Somos una familia extremadamente unida, y eso obedece sobre todo a nuestras raíces guajiras, que vienen por el lado de mi madre. Creo que la muerte de ella no ha disminuido los vínculos entre hermanos, aunque su presencia física, por tratar de verla, nos permitía estar casi siempre reunidos. Con ella funcionábamos como un sistema planetario. Con su muerte, el centro desaparece, pero seguimos gravitando por inercia.
En la familia mandan más las mujeres que los hombres. Por tradición, ellas son de carácter fuerte. Y todos los hermanos, en general, somos bastante creativos. Lo de la narración viene también de la cultura guajira. Hemos ido aprendiendo las historias de los abuelos. Más que una costumbre, es un talante, una forma de recordar las cosas del pasado. A ese acto, que realizamos con frecuencia, lo llamamos el “rincón guapo”:sentarnos para recrear siempre las mismas historias.
La comunicación con Gabo es fluida. Una vez a la semana nos llama por teléfono a alguno de nosotros. Voy a decir sin ningún miedo a equivocarme que todos sabemos lo que sucede a cada miembro de la familia. Cuando hay un problema, todos de alguna manera participamos en la solución del mismo, especialmente Gabito, y ya se sabe que casi todos los problemas de las familias numerosas tienen que ver con el dinero.
Para mí, la esencia de Gabito es un resumen de tres elementos. Primero, es una persona que conoce el idioma a la perfección, hasta el punto que se decía que a los siete años ya se sabía el diccionario. Segundo, es un narrador portentoso, y todo lo que narra, hasta la cosa más trivial, lo hace de manera fascinante. Finalmente, es un conocedor del alma humana, sobre todo del alma de las mujeres. Si hubiera faltado alguna de las tres cosas, su obra habría quedado coja. ¿Y sobre lo de dejar de escribir? Gabo no va a dejar de escribir hasta que muera. No puede vivir sin escribir.
* Hermano de Gabriel y subdirector de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI).
