CULTURA
Entrevista a Eduardo Orenstein

Degollinas y libros viejos

Personaje excéntrico y multifacético de Buenos Aires, el autor reflexiona sobre la saga “El gaucho sin cabeza”, historia que ya tiene publicados siete tomos.

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Eduardo Orenstein es un personaje multifacético. Es propietario de la librería Rayo Rojo (Galería Bond Street), uno de los cubiles más legendarios y de culto en lo que a literatura pop se refiere. Fue también corresponsal extranjero (pasó cuatro meses en Perú durante la toma de rehenes de la embajada), documentalista especializado, creador del primer Museo Erótico de Buenos Aires (y seguramente el mayor coleccionista y conocedor de estas vertientes en el país), miembro estelar del Teatrito de Personalidades Rioplatenses (creación del artista plástico Ral Veroni), especialista en palíndromos, pintor, traficante de libros viejos, periodista cultural y escritor.

Orenstein está en el detalle minúsculo, conoce al dedillo cosas extrañas como las obras publicadas en Buenos Aires sobre el teatro de Grand Guignol, primeras ediciones imposibles de hallar de libros extraños, muñecos valiosísimos de décadas atrás y folletines mohosos que ya nadie recuerda. En ese basural de la desmemoria, Orenstein rescata el combustible que usa como fuente de inspiración para sus textos.

Su compañero de andanzas, el artista plástico y poeta Ral Veroni, es quien imprime los libros de La saga del gaucho sin cabeza con el sello de Ediciones Urania, sito en la galería Mar Dulce (refugio de los mejores grabadores del país). Veroni, además, es quien desde hace un tiempo organiza una excursión en la zona de Flores donde traza un marco de relación entre las calles y sus nombres, que coinciden con quienes murieron víctimas de la degollina (La refalosa de Ascasubi hace un eco ahí).

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Orenstein también recurre a las negruras del pasado (que muchos revisionistas niegan) para exprimir sus riquezas literarias en La saga del gaucho. Acerca de esto, sostiene: “La cefaléutica es un estudio de todas las calles que tienen relación con personas que fueron degolladores, degollados o decapitados. Es un símbolo muy obvio: cómo se cortan las líneas de pensamiento. Si me tirás de la lengua estás hablando del movimiento político más importante de la historia argentina, que es el peronismo y que nadie lo puede explicar, porque no es un movimiento ideológico. No es racional, es un sentimiento”.

Lo más llamativo de charlar con Orenstein acerca de la autoría de La saga del gaucho sin cabeza es que, al parecer, una mezcla rara –y explosiva– de humildad y de egocentrismo exacerbado le impiden confesar su autoría y recurre para ello al uso de un heterónimo, camuflado con el nombre Agente Rayo: “Yo soy el asistente del Agente Rayo. El estuvo muy piola en contratarme a mí, porque es tan difícil conseguir un representante como conseguir un editor. Además suena medio chanta si el Agente Rayo tiene que hablar de su producto y decir que es maravilloso, ¿no?”.

—¿Y qué es para vos, o para el Agente Rayo, lo que hace tan especial a esta saga?

—Es que la saga es tan original que es muy difícil decir que no te gusta. Y es difícil porque no se la puede comparar con nada. Sería mala si fuera una cosa de ciencia ficción y tuvieras que compararla con Bradbury; pero como no es ciencia ficción, no. Es una cosa medio intangible, gana mucho por el lado de la originalidad, por ese lado tiene el éxito ganado en un 50%.

La saga empezó como una broma interna del grupo de chat de los miembros del Teatrito. A pedido de Veroni, Orenstein dio vida al Agente Rayo para que pusiera un poco de locura a unas charlas que estaban plagadas de pomposidad y pedantería presuntuosa. “El Agente entró un poco como un guerrillero. En medio de eso surgió una discusión sobre descabezados y degüellos en el Río de la Plata, que eso sí le apasiona al Agente Rayo”. Ahí se planteó escribir algo en plan de cadáver exquisito, pero Orenstein (léase Agente Rayo) se dejó llevar por la inspiración y se cargó el muerto (sin cabeza) sobre sus hombros y la siguió solo. Y la historia ya tiene publicados siete tomos, donde se conjugan el erotismo, la cultura de folletín, la literatura trash, la campera, las tradiciones folklóricas y las mitologías religioso-políticas de nuestras tierras. Hay nazis, hay peronistas, hay mazorqueros y hay descabezados. Todos se dan cita en un pueblo llamado Villa Durazno, cuya ubicación es tan sinuosa como el Shambhala tibetano. En ese pueblo abundan las descendientes de las viudas de los degollados por la Mazorca –llamadas Azucenas–, submarinos nazis, homungolems (híbridos de homúnculos con golems), platillos voladores y toda una parafernalia delirante desenterrada del submundo mitológico criollo. Naturalmente, el Gaucho sin Cabeza es nada menos que el legendario degollador Moreira (padre del cuchillero Juan Moreira muerto en Lobos) que ejerce su particular forma de justicia, mazorca mediante.

—¿Cuál es la mirada que tiene la saga sobre la historia argentina?

—El Agente Rayo percibe la historia argentina como basura, la Revolución de Mayo fue una cagada. Una vez eliminado Mariano Moreno –y algún otro– fue una revolución de comerciantes que lo único que querían eran ganar más plata, no había un ideal de libertad. El Agente percibe la historia argentina como una historia de traiciones, no hay mucho valor para rescatar. Ni en la más vieja ni en la más reciente.

Una saga donde los ovarios de Evita yacen sepultados en la Antártida hasta que podamos recrear una nueva entidad nacional a partir de ellos. Algo que, al parecer, nunca conseguimos cumplir.