CULTURA
Libro / Reseña

Clásico de la semana: "Textos recobrados 1956-1986", de Borges

Los textos reunidos en el volumen fueron producidos en la temporada de ceguera del escritor, en la que su relación con la literatura ya no es directa; un Borges convertido en artista oral.

Jorge Luis Borges 07012019
Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899 - Ginebra, 1986), uno de los autores más destacados de la literatura del siglo XX. | Cedoc Perfil

En Julio de 1968, en un homenaje a Xul Solar, Borges citó unas palabras de Bernard Shaw tras la muerte de William Morris, donde se asegura que los muertos recién desaparecen con la muerte de los deudos y que, por lo tanto, éstos deben continuar su pensamiento “así como Platón hizo con Sócrates”. Unos días después, vuelve sobre la misma cita; esta vez en un discurso pronunciado en la Sociedad Hebraica con motivo de la muerte del escritor Carlos Grumberg. 

En los Textos recobrados: 1956-1986, que abarca su temporada de ceguera, en la que su relación con la literatura ya no es directa (escribe a través de amanuenses, lee a través de quienes le lean), Borges es un artista oral que interviene sobre todos los espacios en base a los instrumentos probados de las citas y las ideas repetidas. En 1969, le obsequia a un lector un poema llamado “La espera”, y el lector le recuerda que hay un cuento con el mismo título en El Aleph; y en 1970 escribe “Isidoro Acevedo”, poema homónimo del publicado en Cuaderno San Martín, en 1929. Pero es el propio Borges quien advierte estos fenómenos de reincidencia en medio de una de sus apariciones públicas: “¿Qué otra cosa le queda a un hombre de setenta años sino repetirse?”.

Los ecos de esas repeticiones son los resplandores aún efectivos de su genialidad y la evidencia de que su literatura comenzó a ser una forma cerrada a partir de la ceguera. Desde entonces, volver sobre lo mismo no fue solamente una experiencia del hombre maduro visitando un catálogo fijo de recuerdos, sino también la ratificación constante de formas consumadas. En sus últimos años, Borges fue un comentarista asiduo de sí mismo y de sus ideas. La infancia europea, los maestros -Rafael Cansinos Assens, Macedonio Fernández-, su amor físico por ciertos libros de la biblioteca familiar así como su odio a Perón y su simpatía por la censura, comienzan a desviarse lentamente. Como si el hombre que hasta entonces era todo obra comenzara a caer en las vulgaridades de la vida. De pronto aparece como un hombre que habita el tiempo que aborrece: el tiempo histórico. Su firma aparece en solicitadas, mezclándose con las de Pepe Biondi y Fernando Siro; y litiga con Carlos Hugo Christensen por la versión cinematográfica de “La intrusa”.

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Pero como toda edición de propósito arqueológico, Textos recobrados 1956-1986 tiene sus grandes momentos. Uno de ellos -seguramente el más inesperado- es el de la irrupción de un Borges desconocido, entregado al ejercicio involuntario de un registro que es el de la novela realista (su archienemiga, su Perón literario). Se trata del folleto que en 1968 escribe para la línea aérea Varig, donde se describe el atractivo de Bariloche, Mar del Plata, Iguazú y otros puntos buscados y pisados por las zapatillas del visitante extranjero. En cada texto se aprecia la dificultad de operar en un lenguaje sin citas ni alusiones a materiales tomados de los yacimientos de la literatura. Se ve el vértigo borgeano ante el vacío. Los paisajes no parecen haber sido advertidos por Borges en un sentido artístico (menos todavía en un sentido novelesco), y no alcanza con argumentar que era ciego porque el problema es que no los “imagina”.

Juan José Becerra