CULTURA
Atlas del cuerpo humano III

El aliento

En la tercera entrega de esta serie, el ensayista Pablo Maurette reflexiona sobre el aliento, uno de los olores menos halagüenos del cuerpo, consecuencia del envejecimiento de la propia carne. “Al momento de salir, el aire exhalado ha recorrido gran parte del cuerpo oxigenando la sangre y cargándose de partículas olorosas”.

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Soplando en el viento. | cedoc

Algo curioso: cada vez me molesta menos el mal aliento de los otros. Podría atribuirlo a un acostumbramiento paulatino a los olores menos halagüeños del cuerpo consecuencia del envejecimiento de mi propia carne. O tal vez uno simplemente se vaya volviendo cada más tolerante de los aspectos indecorosos del cuerpo porque deviene indulgente frente a la imperfección en general. Aunque también puede deberse a que el rechazo que produce el mal aliento es una expresión del miedo a tener halitosis y desagradar a los demás; y a medida que pasa el tiempo uno reordena sus prioridades, deja de afligirse por vanidades olfativas y se dedica a considerar cuestiones más apremiantes (la inminencia e inexorabilidad de la muerte, por ejemplo). Quién sabe. 

El aliento es aire rico en dióxido de carbono que el cuerpo expele por la boca mediante la exhalación. Al momento de salir, el aire exhalado ha recorrido gran parte del cuerpo oxigenando la sangre y cargándose de partículas olorosas. A medida que pasan los años y los órganos se añejan y los fluidos corporales fermentan y el tejido se curte y los pulmones se oscurecen, el aire sale más denso y más rancio. La corrupción del cuerpo, sabemos, no empieza después de la última exhalación, sino junto con la primera. El aliento funciona entonces como un diario de viaje que lleva el aire cuando recorre el continente corpóreo; y es un texto escrito en un lenguaje que solo el olfato comprende. Hasta el día de hoy los médicos diagnostican ciertos males analizando el olor de las exhalaciones del paciente y desde tiempos inmemoriales, los seres humanos han entendido el aliento como metonimia de la vida. El espíritu (del latín spiritus, ie. aliento) es el elemento inmortal que circula por el cuerpo animándolo y que un buen día lo abandona dejándolo librado a los elementos. Nadie sabe esto mejor que los amantes que, en una pantomima lúbrica del ciclo de la vida y la muerte, se besan con la boca abierta entregando el aliento propio y aspirando el del cuerpo amado.

Fue precisamente una emergencia lúbrica lo que llevó a Pan a transformar el aliento en música cuando inventó el primer instrumento de viento. La siringa, o flauta pánica, estaba hecha de las cañas en que se había metamorfoseado la ninfa Syrinx para huir de la lascivia del dios selvático. Su sonido estridente, cacofónico incluso, conserva el elemento instintivo y telúrico de estos orígenes. Otro sátiro llamado Marsias, experto en la flauta doble conocida como aulós, fue desollado vivo por Apolo tras perder un concurso musical en el que la armonía racional y cristalina de la lira se impuso sobre la melodía agreste y rústica de la flauta. La victoria del orden sobre el caos, sin embargo, fue apenas una ilusión. La siringa y el aulós siguieron sonando. Si su timbre resulta perturbador, es porque amplifica el gemido del aliento que deja el cuerpo y vaticina la última exhalación. Hoy, de entre los instrumentos a los que estamos acostumbrados, ninguno transmite ese desasosiego hipertelúrico como la armónica (o “harmónica”, con la marca de la exhalación que los bizantinos llamaron espíritu áspero). 

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Bob Dylan, que en sus comienzos en los bares de Greenwich Village era considerado principalmente un armonicista, dijo una vez que aquello que lo distinguía de otros intérpretes era que mientras los demás aspiraban el sonido de la armónica, él soplaba. Años más tarde en una entrevista reconoció a Jimmy Reed como un precursor en la técnica del soplido. Otra característica distintiva de la armónica del Dylan temprano es que el soplido produce muchas notas muy rápido y de manera aparentemente aleatoria, un efecto conocido como peppering, tal vez inspirado por el bebop, que puede resultar irritante e incluso pasar por impericia. Hacia mediados de los años 60, Dylan había refinado el estilo y lograba con la armónica una heterofonía cautivadora. En el solo de It’s All over Now, Baby Blue se aprecia bien el efecto dionisíaco. La armónica parece parodiar la melodía principal, o mejor dicho imitarla como un eco disonante que llega desde el sotobosque de la imaginación musical donde surgió la canción –algo así como un Doppelgänger sonoro. Esta canción inspiró un cuento espeluznante de Joyce Carol Oates, ¿Adónde vas? ¿Dónde estuviste?, en el que un sátiro de jeans ajustados, anteojos de sol y pelo alborotado se presenta en la casa de una adolescente para llevarla a dar un viaje por el mundo silvestre del que ella sabe que no volverá.

Pero antes de la invención de los instrumentos de viento, el aliento ya era música en el canto. La voz de Dylan a un tiempo camaleónica e inconfundible logra un efecto similar al que produce su soplido a través de las válvulas de la armónica. Ese vibrato nasal que oscila entre el crooning plañidero y la disfonía, que asciende punzante y cae chato, y que en sus últimos discos se vuelve un susurro casi ferino, puede incomodar al oyente al elevarlo a altas cumbres melódicas para arrastrarlo de pronto a la tierra, como si le estuviese recordando que cada exhalación es un anuncio de la última. Dice Allen Ginsberg sobre una de las primeras veces que lo vio sobre el escenario, en 1964: “Lo que me impactó fue que devino idéntico con su aliento. Dylan se había transformado en una columna de aire y, a la manera de un chamán, toda su atención física y mental estaba concentrada en el aliento que salía de su cuerpo”. Más que en el significado de las palabras, el elemento profético de la poesía de Dylan está en el aliento, en el aire ansioso que hace de “idiot” una palabra de cuatro sílabas en el estribillo de Idiot Wind, en ese viento áspero que imita con irreverencia de fauno el espíritu de Dios que se movía sobre las aguas.