CULTURA
Apuntes en viaje

Conversaciones

Hablamos de la cantidad de cosas pequeñas que una comparte con otro en un largo matrimonio de las que cada uno se ocupa en una división tácita del trabajo de estar en pareja.

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Conversaciones. | marta toledo

Estos últimos días el clima está feo. El tiempo siempre a punto de descomponerse. El cielo gris, la humedad. No dan ganas de hacer nada. Y a eso me entrego: a hacer nada durante horas. Toda la mañana tomando mate y mirando los árboles del fondo por los ventanales. Unos pájaros gordos marrón rojizo, grandes como cuises, se confunden entre las hojas caídas del roble. Los gatos también los observan. Corazón, el más joven, después de pensarlo un rato, junta un poco de voluntad y sale, corre agazapado unos metros, pero alguna otra cosa llama su atención y a mitad de camino cambia de idea y regresa. Demasiados pájaros, demasiado grandes, se empalaga como me pasaba a veces frente a la vidriera de una panadería.

Tengo dos novelas por terminar de leer, pero en vez de eso cuando paso por al lado de la canasta de las verduras para calentar más agua para más mate veo el repollo que compré hace un par de días, hermoso, turgente, y pienso por qué no hacer niños envueltos a la noche. Agarro el teléfono y busco la receta y entra el audio de una amiga. Le cuento que aquí estoy sin hacer nada. En su mensaje, de fondo, se escucha a sus hijos, uno de cinco y la otra de tres. Le digo que esta mañana agarré un pan de manteca sin abrir y cuando vi la fecha de vencimiento, 20 de octubre, me llené de expectativa, empecé a pensar qué estaré haciendo el 20 de octubre, hará calor, estaremos en la terraza tomando una cerveza… ella se ríe y me dice que parezco Graciela Alfano hablándole a la tostada. También hablamos de una amiga en común, el domingo murió su abuela y el lunes a la madrugada asesinaron a una amiga suya. En el audio que me mandó anoche dice: las balas pican cada vez más cerca, amiga. Y es cierto: esa muerta que sale en las noticias siempre es la amiga de alguien.

Qué difícil transitar un duelo en estas circunstancias. Hace unas noches hablé con mi amiga que enviudó hace poco. Es raro pensarla viuda, como es raro que sea abuela. Su hijo mayor tiene un nene de dos años. El año pasado, cuando su marido estaba internado en Buenos Aires, fuimos con el bebé a un parque; ella lo llevaba a upa mientras caminábamos y en un momento el nene me tiró los bracitos. Ella le sonrió y le dijo: ¿viste? es otra abuela. Después de un momento de sorpresa yo también me reí. Supongo que esperaba que dijera “tía”. ¿No fue hace poco cuando cargaba así a su hijo que ahora es padre? ¿No es el mismo bebé? ¿No somos nosotras dos de veinte años? Un poco sí, pero ya no.

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Esa noche hablamos de la cantidad de cosas pequeñas, banales, que una comparte con otro en un largo matrimonio, que se dan por sentadas, de las que cada uno se ocupa en una división tácita del trabajo de estar en pareja. Por ejemplo, que te den de baja la cuenta de Netflix porque estaba a nombre de él, con su tarjeta de crédito.

Mi amiga nació en el campo. Siempre la admiré, entre otras cosas, porque maneja desde los diez u once años. Me dice que ahora piensa en volver a vivir en el campo. Fantasea con eso, no es una decisión tomada, pero nos reímos imaginándola convertida en una ermitaña con una escopeta cruzada en el pecho. Seguimos hablando de nuestras cosas diarias que no tienen muchas novedades. Qué estamos cocinando. Qué hicimos el fin de semana. Cómo de repente todo se ha vuelto tan irreal. Para ella por partida doble porque además de la pandemia y el aislamiento acaba de perder a su marido. Todo está desencajado. Y antes de cortar las dos nos preguntamos como un eco: cuándo pasará. Cuándo pasará.