CULTURA
ASUNTOS INTERNOS

El apasionante bestiario de Saki

Jorge luis Borges y Rodolfo Walsh se ocuparon de sus textos y sus cuentos, que, de manera irregular vienen siendo publicados en la Argentina desde hace veinte o treinta años, sin poder romper el cerco de los entendidos.

default
default | Cedoc
Suele suceder: autores magníficos que tienen todo para cautivar a un gran público –una obra magnética, una personalidad acorde a esa obra– permanecen, por razones más o menos secretas, en las sombras durante décadas, leídos por pequeños círculos de devotos (tres nombres, tres mujeres: Willa Cather, Kate Chopin y Katherine Mansfield). Pero el caso de Saki es algo más complicado: escritores como Rodolfo Walsh o Jorges Luis Borges se ocuparon de sus textos y sus cuentos, aunque de manera dispersa e irregular, vienen siendo publicados en la Argentina desde hace veinte o treinta años, sin poder romper el cerco de los entendidos.

Y de repente, la editorial Claridad exhuma, en un mismo mes, cuatro volúmenes de su narrativa breve. Y ahora el sello catalán Alpha Decay –dirigido por dos jóvenes editores bajo la mirada atenta de la agente literaria Carmen Balcells, dueña del veinte por ciento de las acciones de la empresa– hace llegar a nuestro país, por primera vez, los Cuentos completos de Saki en un solo tomo, en una edición que contiene además dos libros póstumos y catorce cuentos inéditos.

Saki nació como Hector Hugh Munro en diciembre de 1870 en Birmania. Hijo de un inspector general de la policía imperial, su madre murió cuando él no había cumplido los dos años y fue criado por su abuela y sus tías, “que se odiaban con una ferocidad e intensidad dignas de mejor causa”. Su salud no era la mejor y, según el diagnóstico del médico de la familia, entre los dones que el pequeño había recibido no se contaba el de la longevidad. Pero Saki sobrevivió tanto a una infancia tortuosa como a la malaria, y ya mayor se radicó en Inglaterra donde se hizo periodista –y se abocó con talento a satirizar la vida parlamentaria británica. En 1899 publicó su primer cuento. Y desde entonces, no paró.

Hay ciertos patrones reconocibles en su obra breve: las costumbres de la sociedad eduardiana son abordadas desde el elegante pedestal de la ironía; los animales suelen integrarse, para transformar luego de las maneras más extravagantes, el mundo de los humanos; los ambientes están siempre enrarecidos por una inquietante densidad. Si se quiere, puede abordarse a Saki como un cóctel compuesto, en medidas iguales, por la oscuridad del mejor Edgar Poe y el brillante humor negro de Ambrose Bierce. Y si por alguna razón tuviera que elegir un par de sus cuentos, me quedaría con Sredni Vashtar y Tobermory. El primero fue traducido en 1940 por Adolfo Bioy Casares y fue incluido en la Antología de la literatura fantástica de Borges, Bioy y Silvina Ocampo y en la Antología del cuento extraño que Rodolfo Walsh editó en los años 50. Como en Sredni Vashtar, donde un hurón es proyectado por la mente de un niño como un dios vengativo y redentor –en las primeras líneas se advierte claramente el clima opresivo en el que Saki creció, e incluso figura la sentencia fatalista de aquel médico familiar–, en Tobermory el protagonista es un animal: un gato que aprende a hablar y saca a relucir los secretos más incómodos de un grupo de aristócratas decadentes.

En 1914, Saki se enroló como voluntario en el ejército británico para pelear en la Primera Guerra Mundial. Se cuenta que murió el 14 de noviembre de 1916, debido al certero disparo de un francotirador, y que sus últimas palabras fueron para un compañero de trinchera: “Apaga ese maldito cigarrillo”. Toda buena noticia trae aparejada alguna incomodidad. En este caso, el precio de las 800 páginas que componen los Cuentos completos –que ronda los doscientos pesos. Así, es improbable que este libro se convierta en best seller, al menos en la Argentina. Aunque podemos arriesgar que ocupará, sí, un sitial destacado en la colección de más de un bibliómano local.