CULTURA
Entrevista a Paul Auster

“Dios no existe, es una ficción”

Invitado para participar de la Feria Internacional del Libro, Paul Auster pasó por Buenos Aires. En diálogo con PERFIL, el autor neoyorquino recorrió parte de su vida y de su obra, y se refirió a su última novela, “4 3 2 1”, cuya escritura inició en 2010 y para la cual declaró haberse preparado durante toda la vida.

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En pantalla. En 1995 guionó y codirigió Smoke, junto al realizador Wayne Wang. | Marcelo Aballay

Frases murmuradas alteran el silencio de la habitación en penumbras donde transcurrirá la entrevista. Delante de mí una mesa baja, al otro lado un sillón doble que en breve ocupará Paul Auster. Viste traje negro, camisa celeste de cuello abotonado bajo la que asoma una remera negra. Estos minutos pensé más en él que en su literatura. Lo imaginé ocupando un banco de los que se alternan en el paseo marítimo de Brooklyn Heights, de espaldas a los deslumbrantes jardines traseros que alinean mansiones de estilo gótico, las magníficas brownstones; hogares transitorios de escritores como Thomas Wolfe y W. H. Auden… Reparo en sus grandes ojos rasgados, en su mirada, más que cansada, triste –luego comprobaré que el ritmo, la cadencia, el sentido de cuanto expresa reside tanto en sus palabras como en sus manos. Su obra literaria se inició mucho antes de la consagratoria La invención de la soledad (1982). En cuanto a su último libro 4 3 2 1 (Planeta, 2017), novela de más de mil páginas, de enorme complejidad compositiva, dice Auster: “La escribí en tres años y medio, por lo que la inspiración no duró tanto. Pero sí creí que me iba a llevar seis o siete años”. Sus temas literarios han sido, entre otros, la verdad, el azar, la soledad, el destino, los desencuentros, la desigualdad; profundizar en ellos le habrá permitido comprender algo que de otro modo hubiera ignorado. “Siempre estoy aprendiendo, no hay duda de eso. Escribo desde hace más de cincuenta años, es algo corporal en realidad, ya no tengo que pensar en eso de la misma manera que solía pensarlo cuando empecé. Tengo esta sensación, y me doy cuenta de cuándo estoy haciendo algo bien y cuándo mal. Pero después de todos estos años, cada vez que empiezo un nuevo libro siento como si estuviese en el principio, porque nunca antes escribí ese libro. Y, mientras lo escribo, tengo que enseñarme cómo escribirlo. Entonces siempre está esa sensación de aventura y confusión”. En Informe del interior Auster habla de un Dios más que amado, temido, que rigió su infancia hecha de deberes, restricciones y culpas.  “Cuando era pequeño, para mí Dios era como el jefe de la policía del cielo, y me parecía que él podía saber lo que yo estaba pensando, o que podía oírlo. Y que por algún motivo me observaba más a mí que a otros niños. La verdad es que creía que Dios estaba siempre persiguiéndome”. Lo cierto es que ya no cree en Dios: “En la adolescencia, a los 14 años, dejé de creer. Me di cuenta de que no existe, es una ficción, es obvio que los seres humanos no creamos el universo, que somos animales, que hay misterio, no tengo ninguna respuesta para eso. No creo en una inteligencia divina, pero una de las cosas más hermosas que he oído sobre no creer en Dios la dijo un filósofo estadounidense que daba clases en la Universidad de Columbia en mis épocas de estudiante y esto apareció en su obituario, puesto que murió de cáncer y sufrió mucho, y sostenía que acaso Dios lo estaba castigando por no creer en él”. Ese filósofo, ese profesor, dijo también algo ingenioso que Auster quiere compartir. Durante una conferencia de lingüística (“yo estaba en el fondo de la sala”), alguien destacó que resultaba interesante que en ciertos idiomas tenemos a veces el doble negativo para transformarlo en positivo, pero que no contamos con estructuras doblemente positivas que signifiquen algo negativo. A lo que el profesor, irónicamente, respondió: “Sí, sí…”. Su novela Mr. Vértigo(1994) remite en más de un sentido a las desilusiones que sobrevienen en la vida adulta. Dice Auster que nunca lo vivió de ese modo. “A muy temprana edad me di cuenta de que los adultos no podían hacer magia. Por ejemplo, uno de los temas fue que mis padres tuvieron un matrimonio espantoso y se veían muy infelices juntos. No había ilusiones sobre la vida adulta. Pero creo que lo divertido es que cuando se es artista uno se permite ser un niño por el resto de su vida”. Siendo muy joven conoció en París al poeta Edmond Jabès. “Nos hicimos muy amigos. Fue como mi gran padre de la poesía”. Auster, quien escribió y tradujo poesía, es consciente de cuánto incidió la poesía en su obra narrativa. “En esencia pienso como poeta, y quiero que mi prosa tenga la música de la poesía”. Una noche, en París, la charla giraba en torno a un libro de Jabès, quien sostuvo: “En realidad todo escritor debería ser subversivo, pero la única cosa que es subversiva es la claridad”. Y concluye Auster: “Pensemos en Kafka. No hay escritor más claro que Kafka, ningún otro escritor nos perturba más que Kafka. Pienso en eso cada vez que escribo”. Al término de la entrevista le cuento que hace dos años fui picado por una abeja en un bus en Brooklyn. Paul Auster ríe. “Hay muchas abejas en Brooklyn. Mi madre me contó que un primo lejano era alérgico a las abejas. Se casó, y cuando estaba de luna de miel le picó una abeja y murió”. Tras eso quedamos callados, abstraídos. Un instante después nos despedimos. Fue raro, como si el rumor de un relato sobre abejas se hubiera interpuesto entre nosotros.  n