CULTURA
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El arte inmersivo o la banalización del arte

Imagine Van Gogh, la exhibición que se está desarrollando en La Rural, lleva a pensar acerca de la dicotomía entretenimiento-arte, y promueve una experiencia más auténtica: ir al Bellas Artes a ver un Van Gogh auténtico.

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Enfrentados. Muchos la ven como una herramienta de difusión. Otros, como un atentado al arte. | cedoc

Podemos ver las exposiciones de arte inmersivo como una arquitectura hipotética. Ni un puente ni un templo, se trata de “no lugares” con imágenes sobre superficies abandonadas, de las que también se olvida su historia, reemplazada por una proyección (otra vida, o restos documentales sobre el conjunto de una obra de un artista, un ser excepcional). Yuxtaponer sería el término, ahora, ¿sobre lo real? ¿O sobre el presente del espectador? ¿Es esto un sueño creativo al alcance de las personas o se trata de una ensoñación opiácea contra la percepción? ¿Dónde queda el saber sobre el arte? ¿Y el artista?

La dimensión de la producción es de la categoría teatral, parque de atracciones, pero la mecánica del decorado resulta virtual. Con tantas paradojas resulta imposible evaluar la contradicción y sus efectos inmediatos. ¿Es cierto que los jóvenes y niños despertarán su interés por el arte? ¿No estamos ante una televisión multidireccional especializada? ¿O especie de cine polimorfo omnipresente como la mirada del Cristo Pantocrátor? Con ironía: puede ser un encierro, un electroshock inmersivo cuya terapia consiste en normar la actividad de la mirada, hacerla feliz y esclava.

Es una obligación crítica desconfiar de lo unánime y del artificio. Y así como el fenómeno global de la inmersión artística atrae multitudes, distintas miradas sobre el fenómeno advierten más aristas para el debate. Por ejemplo, Alicia Eler (Star Tribune) escribió: “Se trata de crear un espectáculo a partir de su arte y explotarlo con fines de marketing”. Subrayando que “esto cuesta casi cuatro veces más que la entrada al Walker Art Center, donde puedes ver arte real. El equipo de marketing de Immersive Van Gogh pide a los visitantes que tomen fotografías y las publiquen en las redes sociales, creando así publicidad gratuita para el espectáculo. Los espejos gigantes hacen que esto sea aún más fácil”. Para cerrar: “Es tristemente irónico que Van Gogh, quien murió en la ruina y sin ser conocido, ahora esté ganando mucho dinero para otras personas”. Para Murray Whyte (Boston Globe): “En cuanto a la presentación del propio artista, básicamente ofrece una versión diluida, digerible y animada de su página en Wikipedia”.

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En el artículo “Cómo las obras maestras se reducen a marcas: una revisión de la exhibición inmersiva de Van Gogh” (The Varsity, Universidad de Toronto), Elena Foulidis encuentra en ciertos efectos la matriz de la falacia: “Las pinceladas amplificadas superaron el posible alcance del ojo desnudo, despertando lo que Walter Benjamin denominó el inconsciente óptico: la idea de que la tecnología puede darnos acceso a cosas que de otro modo serían imperceptibles”. También lo llama “entretenimiento fugaz como ver fuegos artificiales”, para regresar con que “Benjamin propuso que la reproducción mecánica del arte lo ha despojado de su aura: la experiencia de la singularidad y la distancia. No importa cuán fascinante pueda ser una exhibición inmersiva, es incomparable con la experiencia sagrada de pararse frente a una obra de arte original después de viajar para verla”. Mientras que en Art Forum, Joseph Henry lapida estas exhibiciones como “un emblema de una población cautivada por Instagram, comprometida con sus propios microdramas de sí misma”. Vale decir, la contaminación social se proyecta sobre el arte.

En declaraciones a la revista Minerva del Círculo de Bellas Artes de Madrid, Eduardo Maura (profesor de Estética) es indolente con la banalidad dominante: “El tipo de genialidad que se venera es la más accesible para el mercado, una figura similar a la del emprendedor: Van Gogh pintó esos cuadros porque vivió en el siglo XIX; si hubiera vivido hoy, habría diseñado un iPhone”. Desde París, la crítica Anne-Laure Peressin (yaci-international.com/fr) indica que “ante el agotamiento del modelo tradicional de exposiciones temporales de arte, una empresa como Culturespaces, filial de Engie (GDF Suez), ha gestionado más de diez sitios culturales en Francia a través de delegaciones de servicio público y muestra claramente su ambición de hacerlos atractivos sin la ayuda de subvenciones”. Esto con adquisición de tecnología para el arte inmersivo, lo que plantea “apostar por la desmaterialización de la obra de arte, que permite así invertir en capital productivo”. En esa lógica, todo es ganancia y pérdida para el público.

Por todo esto nada supera a Le Moulin de la Galette, pintura ejecutada por Van Gogh entre 1886 y 1887. Se encuentra en la Sala 14, Impresionismo, del Museo Nacional de Bellas Artes en Buenos Aires, vayan a verla, pequeña y hermosa, inigualable.