CULTURA
siglo XX: Grandes exitos

Clásicos de nuestro tiempo V

Entre los muchos progresos que el siglo XXI ha realizado respecto de su precedente, no se cuenta el de haber podido construir clásicos literarios de la misma envergadura que los del siglo XX, por su potencia estética, su osadía de pensamiento o su radicalidad política. “Lolita”, la gran tragedia del deseo que escribió Nabokov, nos resulta hoy tan intolerable (y tan necesaria) como cuando fue publicada.

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Vladimir Nabokov nació el 23 de abril de 1899 en el seno de una rica familia aristocrática que, en 1919, abandonó la Unión Soviética. Entre los 25 y los 40 años, escribió diez novelas en ruso. A partir de 1940, comenzó a escribir en inglés, lengua que prefirió a cualquiera de las otras que tenía a mano, por su plasticidad. A partir de 1941 enseñó sucesivamente en Stanford y en Cornell, adquirió la ciudadanía norteamericana (1945) y comenzó a escribir en inglés americano (Barra siniestra, 1947). 

En 1955, apareció en París Lolita. Tres años después, la novela se publicó en los Estados Unidos y, en 1959, Enrique Pezzoni la tradujo para Sur, y el seudónimo que utilizó entonces (Enrique Tejedor) lo sobrevivió durante muchos años en ediciones cada vez más alejadas de la original, porque la versión era tan buena que sus pocos deslices y omisiones no opacaban sus aciertos. 

Lolita se dejaría leer como una tragedia del deseo y la crueldad entendidos como cárceles. Humbert Humbert oscila entre la inhibición y la desinhibición de su propio deseo y su propia crueldad (solo por la vía del asesinato llega a la ascesis). Lo mismo podría decirse del narrador de la novela, que mata cruelmente a sus personajes: Lolita se publica cuando Lolita ya ha muerto, en la Navidad de 1952, al dar a luz a un niño muerto. Antes, en noviembre de ese mismo año, Humbert Humbert ha sido víctima de una trombosis coronaria. Annabel, la proto-Lolita, cedió a la fiebre tifoidea a la edad de 13 años, Valeria (la primera mujer de Humbert) también muere en el parto, Charlotte, la madre de Lolita, es víctima de un accidente de tránsito, Jean Farlow (su amiga) muere a los 33 años de cáncer, Charlie Holmes (el muchacho al que Lolita conoce en el campamento) muere en la guerra de Corea y Quilty es asesinado por Humbert Humbert. 

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Pero además de una tragedia del deseo y la crueldad, Lolita es un documento del traspaso de una cultura (el humanismo burgués) a otra (el masscult, la cultura industrial): “Debía inventar Norteamérica”, escribe Nabokov, y esa invención lo separa de la Literatura de Ideas, que constituye la gran tradición del realismo occidental. 

Y sin embargo, Lolita elige un tema escandaloso ya en su época, alrededor del cual se levantan edificios enteros de ideas: ¿es tolerable el amor por la niña, sobre todo cuando involucra un secuestro y, en la práctica, una violación?

En la serie de las publicaciones, Lolita o las confesiones de un viudo blanco, sigue a ¿Do the Sens Make Sens?, según el alucinado prólogo de la novela, firmado por un inverosimil “John Ray, Jr., Ph.D.”, donde además se lee que “la apasionada confesión de H.H. es una tempestad en un tubo de ensayo; que por lo menos el 12% de los varones adultos norteamericanos –estimación harto ‘moderada’ según la doctora Blanche Schwarzmann (comunicación verbal)– pasa anualmente, de un modo o de otro, por la peculiar experiencia descripta con tal desesperación por H.H.; que si nuestro ofuscado autobiógrafo hubiera consultado, en ese verano fatal de 1947, a un psicopatólogo competente, no habría ocurrido el desastre. Pero tampoco habría aparecido este libro”.

Apenas cuatro años mayor que Nabokov, Alfred Kinsey (1894-1956) era, como el novelista, un entomólogo notable. Kinsey estudiaba avispas, Nabokov cazaba mariposas. En 1938, la Asociación de Mujeres de Estudiantes de la Universidad de Indiana pidió un curso sobre sexualidad para estudiantes casados o comprometidos. La encomienda recayó en Kinsey, quien publicó en 1948 Comportamiento sexual del hombre y en 1953 Comportamiento sexual de la mujer. 

El método Kinsey, como el de John Ray Jr., es esencialmente cuantitativo: entre 1938 y 1952 se realizaron 18 mil entrevistas cara a cara sobre 521 ítems totales sobre la experiencia sexual de las personas. Las respuestas, tabuladas y cuantificadas, alarmaron a la sociedad norteamericana. 

El científico propuso una escala de siete escalones, cuyo parentesco con las tablas del sistema de clasificación demográfica según niveles de poder adquisitivo establecido a mediados del siglo pasado por el National Readership Survey (A, B, C1, C2, D1, D2, E) es evidente. 

Una tecnología para la tipificación del público lector (para reorganizar en cierta forma lo que la noción de “masa” había desorganizado para siempre) coincide con (deviene en) una tecnología para la tipificación de comportamientos sexuales. 

Entre las conclusiones “dogmáticas” a las que Kinsey llegó luego de analizar sus Comportamientos (y que por eso mismo siguen siendo objeto de polémicas), se destacaba la bisexualidad genética. Los niños, por otro lado, sostenía el entomólogo, como el resto de los mamíferos, están predispuestos a la actividad sexual desde el momento en el que nacen. Las actividades sexuales entre niños y adultos forman parte de los “desahogos sexuales” (“sanitary relations”, en la terminología de Humbert Humbert).

Como los Comportamientos de Kinsey, cuya retórica parodia desde el comienzo, Lolita solo puede existir en y por la cultura norteamericana en ese momento de mutación cultural y antropológica que coincide con su expansión como cultura industrial global. 

Lo que se impone es un régimen escópico nuevo que viene de la cultura cinematográfica y sus fantasmas. Como Judy Garland y Liz Taylor, Lolita es una starlet. 

Pero esa starlet, dice Humbert Humbert, no cabe en el repertorio fantasmático de figuras del star system. Lolita es la construcción de una mirada y por eso la escisión alcanza a la niña (real), haciéndola devenir nínfula (imaginaria): “Lo que había poseído frenéticamente, cobijándolo en mi regazo, empotrándolo, no era ella misma, sino mi propia creación, otra Lolita fantástica, acaso más real que Lolita. Una Lolita que flotaba entre ella y yo, sin voluntad ni conciencia, sin vida propia”.   

El régimen escópico que la novela tematiza encuentra en los espejos deformantes los fundamentos de su lógica. Por eso, Lolita se deja leer bien como deformación de la pederastía griega. 

Lo que une ambos modelos (el griego y el norteamericano) es la fascinación que, ya desde Virgilio (“que pudo cantar a la nínfula con un tono único, pero quizá prefería el perineo de un jovenzuelo”), liga sexo y espanto y establece el nacimiento de la culpa. 

Lolita puede leerse como una tragedia del deseo: el deseo como cárcel, el deseo monstruoso, el sexo y el espanto (la crueldad).

La negativa de los editores a publicar Lolita, supone Nabokov en el epílogo, “no se basaba en mi tratamiento del tema, sino en el tema mismo, pues hay por lo menos tres temas absolutamente prohibidos para casi todos los editores norteamericanos. Los otros dos son: un casamiento entre negro y blanca de éxito completo y glorioso que fructifique en montones de hijos y de nietos, y el ateo total que lleva una vida sana y útil y muere durmiendo a los ciento seis años”.

De los tres “temas prohibidos” que Nabokov enumera en Lolita, dos de ellos tienen final feliz mientras que la paidofilia, en cambio, convoca a una muerte generalizada. Lo que Humbert Humbert no entiende (y de ahí su patetismo) es el deseo del otro. Ésa es la falla, la grieta, el agujero y la aporía: sexualizar el cuerpo de la infancia para declararlo al mismo tiempo intocable. 

Es la transformación de la pederastía griega (una institución pedagógica) en una relación heteropatriarcal (paterno-libidinal) imposible. Es la razón por la cual las últimas palabras de Humbert Humbert a Lolita son: “Be true to your Dick”.