Hubo una guerra pero nadie la recuerda. Por aquí y por allá quedan efectos de la violencia. Es una violencia invisible, pero presente: en estado de latencia perpetua. Es como si la guerra hubiera existido sólo para sembrar semillas de violencia que, al final, germinan como flores malvadas. ¿Qué surge de una siembra semejante? La vida en estado perpetuo de paranoia. Las obras de Claudia del Río (Rosario, 1957) que Inés Katzenstein recoge en la muestra Infierno funcionan como documentos (fotos, diagramas, textos, registros, reconstrucciones) de esa guerra que nunca tuvo lugar salvo en la mente del que vive en situación de acoso.
Claudia del Río no documenta lo real: muestra que lo real es ficción. El documento no reconstruye algo que está antes del documento: crea lo que muestra. Esta producción es infantil. Como el niño en estado de invención, Del Río dibuja el mundo tal como se lo imagina: en estado de confrontación permanente. Guerrilla de Walt Disney atacando los discursos soberanos; hordas feministas acosando el gran falo del sentido; militantes de la nada que toman el cielo por asalto y descubren que está tan vacío como los discursos que fueron desarmando para llegar hasta allí.
Estas obras funcionan como la contracara femenina y feminista del juego de los soldaditos. Sobre una mesa se despliega un ejército imaginario. Sobre la pared se expande una multitud que avanza en estado de delirio y goce. Mujeres alocadas. Mujeres aguerridas. Mujeres modernas y con turbante. Mujeres, mujeres, mujeres. Que se ríen.
Hay una alegría que fluye de las imágenes de Claudia del Río. Su guerra no produce muerte, sino destrucción: de lo que se le opone. De lo que quiere frenar su desplazamiento. Para gozar hay que avanzar. Hacia allí o hacia allá. No importa el sentido del avance sino el proceso. Puesto que no hay finalidad última ni sentido capital, todo paso dado está siempre dado en la dirección correcta.
Chicas superpoderosas y carteles con consignas. Textos que denuncian el sentido oculto de otros textos. Labores manuales, collages, dibujos: técnicas femeninas, coherentes con el sentido deconstructivo de su misión. Esta guerra no puede ser más seria. Esta guerra no puede ser más jocosa. Es una historieta cómica. La mejor forma de desarticular la seriedad impostada de la Historia (con mayúscula, imperial) de la Humanidad –que no es más que un registro de las batallas que libraron los varones para quedarse con el poder de contar la Historia–.
Esta pequeña muestra de Claudia del Río permite al público porteño tomar contacto con una de las artistas más productivas de la escena rosarina. La curadora decidió destacar algunos de los núcleos ígneos de su dilatada producción (que sólo es conocida muy parcial y esporádicamente en nuestra ciudad). Gracias a esta decisión curatorial, se ganó en densidad y sentido lo que se perdió en extensión.
No hay obviedad en el trabajo de Del Río. No hay un mensaje explícito: lo suyo está hecho a puro golpe de metáfora. Es un trabajo abierto, incluso, a la malinterpretación. Funciona como esa carcajada estentórea que quiebra, con su sonoridad estruendosa, el silencio del cementerio.