CULTURA
un libro, tres relatos

Diplomacia, literatura y rock and roll

La edición de “Hubiera preferido tablas” (17g. Editora) confirma a Carlos Piñeiro Iñíguez como una voz original por la elección que hace su narrativa de paisajes sociales que convocan a pensar en los devaneos de la historia, en la terquedad como máquina del error.

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Piñeiro Iñiguez. Diplomático de carrera, en Hubiera... el autor presenta tres historias que tienen a la energía simbólica del ajedrez como rasgo en común. | Ariel García

Carlos Piñeiro Iñíguez tiene una nutrida expertise en varias disciplinas como la historia, las ciencias políticas y la teología. Se graduó en Economía y Relaciones Internacionales, escribió el monumental Perón: la construcción de un ideario, un minucioso recorrido por las fuentes en donde abrevó Juan Domingo Perón para la elaboración de sus políticas sociales, y  además  es uno de los principales analistas de la obra de Juan José Hernández Arregui, uno de los referentes esenciales del peronismo revolucionario. Esta activa producción ensayística lo ha hecho merecedor de importantes distinciones, como los premios Raúl Prebisch, Arturo Jauretche y Domingo Faustino Sarmiento. Cumpliendo funciones diplomáticas para la Cancillería argentina, trabajó en países como Nigeria, España, Portugal, Uruguay, República Dominicana, Bolivia y Ecuador.

Más allá de su intensa vida profesional, Piñeiro Iñíguez reserva un espacio para sus dos grandes pasiones: la literatura y la música. Amante del rock and roll visceral y de la literatura de corte maldito, en su bibliodiscoteca conviven Patti Smith, Jim Morrison, Ian Curtis y Lou Reed con poetas y escritores como Charles Baudelaire, Gregory Corso, Dylan Thomas, Raymond Carver, Albert Camus, William Burroughs y Yukio Mishima, además de nuestros Alvaro Yunque, Julián Centeya y Roberto Arlt. Supo calzarse un bajo Rikenbaker integrando una banda de rock barrial y lleva publicados varios libros de ficción, entre los que se destacan Una noche en Quilmes, baby, Los Finolis de Bernal y Bajo un cielo de estrellas peronistas, y su libro de poemas Oxido y suburbio.

17 Grises Editora publicó hace poco Hubiera preferido tablas, que consta de tres notables relatos, protagonizados por personajes signados por destinos excepcionales. Como respondiendo a un mandato arltiano, Piñeiro Iñíguez va al grano, no dilata ni se demora en florilegios y hace avanzar sus narraciones con un estilo lacónico y eficaz que no prescinde de tonalidades humorísticas. Piñeiro Iñíguez usa el humor como una manera de arropar a sus personajes cuando son ganados por la intemperie.

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Un rasgo en común une las tres historias: la energía simbólica que desata el ajedrez, esa capacidad de ayudar a comprender y resolver ciertas situaciones aplicando estrategias propias del juego.

El primero de los relatos (el más extenso, casi una nouvelle), No hay tablero sin amenaza, está ambientado en Rusia, donde una trama policial deja entrever ciertos conflictos soterrados de los años dorados del comunismo, cuando parecía que la revolución iba a ser eterna. En el baño de caballeros del  Vodka Club, un club de ajedrez,  aparece un cadáver y este hecho se presta a varias conjeturas que tendrán que analizar el detective Vassily Ulianov y su ayudante Petrov. Pronto las correspondencias entre el ajedrez y el materialismo dialéctico empiezan a aparecer. El muerto resultó ser un reconocido analista de ajedrez, una especie de eminencia gris que no alcanzó a destacarse como jugador en un país que supo colocarse en los niveles más altos del deporte ciencia. Hasta Stalin no disimulaba su pasión por las partidas de ajedrez y se lo veía competir públicamente (“Stalin mismo había jugado algunas partidas muy publicitadas, triunfando, naturalmente, incluso sobre grandes jugadores profesionales”). Los ejes del relato se desplazan a través de una serie de enigmas que se van desgranando hasta una resolución digna de un film noir.

En Staunton, la historia de vida de un inmigrante eslavo, Milosz Çernhy, llega a una Buenos Aires hostil donde ocurre el primer pogrom; en un registro que recuerda a cronistas urbanos como Héctor Pedro Blomberg o Nicolás Olivari, Piñeiro recrea aquellos ambientes porteños El hijo menor de Milosz, Emilio, es un muchacho en apariencia poco agraciado que demuestra sin embargo una extraordinaria capacidad como jugador de ajedrez que lo llevaría a convertirse en una especie de inesperada celebridad: “Emilio parecía poco apto dadas sus características morfológicas; en otras épocas –ah, gloriosos tiempos lombrosianos–, la mirada turbia de sus ojos siempre fijos, la quijada algo desencajada que le impedía evitar la salida de un chorrito de baba por la comisura y su ensimismado silencio”. Pero la ambición prometeica del joven Emilio lo llevó a una encerrona fatal que no tuvo retorno posible.

Hubiera preferido tablas se cierra con El regreso, donde Piñeiro Iñíguez saca a relucir su vena política. El regreso al que se alude es el del general Juan Domingo Perón a la patria, luego de su extenso exilio y proscripción. Las valencias de las piezas operan como claves para definir la ubicación de cada protagonista en el tablero donde Perón piensa las estrategias que implementará cuando llegue al país. La acción transcurre en el famoso Boeing donde se entremezclan todo tipo de personajes que tratan de libar las mieles del último Perón que vuelve herbívoro y descarnado a una Argentina a punto de estallar en una orgía de confusa sangre: “Están los presidentes del partido de cada provincia: Robledo, André, Juri, Cresto, Snopek, Romero, Franco, Regazzoli; el de la Rioja, igualito a Facundo Quiroga, aunque es un turco pícaro con apellido capicúa. La gran mayoría del pasaje, alfiles peronistas”.

Este libro confirma la especial habilidad del autor para abordar las intrigas policiales, los bajos fondos, los entresijos de la política, los curiosos destinos y la picaresca criolla. Crea un fantástico mosaico que, con recursos sorprendentes y audacia literaria, le entrega al lector cuentos de gran originalidad, como lo refleja esta obra comentada y su anterior libro, Los Gloster eran chacales.