CULTURA
Ines Fernndez Moreno

Contra el unicato

Hija y nieta de los poetas César y Baldomero, la autora de “ Hombres como médanos” y “ La profesora de español” elige a Buzzatti y Calvino, Proust y Maupassant, Cortázar y Ocampo, Cheever y Lorrie Moore. Pero aclara: “ Muchos me gustan por distintas cosas. Y soy de carácter vacilante. Lo del unicato, por lo tanto, no me va”.

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"Muchos me juzgan por distintas cosas, y soy de carcter vacilante". | Tali Elbert

Inés Fernández Moreno nació en Buenos Aires en 1947. Es licenciada en Letras y estudió Historia del Arte y Literatura Clásica españolas en Madrid. Trabajó como periodista, colaboró en la edición de poemas de su padre y fue directora creativa en una agencia de publicidad. Es autora de los libros de cuentos La vida en la cornisa, Un amor de agua y Hombres como médanos, y de la novela La última vez que maté a mi madre. Recibió los premios Juan Rulfo y el Internacional de Cuentos Max Aub por el relato En extinción, entre otros.

Sin trabajo tras la debacle de 2001, con dos hijos adolescentes, aterrizó con su marido en España. De vuelta, en 2005, durante una entrevista de Página/12 a propósito de la publicación de La profesora de español, una historia de exilio económico, explicó: “ Esta novela es triste y medio melancólica, pero también tiene humor, y para mí el humor es un componente muy importante (...), está relacionado con la inteligencia y la comprensión de la realidad (...), es una herramienta poderosa que te permite tomar distancia de los problemas”.
Aquí habla de sus lecturas y supersticiones sobre el oficio de escribir.

—¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?
—Tengo mala memoria. Pero los primeros que recuerdo son las versiones infantiles de los clásicos de la colección Araluce: los cuentos de Grimm y de Andersen, Robinson Crusoe, El Cid, La Ilíada, cuentos de Las mil y una noches…, etc. Le habrá seguido la colección Robin Hood, el regalo obligado en los cumpleaños de mi infancia: Mujercitas, si eras mujer; Sandokán, si eras varón. Por suerte, había algunos despistados. Ya en versión adulta y completa, recuerdo con precisión: El conde de Montecristo, La odisea, El viejo y el mar y Lolita, que leía fascinada a escondidas.

—¿Cuál es su autor favorito vivo?
—Todavía no cerré el ranking, y sospecho que no llegaré nunca a hacerlo. Muchos me gustan por distintas cosas. Y soy de carácter vacilante. Lo del unicato, por lo tanto, no me va. ¿Y por qué vivo? Los que tengo más vivos en mi corazón y en mi memoria son Buzzatti y Calvino, Proust y Maupassant, Cortázar y Ocampo, Cheever y Lorrie Moore (¡una que está bien viva!).

—¿Qué libro se llevaría a una isla desierta?
—Otra vez el unicato. Tal vez Las mil y una noches. Y La montaña mágica, porque entonces sí tendría el tiempo y la paciencia necesarios para leerlo completo, con todas sus disquisiciones filosóficas.

—¿Cuál es el último libro que leyó o que está leyendo en este momento?
—Terminé de leer Austerlitz, de Sebald, que me resultó deslumbrante. Y ahora estoy leyendo a Margaret Atwood que, por otros motivos muy diferentes, también me gusta mucho.

—¿Qué libro reciente no pudo terminar de leer?
—Este es el espacio para la malevolencia. Podría decir literalmente que muchos (anónimos), porque acabo de ser jurado de dos premios. También que en los últimos tiempos ya no me preocupo tanto como antes por tratar de leer cosas que no entiendo o que me aburren. De manera que si un libro no me provoca algo interesante en las primeras cincuenta páginas, lo dejo. Lo que muchas veces puede hablar mal de mí y no del autor desechado.

—¿Qué libro quisiera releer pronto?
—No sé si pronto, pero me gustaría releer El Quijote. Y Ferdydurke.

—¿Cuándo escribe?
—Antes, cuando trabajaba muchísimo, escribía en los huecos, apurada y febrilmente. Ahora, que tengo más tiempo, escribo lenta y desapasionadamente después de haber agotado todas las excusas, desde iniciar los trámites de jubilación hasta despulgar al perro. Eso hace que mi producción sea escasa.

—¿Quién debería ser el próximo Nobel?
—No lo sé. No tengo un panorama de la literatura universal como para contestar seriamente. ¿Tal vez Borges, post mórtem?

—¿Cuáles son sus rituales o supersticiones a la hora de escribir?
—Uno ya lo comenté antes: tengo que terminar de hacer una docena de cosas más o menos inútiles, tengo que remontar la sensación de que “eso” ya lo escribí y olvidarme por completo de las cosas extraordinarias que leí.

—¿Cuál es su comienzo favorito de la literatura universal?
—El de La odisea