El se acercó y, cuando ella hizo un alto entre las amables atenciones a sus lectores, a quienes ahora empezaba a conocerles la cara, le preguntó cómo hacía para acercar su original a la editorial. “No estamos tomando nada”, dijo ella, otra vez amable. Brenda le explicó que tenían “muchas obras y muy buenas”, que superaban la capacidad productiva del sello por el cual ella estaba detrás del mesón bajo que exhibía los títulos. La chica a su lado no paraba de responder consultas de lectores que apenas seducidos se convertían en clientes. “Lo que más me gusta es poder hablar con la gente y contarles sobre los libros que leí y me gustaron, que hay del mismo autor otros cuentos, y acercarme desde los libros que les gustan a ellos también”, dice Brenda, al frente del anaquel de Interzona.
En la Feria de Editores del sábado –es el segundo año que la arman en radio La Tribu– los entusiasmos se fundieron en un bullicio de contentos que preguntaban con confianza (sin ese latente recelo con el que a veces se pregunta a un vendedor de tal cadena de librerías). Los editores se explayaban locuaces y jugaron con altanería a ser libreros. Los precios rebajados hicieron felices a todos.
“La idea de hacer esto vino una noche al terminar una reunión con nuestro distribuidor. Nos dimos cuenta de que cualquier librero hoy recibe 200 novedades por día, la mayoría de editoriales mucho más grandes que la nuestra, y no pueden leerlas. Entonces acá buscamos generar el feedback que necesitamos con el lector”, dice Víctor Malumian resumiendo el porqué de esta feria, de la que participaron colegas suyos con marcas como La Bestia Equilátera, Bajo la Luna, Blatt & Ríos, Marea, La Marca, y desde luego su sello, Ediciones Godot. Hernán López Winne, su socio, dice que las cada vez más frecuentes librerías boutique –con mayoría en Palermo– “seleccionan muy bien qué libros vender y priorizan los catálogos de editoriales pequeñas o medianas, como las que están hoy acá”.
Víctor cree que la relación con el librero es clave para que la maquinaria funcione, “aunque nosotros en ese aspecto fallamos bastante”, aclara. Pero es evidente que la última década fue la línea de tiempo a lo largo de la cual se consolidaron editores medianos y libreros boutique como un polo real de publicación y circulación de literatura, frente al bestsellerismo sanguinario de las editoriales grandes y las librerías en cadena, donde se agolpan por doquier más rostros televisivos que plumas excelsas. Este otro mercado tiene, desde luego, sus lectores, que representan una masa más o menos incierta en cantidad y perfiles, pero que hablan a través de las tiradas. Los títulos exhibidos en esta feria son obras que pueden tener 300 o tres mil ejemplares de tirada, y que (todos coincidieron en eso) apenas hacen rentable el negocio de editarlos. “Todo este marco demuestra cómo están elevando la vara las editoriales más chicas. Este año en la Feria Internacional del Libro ganó Caja Negra como mejor editor. Y los títulos más celebrados en la prensa, en revistas y suplementos culturales hoy están dados por los catálogos de estas editoriales”, dice Malumian.
López Winne coincide con la idea de que cada sello mantiene su estilo. “Es lo que cualquier editorial debería pretender. En las grandes ya no pasa, editan lo que sea que venda mucho. En el caso de nuestras editoriales, lo que habla es el catálogo; hay una coherencia”. Así, las nóminas de cada sello exhiben sus inclinaciones; algunas se vuelcan más por la literatura argentina y latinoamericana; otras, por los ensayos; otras, por traer al mercado joyas ocultas o nunca antes editadas en castellano; algunas, como Bajo la Luna, con el particular desafío de abrir mercado hispano a nuevos exponentes de lenguas orientales. Muchos de ellos invierten en traducciones para ofrecer un plus también en ese punto, casi como respuesta a los largos años de versiones castellanizadas que venían de España.
Alejandro Lagazeta participó de la feria con su empresa uruguaya, Criatura Editora. Lo estimula, reconoce, el escenario de Buenos Aires frente al de Montevideo. “En Uruguay, pese a que somos tres millones pero muy lectores, no hay tanta diversidad como acá. Hay 65 librerías en todo el país, de las cuales 35 o cuarenta pertenecen a cadenas. Nosotros tenemos una diferencia, y es que trabajamos también otro público, porque editamos literatura infantil y juvenil. Por otro lado, ves ahora alrededor y son todos jóvenes; no sólo estás hablando de las nuevas editoriales, sino que estás hablando de un público dispuesto a abrir la cabeza, a descubrir. Eso tiene el mercado argentino diferente al de Uruguay; allá somos un país de longevos, hay menos jóvenes”.
Además de poseer los catálogos más interesantes del mercado, se han preocupado por mantener en alto la calidad de las ediciones (papel, impresión, diseño). El precio no es más bajo que el de cualquier libro de gran tirada, pero, como señala Malumian, es una cuestión de valoraciones: “Un kilo de helado de primera marca cuesta lo mismo que un libro. El helado no te va a fallar, pero el libro te puede cambiar la vida”.