CULTURA
escritura y pasion

El gran Barthes

Como ningún otro teórico francés, Roland Barthes supo combinar la intimidad del ensayista con el rigor de la ciencia, sin detrimento del conocimiento pero en pos del mito. Un vistazo desde París, donde se ensaya sobre la vigencia de su legado –a cien años de su nacimiento– y la constelación de sentido que se despliega junto a las letras de su nombre.

Como ningún otro teórico francés, Roland Barthes supo combinar la intimidad del ensayista con el rigor de la ciencia, sin detrimento del conocimiento pero en pos del mito.
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Cinco años antes de su muerte, Editions du Seuil publicó Roland Barthes par Roland Barthes, que, con cierta ayuda, tanto para el material gráfico como para la selección de textos, había preparado el propio autor. Allí escribió en letra manuscrita, a modo de exordio: “Todo esto debe ser considerado como dicho por un personaje de novela”. Acompañando una foto donde se lo ve de niño, comenta: “¿Contemporáneos? Yo comenzaba a caminar y Proust vivía todavía, y terminaba En busca del tiempo perdido”. Acaso como una provocación, le gustaba decir que había nacido en un año, 1915, donde no había pasado absolutamente nada. ¿Quiso ser realmente un personaje de ficción o también el autor que lo inventa? Los sucesivos desdoblamientos de este autor de una novela jamás escrita hicieron de él un caso difícil de aprehender y de sintetizar. ¿Cómo pronunciarse de manera unívoca sobre lo múltiple?

Estoy convencido de que la mayor originalidad de Barthes consistió en atravesar uno de los más amplios registros transgenéricos de la lengua francesa, donde sus ensayos literarios se superponían con sus reflexiones sobre los mitos de nuestro tiempo, la semiótica y el imperio de los signos con su inocultable amor por sus objetos de estudio, el rigor analítico con las observaciones sobre la fotografía y sus dibujos, su célebre tesis acerca de “la muerte del autor” con sus anotaciones autobiográficas. Paradójicamente, su apasionada defensa de la escritura como hecho íntimo no le impidió soñar con una “ciencia de la literatura”. Una de sus tantas frases luminosas, escrita poco antes de su muerte, resume a la perfección la contradicción que lo habitaba: “Es lo íntimo lo que desea hablar en mí, hacer escuchar su grito, frente a la generalidad y la ciencia”.
En febrero de 1980, inmediatamente después de almorzar junto a otros intelectuales con François Mitterrand, para apoyar su candidatura a la presidencia de Francia, un auto lo atropelló frente al Collège de France. Murió al mes siguiente, no sólo por el accidente, sino por sus afecciones pulmonares. La tuberculosis que lo aquejaba de niño lo situó al margen de una actividad escolar “normal”. Huérfano de padre, antes de cumplir el año, a causa de la Gran Guerra, desde muy temprano se aferró a su madre y a sus abuelos. Este hijo único padeció al mismo tiempo el exceso de cuidados como la carencia. No hizo el doctorado porque la enfermedad lo atrasó en la carrera académica, de tal forma que pese a tener alumnos que se amontonaban para escuchar sus cursos y al hecho de convertirse en una celebridad, Barthes estuvo bastante apartado de la cúspide del sistema de enseñanza universitaria (como Edgar Morin, Derrida, Beaufret y otros autores excepcionales). No fue llamado a las armas, durante la Segunda Guerra Mundial, por su precaria salud. Los acontecimientos del ’68 lo tocaron desde la distancia que confiere una falla vital. ¿Cómo no sentirse entonces identificado con Proust o con Kafka?

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Barthes en la Argentina. En el lejanísimo 1968, en una época en que todavía la cultura era encarada con gran dinamismo por el periodismo, Silvia Rudni (colega del diario Noticias, antes de morir en su temprano exilio mexicano, a fines de 1975) le realizó una entrevista, en su departamento de París, donde Barthes ratificaba la convicción, en parte mallarmeana, de que el mundo sólo podía ser comprendido por la mediación de un gran texto, un vasto entramado donde se combinaran las múltiples formas de la realidad. Esta “revolución teórica” había sido anticipada por El espacio literario de Blanchot (1949), y acompañada por Opera apperta de Umberto Eco, más los ensayos de Bataille, Leiris y, mucho antes, por las vanguardias del siglo XX que sacudieron las representaciones artísticas tanto como el modo de concebir la literatura. En este difuso y heterogéneo panorama podían cruzarse los nombres de Jakobson, Lévi-Strauss, Foucault, Lacan, entre muchos otros, junto a sus primeros discípulos e interlocutores: Julia Kristeva y Phillippe Sollers.
Un año antes de la entrevista de Silvia Rudni, Jorge Alvarez había publicado en 1967, en la excelente traducción de Nicolás Rosa, El grado cero de la escritura, cuya primera edición en francés era de 1953. El hecho de que Barthes fuera también semiólogo facilitó su recepción entre los distintos segmentos de críticos y profesores de literatura. La revista Los Libros, dirigida por Héctor “Toto” Schmucler, a fines de los 60, fue de las primeras en difundir las nuevas proposiciones críticas. Schmucler había tenido al propio Barthes como director de tesis. En Argentina, salvo las oposiciones previsibles de un marxismo estrecho, vulgar y anodino, la irrupción de Barthes fue mucho más rápida que la de Blanchot, cuyo El espacio literario había aparecido en Paidós, casi por el mismo año, en una colección que dirigía David Viñas. Muestra del rigor y de la amplitud con los que se trabajaba es que Viñas no compartía para nada los postulados de Blanchot ni su forma de aproximarse a la literatura.

Cuando en 1974 se editó en Argentina El placer del texto, a pesar de encontrarnos ya embarcados en una espiral de trágica violencia, tanto el ambiente literario como el psicoanalítico estaban preparados para escuchar: “Escribir en el placer, ¿me asegura –a mí, escritor– el placer de mi lector? De ninguna manera. A este lector es necesario que yo lo busque (que lo ‘conquiste’) sin saber dónde está. Un espacio del goce está entonces creado. No es la ‘persona’ del otro la que me es necesaria, es el espacio: la posibilidad de una dialéctica del deseo, de una imprevisión del goce: que los juegos no sean realizados, pero que haya un juego”. Realmente se nos proponía ingresar a la reflexión literaria por puertas inhabituales.
En uno de sus párrafos centrales va hasta la médula: “El placer del texto es semejante a ese instante insostenible, imposible, puramente novelesco, que el libertino saborea al término de una maquinación temeraria, haciendo cortar la cuerda de la cual pende, en el momento que goza”. No es para nada casual que haya elegido como epígrafe del libro una lapidaria sentencia de Hobbes: “La única pasión de mi vida ha sido el miedo”.

Barthes en 2015. De Francia no se puede decir que olvide a sus escritores muertos. Las honras fúnebres que recibió Victor Hugo, en el momento de su entierro, por parte de la población parisina, que se volcó a las calles para despedirlo, marcaron un hito en esta relación, siempre imprecisa, entre las letras y el Estado, entre la literatura y la sociedad que la enmarca. Este año, con motivo del centenario de su nacimiento, la Biblioteca Nacional de Francia le dedicó, entre mayo y julio, una exposición, Les écritures de Roland Barthes, donde trató de resumir los rasgos centrales de su “estilo” y de sus proposiciones críticas, centrada fundamentalmente en paneles con frases extraídas del conjunto de su obra y una sección en la sala llamada Galerie des Donateurs, especialmente dedicada a la génesis de sus Fragmentos de un discurso amoroso.

Los paneles ocupaban uno de los corredores que va entre dos de las torres, en forma de libro abierto, de las cuatro que componen este conjunto arquitectónico convertido en uno de las mayores del mundo. Alrededor de setenta metros resumían el recorrido por las escrituras de Barthes. Los comisarios de la muestra seleccionaron distintos fragmentos, reproducidos algunos tal como se encontraban entre sus originales. Uno de ellos sobresale por su agudeza; y no por conocida es menos tajante la formulación, según la cual “la lengua, como performance de todo lenguaje, no es ni reaccionaria ni progresista; ella es simplemente fascista; pues el fascismo no es impedir decir, es obligar a decir”. Algo para recordar en algunos de nuestros tristes países que buscan adhesiones por medio de una coerción sin disimulos.
La selección de estos más de cien fragmentos fue rigurosamente pensada. Ellos fueron desplegados sobre largas telas, que en lugar de un simple decorado se convirtieron por sí mismas en una escenografía. No ha sido olvidado un solo segmento de esta obra versátil, múltiple, abierta a tantas cosas, y hasta excesiva, al punto de suscitar la reprimenda de algunos autores, como Lévi-Strauss, para quien sus objetivos son poco claros y sinuosos: “Primero porque defendiendo la ‘nueva crítica’ en general, usted parece abarcar muchas cosas que, a mis ojos, apenas lo merecen. Después a causa de un eclecticismo que manifiesta demasiada complacencia hacia la subjetividad, la afectividad y, digamos la palabra, un cierto misticismo respecto de la literatura. Para mí la obra no está abierta (…), está cerrada y es precisamente esta clausura la que permite hacer un estudio objetivo”.

En el momento de su muerte, Susan Sontag escribió un artículo memorable que luego se transformó en un corto ensayo, Writing Itself: on R.B. Allí sostiene: “Barthes también podría ser acusado de sobrestimar la literatura, de tratarla como si ella fuese ‘todo’, pero al menos hacía algo plausible. Pues él comprendía, a diferencia de Sartre, que la literatura es, ante todo y en última instancia, lenguaje. Es el lenguaje el que lo es todo. Lo que quiere decir que la totalidad de lo real está presentado bajo forma de lenguaje: el saber del poeta como el del estructuralista”. Punto de Vista, en el número inmediatamente posterior a la muerte de Barthes, incluyó el artículo de Sontag “Recordar a Barthes”. Homenaje transversal que no obligaba al “comité” a situarse frente a los diversos postulados del autor.

Una variada resignificación. La edición de sus OEuvres complètes, preparadas por Eric Marty en tres volúmenes de aproximadamente 1.500 páginas cada uno, se realizó entre 1992 y 1994 y cubre el período de 1942 hasta su muerte. Una nueva edición en cinco volúmenes se publicó en 2002. Como sucede con muchas otras “obras completas”, ellas no lo son del todo. Cursos y otros textos surgieron de ediciones anotadas, que fueron publicadas en otros volúmenes. A esta enorme y excelente tarea realizada se suma, a partir de este año, Roland Barthes. Album, que preparara el mismo Marty con diverso material gráfico y algunos textos todavía inéditos.

Hay que señalar además la voluminosa biografía Roland Barthes, también de reciente aparición, que escribió Tiphaine Samoyault y que se agrega a esta amplia celebración por sus cien años, que se cumplirán el 12 de noviembre. El estudio de Chantal Thomas, Pour Roland Barthes, termina por completar el panorama actual.
En El grado cero escribía: “La multiplicación de las escrituras es un hecho moderno que obliga al escritor a una elección, que hace de la forma una conducta y provoca una ética de la escritura”. Barthes ha sido uno de los últimos grandes teóricos que cabalgó entre una cultura clásica humanista y la que se inauguró, en todo el ámbito artístico, con el marketing y la globalización.

 

Amor y homosexualidad

Menos cuidadoso que Foucault sobre sus prácticas sexuales, Barthes sin embargo tenía terror de que su madre, con quien convivió toda la vida, se enterara de sus “depravaciones”. De ahí que fuera más proclive a los excesos cuando estaba en Rabat o en otros lugares. Según sus textos íntimos, la búsqueda de muchachos fue por épocas frenética e insaciable.
En los libros publicados, las confesiones podían disimularse detrás de la teoría. Por ejemplo, en Fragmentos de un discurso amoroso, comprueba en clave casi sociológica: “La necesidad de este libro se sostiene en la siguiente consideración: que hoy el discurso amoroso es de una extrema soledad. Este discurso es quizás hablado por miles de sujetos (¿quién lo sabe?), pero no es sostenido por nadie”. En “Sarrazine” de Balzac ya sostenía: “Quién habla así? (…) Será, para siempre, imposible saberlo por la buena razón de que la escritura es destrucción de toda voz, de todo origen”.
La escritura es destrucción, aunque también constatación. En otro de los fragmentos parece seguir al pie de la letra a Carson Mac Cullers cuando enuncia en La balada del café triste que el amado teme al amante porque éste lo acecha. Barthes dice que “la dedicatoria amorosa es imposible”. “Cuando escribo debo rendirme a esta evidencia (que, según mi Imaginario, me desgarra): no hay ninguna benevolencia en la escritura, más bien un terror: ella sofoca al otro, que, lejos de percibir el don, lee una afirmación de dominio, de poder, de goce, de soledad. De donde la paradoja cruel de la dedicatoria: a cualquier precio deseo darte lo que te ahoga”.

Entre los textos póstumos se incluyen fragmentos de un diario, anotaciones que no estaban destinadas a la lectura, al otro, sobre el cual tanto se ha interrogado. Intuimos que, en septiembre de 1979, ya presentía el fin del placer y de su vida: “Su cuerpo estaba muy lejano, si yo extendía el brazo hacia él, no se movía, encerrado en sí, sin ninguna complacencia; por otra parte, se fue muy rápido a la otra pieza. Me agarró una especie de desesperación, tenía ganas de llorar. Se me volvía evidente que tenía que renunciar a los muchachos, porque no había en ellos deseo por mí, y que yo soy o demasiado escrupuloso o demasiado torpe como para imponer el mío”.

 

*Desde París.

 

El homenaje de Buenos Aires

Coincidiendo con el centenario de su natalicio –y los homenajes que se celebran ya en Francia–, el día de mañana se llevará a cabo la conferencia Roland Barthes y el método rapsódico, coordinada por la maestría en estudios latinoamericanos y el programa de estudios latinoamericanos contemporáneos y comparados de la Untref que dictará el doctor Raúl Antelo, como parte de los homenajes por la efeméride. La entrada, como le hubiera gustado al francés, es libre y gratuita en el Aula 2 del Centro Cultural Borges, a las 18 (Viamonte 525).

Para noviembre, la Biblioteca Nacional y la Embajada de Francia se unirán a los festejos el jueves a las 19 cuando, en la Sala Juan L. Ortiz, se lleve a cabo la mesa redonda Roland Barthes en Argentina. Lecturas y actualidad, con Daniel Link, Silvio Mattoni y Héctor Schmucler, dinámica que se repetirá el jueves 20 con la presencia de Alberto Giordano, Martín Kohan y Oscar Steimberg.
Dos días antes, el martes 18, se presentará la ópera Ese grito es todavía un grito de amor, de Gabriel Valverde, basada en Fragmentos de un discurso amoroso, a las 19. Se contará con la participación de Rubén Szuchmacher, Gabo Ferro, Juan Carlos Tolosa y Guillermo Saavedra. En Agüero 2502. Entrada libre y gratuita.