective prestó atención a una monografía sobre el Tetragrámaton (nombre tabú de Dios: YHVH, cuatro letras) hallada entre los papeles del primer asesinado, y a una frase resaltada a mano en un libro abierto en el escenario del tercer crimen: “El día hebreo empieza al anochecer y dura hasta el siguiente anochecer”.
Esta última sentencia, razona el investigador, debía referirse a la hora en que se habían perpetrado los homicidios, tal como se lo confirma al final el propio asesino, Red Scharlach, al confirmarle que él mismo la había subrayado: “Ese pasaje daba a entender que las muertes ocurrieron el cuatro de cada mes”. A la revelación sigue la muerte, porque Lönnrot era la víctima elegida para el cuarto crimen que completa sobre el mapa la figura de un rombo y no un triángulo.
Ernesto Sabato afirmó que en este relato “no se cometen asesinatos, sino que se demuestra un teorema”, y que es un “legítimo descendiente de la novela científica inaugurada por Poe”. Sin embargo, un error fáctico muy grueso, casi indigno, ensucia su resolución, y es que los días que empiezan y terminan al salir la primera estrella son los del calendario hebreo, no los del gregoriano. Por caso, hoy es el 17 de Adar de 5778, que comenzó al caer la tarde del 3 de marzo y terminará a la misma hora de hoy; pero el 4 de marzo de 2018 empezó a la medianoche para todos los humanos sin distinción de credos.
Es un misterio cómo pudo Borges cometer un error así, a no ser que en realidad se esté riendo de nosotros desde hace casi ochenta años. El otro misterio es cómo nunca nadie lo hizo notar.
El académico Saúl Sosnowski, autor del libro Borges y la Cábala, se mostró sorprendido por la observación pero apeló a la suprema astucia borgeana: “Para que un detective o un policía gentil lo entendiera, nada más simple que conjurar dos calendarios bajo una misma bandera. Después de todo, ¿no lo ha hecho Borges en su heterodoxia hasta con datos históricos?”. E ironizó sobre el hecho de que la fecha de esta publicación sea el 4: “Debería haber salido en el diario de ayer, en la edición vespertina”.