Saber ver, hacer ver. Esos son los grandes aportes de Gilles Deleuze a la historia de la lectura. Hay pruebas abundantes en Kafka, por una literatura menor, en Proust y los signos y hasta en sus ensayos sobre cine, La imagen tiempo y La imagen movimiento. Su estrategia, de la que se puede extraer un principio universal como su celebrado "lo kafkiano es otra cosa" (por lo tanto, todo es otra cosa y nada es lo que parece) es el desvío. Los movimientos de Deleuze en las profundidades de los textos o de las imágenes en las que interviene, dejando en ellos una memoria de sus lectura tan inolvidable como la que dejan las obras, son impredecibles y se alimentan de una voluntad inaugural. ¿Así que todo esto fue leído hasta el hartazgo? Perfecto. Entonces olvidémonos de todo y empecemos de nuevo.
En Crítica y clínica (1993) se reúnen varios ensayos sobre literatura en los que se lo ve nadar contra la corriente, especialmente contra las mareas del psicoanálisis y sus "estribillos". No iba a privarse -otra vez- de saltar la valla de Edipo. Para Deleuze, no hay "función paterna" en Bartleby, el cuento de Melville, porque "se pierde en beneficio de fuerzas más oscuras". El beneficio que ve es literario. No hay grandes obras de arte en la literatura sin un poco de psicosis porque, en el fondo, el arte de la literatura es el del enloquecimiento de la lengua.
La idea de Proust, formulada en Contra Saint Beauve, cuando casi por accidente dice que "los libros hermosos están escritor en una especie de lengua extranjera", se traduce en Deleuze como la postulación de una experiencia obligada de locura. Según el juicio de Deleuze, tanto Melville (y Louis Wolfson) como Raymond Ruossel no hacen otra cosa que "introducir un poco de psicosis en las neurosis" de, respectivamente, las lenguas inglesa y francesa.
Hay un efecto secundario muy importante en las lecturas de Deleuze agrupadas en Crítica y clínica, y es el que detecta dónde está el arte. Ya lo había dicho en Por una literatura menor, escrito junto a su socio Guattari (el arte literario: lo menor adentro de lo mayor), y vuelve a decirlo en su versión poética del ya célebre texto La literatura y la vida: "La salud como literatura, como escritura, consiste en inventar un pueblo que falta". Por supuesto, esa salud se llama también enfermedad.
¿Quiénes son los artistas de la escritura que hacen delirar la lengua? Son Proust, Melville, Wolfson, Lewis Carroll, Alfred Jarry ("el precursor de Heidegger"), Kafka, D.H. Lawrence, Whitman, Sacher-Masoch, quienes se entreveran con Spinoza, Kant y Nietzsche, a su modo también "enloquecedores" de la lengua. En otro nivel, aparece un convidado de carne y hueso al que le presta mucha atención: Beckett. No para colocar bajo observación su obra literaria sino su película Film, que ya había llamado la atención de Deleuze en sus ensayos sobre cine. En este regreso, sigue viendo en Film la fobia de Beckett a ser percibido pero ya no le interesa tanto analizar "el sistema de convenciones cinematográficas simples" que impone. Se inclina por rastrear las profundidades filosóficas que lo mueven y que consiste en llevar al personaje a dejar de hacerse ver. "Volverse imperceptible" -dice Deleuze en las líneas más programáticas del libro que lo hermanan con Beckett- "es la Vida 'sin cesar ni condición', alcanzar el chapoteo cósmico y espiritual".
Juan José Becerra