Diarios de cuarentena, debates sobre los alcances sociopolíticos del Covid-19, newsletters y correspondencias entre escritores, antologías y concursos de escrituras virales, cascadas de tuits y otras inquisiciones construyen la fortaleza digital erigida a causa del avance del coronavirus. La primera pandemia global, que se vive en tiempo real de Wuhan a San Pablo, y de Milán a Resistencia, ocasiona efectos inesperados no solo en la salud pública y la economía mundial sino también en la subjetividad y la escritura. “El lenguaje es un virus del espacio exterior”, proclamaba William Burroughs, autor poco citado en las recomendaciones de lectura para morigerar el aislamiento social. El texto social registra el combate entre uno y otro virus. Organismos públicos como el Centro Cultural Kirchner y la Biblioteca Nacional, instituciones privadas (de museos a centros culturales) e iniciativas de distintos autores amplifican este efecto colateral de la emergencia sanitaria: la multiplicación de escrituras sobre los días de la peste.
“Una de las buenas cosas que nos depara esta pandemia es, precisamente, la circulación de textos acerca de la pandemia –opina la escritora María Sonia Cristoff–. Me interesa lo que pasa ahí, como si la urgencia diera un poco más de lugar a la traza autobiográfica en autores que estoy acostumbrada a leer en una clave más conceptual, como si hubiera algo de acceso a una intimidad distinta en la era del fin de la intimidad. Como si, en esta amenaza de fin, de mutación, de foto fija final, se filtrara un plano detalle inesperado”. La autora de Inclúyanme afuera participa de la revista digital de la editorial Mardulce, donde varios escritores comparten sus impresiones sobre la pandemia. “Me pasó, entre los textos que circularon en estos días, con la referencia a la suspensión de la comida ritual de hermanos en el caso de Bifo Berardi y con el dolor de la separación reciente en el de Paul B. Preciado (publicado en Lobo Suelto). Me interesa la pandemia en tanto alteración de los modos de enunciación de estos y de varios otros textos in situ, sí, pero en cambio no me entusiasma pensar en las novelas posibles y previsibles acerca de la pandemia, no me interesa la pandemia como tópico: es más, si sobrevivimos a esto, espero que la literatura salga más oblicua y lenta que nunca”.
Además de Berardi y Preciado, otros pensadores como el coreano residente en Berlín Byung-Chul Han, el esloveno Slavoj Žižek y la estadounidense Judith Butler dieron a conocer diagnósticos y vaticinios sobre el antes y el después del coronavirus. Otra vez se anticipó el fin del capitalismo o el de la subjetividad humana tal como se la conocía hasta inicios de 2020, y el triunfo pírrico de la sociedad de control o el retorno (por si alguien pensaba que alguna vez se habían ido) de los autoritarismos. Comparados con los textos de escritores (o los audios, como pasa con el proyecto de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno ideado por Juan Sasturain), y que se refieren en especial al detalle, la particularidad y el episodio mínimo, esas ponencias filosóficas parecen algo pretenciosas y apresuradas.
Diarios novísimos de la peste. Para la narradora y guionista Gloria Peirano, escribir es un buen modo de transitar un acontecimiento de la magnitud de la pandemia. “Ya lo hicieron otros, a lo largo de la historia, de Boccaccio a Defoe y Camus –dice la autora de La ruta de los hospitales–. Se escribe sobre la peste y, también, sobre una nueva realidad planetaria que desconocíamos por completo. Esta realidad novísima, a causa de la percepción anterior, ahora fragilizada, sigue resultando distópica, de acuerdo al acervo de imágenes, de relatos que hemos visto o leído en el cine y en la literatura, pero se produce una rotura del pacto del género: la distopía es hoy”. La pandemia afecta de manera directa la vida cotidiana y el horizonte de futuro de todos por igual. “No sabemos cómo denominarla –agrega Peirano–. En ese no saber, en ese hiato que crece entre una experiencia en tiempo real, se encuentra el material emocional radiactivo, con el que se escribe. Quiero citar aquello que leo: el de Ricardo Romero y el de Leila Sucari, ambos en su muro de Facebook. Se escriben textos sobre experiencias comunitarias, antes y después de la pandemia: el texto de Dolores Reyes para Anfibia. Se escribe en aislamiento sobre el aislamiento. Se escribe sobre la incertidumbre en estado total de incertidumbre”.
También desde Facebook, la escritora Virginia Feinmann convocó a los que quisieran narrar sus experiencias en la página “Diarios de cuarentena: sumate a escribir y comentar”. En ese espacio virtual se abren ventanas hacia el interior de las jornadas de encierro forzoso. “La pandemia me sacó por completo del trabajo que estaba haciendo –cuenta la autora de Personas que quizás conozcas–. Me sacó el trabajo: talleres, viajes y clases particulares, pero pongamos eso de lado. Quiero decir que me sacó la cabeza de lo que estaba escribiendo. Era un cuento sobre un kinesiólogo y su paciente, donde el tipo se excedía en confianza y ella sentía rechazo pero también una atracción que la avergonzaba. Ese clima delicado en el que me movía no pude recuperarlo jamás. Jamás pude volver a estar en nada que no fuera el virus y la urgencia. Lo único que me funcionó fue el formato de diario”. La materia narrativa de ese diario está formada por impresiones cotidianas, en las que un objeto cualquiera adquiere una cualidad paradójica. “En Diarios de Cuarentena, donde en tres días leímos unos 300 textos, surgen dos vertientes: sociedades distópicas, por supuesto, mundos arrasados por una pandemia. Una genialidad, diríamos, si no nos estuviera pasando. Pero incluso distopías sobre esta distopía, escenarios pospandemia muy interesantes; vale decir, el género está ahí impregnando todo. Y la otra es la percepción diferenciada de los detalles. La mirada extrañada. Una cartera que tenía todo lo necesario para salir y ahora está arrumbada sin terminar de integrarse al funcionamiento de la casa. Suele llevar mucho tiempo hasta que alguien aprende a mirar así y nos entrega textos bellísimos. Se logró en pocos días, es algo más que quizá podamos agradecer”.
Algunos de esos textos podrán concursar, si los autores lo desean, en el concurso “Papeles de la pandemia” que impulsa la revista Letralia. Tierra de Letras. Hay tiempo hasta el 20 de abril y las bases se pueden consultar en la página web www.letralia.com. Por otra parte, la escritora Flavia Soldano Deheza compila un libro para el sello cordobés La Docta con textos breves que aborden las temáticas de la pandemia y la cuarentena social masiva. Entre otros, confirmaron su participación Ana Arzoumanian, Walter Romero y Guillermo Saavedra.
Resquicios entre realidad y ficción. “Al principio, la pandemia y el aislamiento forzoso paralizaron mi escritura, justo a tres capítulos de finalizar una novela –cuenta la escritora Estela Pérez Lugones–. La realidad que tironea desde los noticieros me hizo imposible todo decir ficcional. Con el paso de los días, sin nada que mi imaginación pudiera inventar para aislarme del asombro y el miedo, una narrativa breve y puntual halló un resquicio donde unir lo real con la ficción. Así, a través de cuentos y microrrelatos de la cuarentena, como fragmentos de un todo que se va armando, logré desencerrar un poco mi escritura”. Pérez Lugones, autora de novelas y cuentos infantiles, comparte algunas de estas microficciones situadas por la pandemia en su blog “Historias con perfume a lavandina” (www.historiasconperfumealavandina.blogspot.com).
La convivencia con las amenazas del Covid-19 no es nada fácil. Como anota Mariana Enríquez en la primera entrada de su diario para el Centro Cultural Kirchner, las cifras sobre cantidades de víctimas fatales, personas infectadas y recuperadas imprimen los días. “Es interesante pensar cómo convivimos y exorcizamos al virus a través de la escritura –dice el escritor Marcelo Carnero–. Es una situación excepcional, en la que la enfermedad parece no contagiarse solo de cuerpo a cuerpo, no estar solo en las superficies o en el aire, sino también en las imágenes y en las formas en que se nos narra el virus desde los medios. En la forma en la que construimos el imaginario de la enfermedad con los demás y con nosotros mismos. Es como si todos, de manera real o imaginaria, ya estuviéramos infectados”. El aislamiento, según este autor, favorece la proliferación de escrituras. “Como si lanzáramos mensajes al mar de lo incierto para que los demás nos sepan, nos encuentren. Nos confirmen o nos nieguen lo construido, lo imaginado. Como escritor, pero sobre todo como lector, me encantaría agarrar todas estas escrituras que surgen en este momento y verlas en su totalidad, porque fantaseo con la posibilidad de entender cuál es el sentido que construyen: pienso que están completamente por fuera de la velocidad que el mundo nos impone como relato de nosotros mismos”, concluye el autor de La edad del agua.
En las editoriales están atentos a la cartografía trazada al calor de la cuarentena. Incluso se promociona a los autores con campañas que resaltan aquello que mejor saben hacer: escribir. “Están las cartas virtuales que se mandan Tamara Tenenbaum y Pedro Mairal –dice Mercedes Güiraldes, editora de Emecé–. Habíamos organizado una presentación mutua de sus libros de cuentos para la Feria del Libro. Cuando se suspendió, se les ocurrió hacer una presentación por correspondencia. Pero, con el correr de los días y las cartas, la idea fue derivando para dejar entrar todo lo que esta cuarentena está haciendo con la cotidianidad, con las subjetividades, con el trabajo propio del artista. Entre ensayísticas, filosóficas, humorísticas y poéticas, se resignificaron y tienen un valor que va mucho más allá de la idea original”. Una correspondencia similar, pero con una perspectiva millennial, mantienen las jóvenes escritoras Olivia Gallo y Tamara Talesnik. Mientras tanto, Rosario Bléfari, Alan Pauls y Martín Zariello, entre otros, hacen su magia en diarios de cuarentena publicados por La Agenda de Buenos Aires; la escritora y periodista Cecilia Absatz rodea con elegancia el monotema social en su newsletter Viejo Smoking y los convocados por el Centro Cultural Kirchner (Mariana Enríquez, Martín Kohan, Gabriela Cabezón Cámara, Pedro Saborido y Camila Sosa Villada) escriben online sus diarios de resistencia. “Son todas expresiones artísticas valiosas y perdurables en torno de este fenómeno inédito en nuestras vidas –agrega Güiraldes–. Se sabe que el arte tiene una función catártica, como también de evasión y de autorreflexión. Todas esas propiedades se hacen presentes en estos textos que son casi improvisaciones, así como también tienen algo del orden de lo anticipatorio. No porque los escritores sean adivinos o sientan algo diferente que el común de los mortales, sino porque consiguen darle una forma antes. Los leemos y pensamos ‘Sí, exacto, es eso’, y nos sentimos menos solos en nuestras neurosis”. Como un fármaco, la escritura todavía puede prevenir, mitigar el sufrimiento y, a su modo diferido, sanar.
Escala y narración
Gabriel Giorgi*
¿Cómo narrar un evento que es a la vez microscópico y planetario? Nos movemos todo el tiempo entre los mapas globales del coronavirus y el inframundo invisible del contagio, sus astucias y sus potencias. Si la enfermedad se narra, típicamente, desde la escala de “mi” cuerpo y de “mi” subjetividad, las pandemias, y especialmente esta, nos enfrentan a otras escalas y otras magnitudes que ponen en cuestión los límites mismos de lo narrable. O al menos los límites de los modelos narrativos con los que contamos, desde la novela más clásica hasta las series de Netflix. Hace poco un escritor y crítico indio, Amitav Ghosh, se preguntaba por las dificultades de la novela para narrar el cambio climático y sus eventos de escala inconmensurable para nuestros esquemas temporales y espaciales. El cambio climático nos enfrenta a potencias planetarias y a temporalidades no humanas que no encajan en nuestras historias. La pandemia nos enfrenta a preguntas similares. ¿Dónde empieza y termina “mi cuerpo” en el mundo diseñado por el virus? ¿Cómo narramos lo que el virus produce sino a escala de la población? ¿En qué se convierten el viaje y el viajero –esos protagonistas esenciales de toda historia– en la era del contagio? ¿Cómo dar cuenta de la trama de lo vivo allí donde una pandemia echa luz sobre los modos de abandono social y las formas de protección que deberemos inventar? Las políticas y las éticas que podamos cultivar a partir de este tiempo raro del virus dependerán, en gran medida, de las historias que sepamos contar y de las formas de narración –que son siempre formas de relación– que seamos capaces de inventar.
*Ensayista y profesor en la Universidad de Nueva York. Es autor de Formas comunes: animalidad, cultura, biopolítica (Eterna Cadencia).
Catarsis irrepetibles
Enzo Maqueira*
El primer día de la cuarentena recibí la propuesta de participar de un diario de la peste que saldría publicado en formato libro impreso cuando todo esto terminara. La idea me pareció genial. Escribir sobre lo que nos está pasando puede ser una buena catarsis, mantiene los dedos calientes y es mucho más natural, en este estado de ánimo, que intentar avanzar con otros proyectos que no tienen nada que ver con el coronavirus. De hecho, durante la primera semana de cuarentena, fue todo lo que pude escribir. Pero al segundo día ya había diarios de cuarentena por todas partes. Todos habían tenido la misma idea. Los diarios de la peste se convirtieron en la pandemia de la pandemia. Aun así, me sigue pareciendo interesante. Tendremos miles de textos sobre la misma experiencia y quizá nos sirvan para entender de una vez por todas que lo importante en literatura no es tanto qué contamos, sino cómo lo hacemos. Cada diario será el reflejo de una cuarentena personal, única e irrepetible (esperemos), pero que al mismo tiempo se escribirá sobre un fondo común, sobre una tragedia colectiva, un tiempo que nos aísla pero que también nos hermana. No será una idea original (¿acaso existen todavía las ideas originales?), pero se convertirá en un testimonio coral que, sospecho, no solo veremos en la literatura, sino también en el cine, la televisión, la música y las series de Netflix. Del otro lado, quizá, molesta un poco la monotonía. Vivimos en cuarentena, escribimos sobre la cuarentena, leemos sobre las cuarentenas. Nuestra vida está limitada por el coronavirus y parece que también nuestra literatura. A veces me gustaría asomar la cabeza para ver qué tenemos para decir sobre el resto de nuestra existencia, pero todavía estamos en shock y, hasta que asimilemos algunas cuestiones, será difícil hablar de otra cosa.
*Escritor y periodista.
Pandemia y filosofía
Esther Díaz*
Sopa de Wuhan es un libro virtual. Reflexiones de 15 pensadores sobre la hecatombe Covid-19. Desfilan por sus páginas Agamben, Žižek, Jean-Luc Nancy, Berardi, María Galindo, Badiou, Butler, Byung-Chul Han y Paul B. Preciado, entre otros. La filosofía no es ciencia. No impone verdades universales. Cada filósofo construye sus propios conceptos. O los toma de otros. “Yo embarazo a los autores”, decía Deleuze. En fin, difieren. Reflejo de esto es el resultado de las voces de pensadores interpretando al enemigo invisible que trastocó vidas, economías y valores. Agamben, cuando todavía era epidemia, pontificó que se trataba de una alianza entre el orden médico mundial y el poder disciplinador. El virus no existía. El invento creaba subjetividades hostiles a la otredad para imponer dominio mundial. Pero Italia se cubrió de cadáveres. Luego, el filósofo dio explicaciones. Ideas preconcebidas sin flexibilizar los conceptos. Los demás autores desarrollan análisis con diferentes niveles. Algunos, como Žižek y Preciado (estimo que el más sólido), coquetean con utopías. Un ejemplo argentino. Sarmiento era presidente cuando se desató la fiebre amarilla. ¿Qué hizo el gobernante? Se refugió en una estancia alejada de la epidemia. No reprimió. No inventó la fiebre. No pidió que se lavaran las manos. El se las lavó. ¿Qué postura encarna el bien común? Hay que seguir pensando. Wittgenstein dice que hacer filosofía es no saber por dónde ando. Así se cocinó, con diferentes resultados, la sopa de Wuhan. Algunos repitiendo, otros pariendo conceptos desde las mortajas de los caídos; ese es el punto, porque (como se lee en el soneto de Francisco Luis Bernárdez) “lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado”.
*Filósofa y actriz. Su libro más reciente es Filósofa punk. Una memoria (Paidós).