CULTURA
Slavoj Žižek

El pensador que hiere

Performer en la misma medida que filósofo, la figura del esloveno Slavoj Žižek sigue provocando simpatías, diferencias y rechazos motivados por su aventurerismo disciplinario y el análisis que ejecuta del presente. Más allá de eso, la publicación en nuestro país de Hipocresía (Godot) vuelve a posicionarlo como un pensador central, en un siglo en franca decadencia intelectual.

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Slavoj Žižek. | Pablo Temes

Con el artículo “De Sócrates en adelante” comienza este libro, donde el filósofo esloveno Slavoj Žižek define su público de este siglo XXI, así como la función no catódica del hecho de pensar. Pensar y escribir. ¿Cómo lo hace? En alguna medida se trata de un performer, un artista en el hambre global donde sembrar una idea –puede ser, debería ser así– puede modificar el futuro para siempre. Pero, siguiendo su línea, hasta ahora nadie logró más que afirmar su propia frustración ante lo humano como tal. Sócrates, como siempre, la primera víctima.
Con tal fin, escribe: “La tarea del filósofo ya no es socavar el edificio simbólico jerárquico que sostiene la estabilidad social, sino (retomando a Badiou) lograr que los jóvenes perciban los peligros del creciente orden nihilista que se presenta como dominio de las nuevas libertades”. Porque: “La única alternativa radical a esta locura parece ser la locura aún peor del fundamentalismo religioso, un repliegue violento a alguna tradición resucitada de forma artificial. La ironía suprema es que un retorno brutal a algún tipo de tradición ortodoxa (una inventada, por supuesto) se presenta como la ‘incitación a pensar’ definitiva: ¿acaso los jóvenes terroristas suicidas no son la forma más radical de una juventud corrupta? La tarea principal de mi obra es, por lo tanto, la de discernir esta encrucijada y encontrar una salida”.
A continuación, tres textos que orbitan en torno a esa salida, o a la entrada en la cueva de la desilusión. Sabrá el lector cómo discutir con Slavoj Žižek, porque eso es lo que busca, ocupar la nada narcisista, erradicar el fetiche del deseo devaluado, cuestionar el método de argumentación que inmoviliza todo cuestionamiento. Tal vez la ironía que más nos toca como argentinos es su advertencia sobre el populismo en un año en que el voto parece ser central, pero no lo es. Por algo esta combinación filosófica, irónica, desafiante. Esta edición a cargo de Ediciones Godot de Hipocresía: la base de la civilización, cuenta con la impecable traducción de María Paula Vasile.

Si yo dominara el mundo*. En la novela Havana Bay, de Martin Cruz Smith, un turista estadounidense se ve atrapado en un complot contra Fidel Castro, pero luego descubre que el complot había sido organizado por el mismo Castro. Castro es totalmente consciente del creciente descontento con su gobierno, incluso en el círculo superior de funcionarios que lo rodean, así que cada par de años ordena a un agente secreto que organice un complot para derrocarlo con el fin de erradicar a los funcionarios desleales. Justo antes de que el complot llegue a su supuesta culminación, los rebeldes son arrestados y liquidados. Eso es lo primero que haría para asegurar mi reinado si dominara el mundo, es lo que el propio Dios hace en El hombre que fue jueves, de G.K. Chesterton, para garantizar que esté rodeado de buena compañía.
Mi siguiente medida sería rebajar el estándar de vida de mis súbditos. ¿Por qué? Seguiré la lección de la breve novela de Ismaíl Kadaré La pirámide, en la que el faraón egipcio Keops anuncia que no quiere construir una pirámide como sus predecesores. Alarmados por esta sugerencia, sus consejeros señalan que la construcción de la pirámide es esencial para preservar su autoridad, ya que es una manera de mantener al pueblo en la pobreza y distraído y, por lo tanto, obediente. Keops reconoce que esto es cierto y sus consejeros examinan diferentes opciones para disminuir la prosperidad de los ciudadanos: por ejemplo, entablar una guerra con las poblaciones vecinas o provocar una catástrofe natural, como alterar el flujo regular del Nilo y, así, arruinar la agricultura. Pero todas estas opciones son rechazadas por ser demasiado peligrosas (Egipto podría perder la guerra, las catástrofes naturales podrían conducir a un caos incontrolable). Así que regresan a la idea de construir una pirámide tan grande que su construcción movilizará los recursos del país y agotará las energías de su población, manteniendo a todos en su lugar. El proyecto pone al país en estado de emergencia durante dos décadas, mientras tanto la policía secreta se ocupa de descubrir sabotajes y organiza confesiones públicas, ejecuciones y arrestos al estilo estalinista. Yo intentaría encontrar una misión similar más apropiada para nuestros tiempos, como invertir sumas impresionantes de dinero en expediciones humanas a Marte y otros planetas.
Para financiar estos proyectos públicos extravagantes, promulgaría leyes que propaguen el tabaquismo. Los fumadores empedernidos mueren antes, imagínense cuánto menos tendría que gastar el Estado en jubilaciones y atención médica. Bajo mi dominio, siguiendo el estilo soviético, cada fumador que consuma al menos dos paquetes al día pagaría impuestos más bajos y recibiría una medalla especial por ser un Héroe Público de la Consolidación Financiera.
Además, para mantener la moralidad pública y reducir la depravación sexual, agregaría la educación sexual obligatoria al plan de estudios de la escuela primaria. Estas lecciones adoptarían el enfoque esbozado en la famosa escena de El sentido de la vida, de Monty Python, en la que un maestro evalúa a sus alumnos sobre cómo excitar a una mujer. Ante su ignorancia, los alumnos avergonzados evitan su mirada y tartamudean respuestas, mientras el maestro los reprende por no practicar el tema en casa. Con la ayuda de su esposa, demuestra la penetración del pene en la vagina. Uno de los alumnos mira de manera furtiva a través de la ventana y el maestro le pregunta con sarcasmo: “¿Serías tan amable de decirnos qué hay de interesante en el patio?”. Sin duda, ese tipo de educación arruinaría el placer del sexo a generaciones.
Y, por último, pero no por ello menos importante, para garantizar que las personas se traten con cortesía y amabilidad, haría una regla acerca de que, antes de cada conversación, exista un período ritualizado de insultos vulgares. ¿Por qué? ¿No es esto contrario al sentido común, que nos dice que solo explotamos en puteadas incontrolables cuando, en medio de una conversación cortés, nos enojamos mucho y no podemos contener nuestra frustración? Pero aquí el sentido común se equivoca (como suele ser el caso). Tengo un ritual con algunos de mis mejores amigos: cuando nos reunimos, dedicamos los primeros cinco minutos a involucrarnos en una sesión típica de puteadas duras e insípidas, en la que nos ofendemos mutuamente. Luego, cuando nos cansamos, reconocemos con un guiño que este ritual introductorio bastante aburrido pero inevitable terminó y, con gran alivio por haber cumplido con nuestro deber, nos relajamos y comenzamos a hablar con normalidad y cortesía, como las personas amables y consideradas que realmente somos. Imponer este ritual a todas las personas garantizará la paz y el respeto mutuo.
¿Creen que son solo bromas extravagantes? Piénsenlo otra vez: ¿no vivimos ya en un mundo similar?

La hipocresía es la base de la civilización*. Vivimos en una era única en la que, más que nunca, las personas se ven obligadas a hacer preguntas filosóficas: ¿Cuál es mi identidad? ¿Qué es la realidad? ¿Cómo puedo vivirla? ¿Dónde termina la naturaleza y comienza la crianza? ¿Es la libertad una ilusión? Los libros que abordan las llamadas grandes preguntas se venden bien. Si bien muchos de ellos son basura, soy optimista. Las personas parecen estar conscientes de que debemos redefinirnos.
¿Pero cómo? Hoy todo el mundo puede imaginar el fin del mundo, pero nadie puede imaginar un orden social distinto. Es casi como si tuviéramos prohibido pensar en ello. Aunque vivimos en una era de elecciones supuestamente libres, suelen ser decisiones vanas, como elegir entre una Pepsi o una Coca-Cola. Cuando se trata de elecciones sociales fundamentales, no existe ninguna opción. Hace solo veinte años, las personas al menos podían pensar que las cosas podían ser diferentes. No creo que la democracia liberal sea necesariamente la manera definitiva en que se organizará la sociedad en la nueva era. De hecho, el capitalismo globalizado y el humanismo liberal pueden cohabitar sin problemas con sistemas políticos muy diferentes. Observemos cualquier juguetería estadounidense: si los chinos cerraran sus talleres clandestinos, la mayoría de esos productos desaparecerían.
Pero la globalización no amenaza identidades particulares, sino que las genera. Consideremos lo que sucede en Gales, Escocia y otros lugares: hay un resurgimiento de culturas particulares. Por supuesto, en Eslovenia nos preocupa perder nuestra singularidad. Pero somos una nación narcisista que se considera repleta de grandes poetas y pensadores, y esperamos que el mundo nos valore como una superpotencia cultural. Las grandes naciones, como Francia y Alemania, son las que enfrentan un peligro mayor. Uno de los beneficios de la globalización es que estas grandes naciones, que poseen arrogantes tradiciones relacionadas con la construcción de Estados, serán reducidas al estatus de los eslovenos y otros animales más pequeños del establo europeo.
El verdadero problema no es cómo la globalización se equilibra gracias a las especificidades, sino la necesidad de equilibrarse con un mayor universalismo. Creo que fue Bill Gates quien señaló que el 60% o el 70% de la población mundial nunca hizo una llamada telefónica. La propia globalización genera nuevas exclusiones. En el horizonte existe un límite aún más fuerte que la antigua división de clases. En Rusia, la diferencia entre la nouveau riche élite globalizada y las masas aletargadas es tan clara que se ha vuelto casi biológica. El capital global, esta entidad mítica, no está interesado en la verdadera globalización en el sentido de que todas las personas deberían ser incluidas. No es un gran pueblo feliz, sino que existen entresijos. (…)
La idea de la autorrealización (sé tú mismo) es otro enemigo. Lo siento, pero la hipocresía es la base de la civilización. Los rituales y las apariencias sí importan. Si abandonamos las apariencias y enfrentamos la realidad, esta suele ser bastante horrible. Aunque me acusen de ser eurocéntrico, creo que sí vale la pena luchar por el legado judeocristiano, y lo digo como ateo. En esta tradición, existe la idea de que lo que nos hace humanos no es, como en otras tradiciones místicas o paganas, esta inmersión profunda en nosotros mismos en la que sentimos la unión con el universo. En la tradición cristiana, lo que nos hace humanos no es un viaje de autodescubrimiento sino más bien, para citar a Los expedientes secretos X: “La verdad está ahí afuera”. El punto es que, en última instancia, somos libres y responsables. Esta es para mí la Buena Nueva, el mensaje optimista del cristianismo.

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¿La respuesta de la izquierda al populismo de derecha debería ser realmente “yo también”?*
Sin duda hay enemigos y la cuestión de las conspiraciones no debe simplemente descartarse. Años atrás, Fred Jameson señaló con perspicacia que en el capitalismo global actual suceden cosas que no pueden explicarse haciendo referencia a una “lógica del capital” anónima. Por ejemplo, ahora sabemos que el colapso financiero de 2008 se produjo debido a una “conspiración” que fue muy bien planeada por algunos círculos financieros. Sin embargo, la verdadera tarea del análisis social sigue siendo explicar cómo el capitalismo contemporáneo creó espacios para que tales intervenciones “conspirativas” sucedieran. Esta es también la razón por la que las referencias a la “codicia” y el llamado a los capitalistas a mostrar responsabilidad y solidaridad social están equivocados: la “codicia” (búsqueda de ganancias) es lo que motiva la expansión capitalista; el capitalismo sí apuesta a que actuar motivados por la codicia individual contribuirá al bien común. Entonces, una vez más, en lugar de enfocarse en la codicia individual y abordar el problema de la creciente desigualdad en términos moralistas, la tarea es cambiar el sistema para que ya no permita ni exija un comportamiento “codicioso”.
Lo que sucedió en Croacia ejemplifica de forma clara el problema que enfrentamos. Se anunciaron dos manifestaciones públicas: los sindicatos convocaron una protesta contra el aumento del desempleo y la pobreza, que afectan en particular a las personas comunes y corrientes, y los nacionalistas de derecha anunciaron un encuentro para protestar contra la reintroducción de la escritura cirílica como alfabeto oficial en Vukovar (debido a la minoría serbia que reside allí). A la primera protesta asistieron un par de cientos de personas y, a la segunda, más de 100 mil personas. Las personas comunes consideraban la pobreza como un problema que formaba parte de la vida cotidiana, más que la amenaza relacionada con el cirílico, y la retórica de los sindicatos no carecía de pasión y espíritu de confrontación, pero…
Debemos aceptar que en la identificación con nuestro “modo de vida” propio opera una especie de economía de jouissance muy fuerte, un núcleo de lo Real muy difícil de rearticular de manera simbólica. Recordemos la conmoción de Lenin ante la reacción patriótica de los socialdemócratas cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Las personas están dispuestas a sufrir por su forma de vida, hasta los refugiados actuales que no están preparados para “integrarse”. En resumen, existen dos Reales (el Real del capital y el Real de la identificación étnica) que no pueden disolverse en los elementos fluidos de una hegemonía simbólica. (…)
El populismo nunca funciona. En su versión derechista, engaña por definición, ya que construye una figura falsa del enemigo. Es falsa en el sentido de que ofusca el antagonismo social básico (“judío” en lugar de “capital”, etc.). De esta manera, la retórica populista sirve a las mismas élites financieras a las que pretende oponerse. En su versión de izquierda, es falso en un sentido kantiano más complejo. Al establecer una homología imprecisa pero pertinente, podemos decir que la construcción del enemigo en una relación antagónica juega el papel del esquematismo de Kant, o sea, permite que la intuición teórica (conciencia de las contradicciones sociales abstractas) se traduzca en un compromiso práctico-político. Así es como deberíamos comprender la afirmación de Badiou de que “no se puede luchar contra el capitalismo”. Deberíamos “esquematizar” nuestra lucha de modo que se actúe contra actores concretos que funcionan como agentes expuestos del capitalismo. Sin embargo, la apuesta básica del marxismo es precisamente que la personalización de un enemigo real es incorrecta. De ser necesaria, es una especie de ilusión estructural necesaria. Entonces, ¿significa que la política marxista debe manipular de forma permanente a sus seguidores (y a sí misma) y actuar conscientemente de manera equívoca? El compromiso marxista está condenado a esta tensión inmanente, la que no puede resolverse con solo afirmar que ahora debemos luchar contra el enemigo y más adelante llevaremos a cabo la revisión fundamental del sistema. El populismo de izquierda tropieza con el límite de combatir al enemigo no bien asume el poder.
Por supuesto, el contraargumento obvio de los populistas de izquierda es el siguiente: ¿el hecho de que el populismo de izquierda no proporcione una visión detallada de una sociedad alternativa no constituye acaso su verdadera ventaja? Tal apertura es lo que caracteriza una lucha radical-democrática. No hay fórmulas establecidas de antemano. Se producen reorganizaciones todo el tiempo que modifican los objetivos a corto plazo. Una vez más, esta respuesta moderada es demasiado fácil, ya que oculta el hecho de que la “apertura” de la lucha populista de izquierda se basa en una retirada, en evitar el problema clave del capitalismo.
Entonces, ¿por qué persistir en una lucha radical, si hoy un cambio radical es inimaginable? Porque la situación global lo exige: solo un cambio radical nos permitiría enfrentar la posibilidad de una catástrofe ecológica, las amenazas de la biogenética y el control digital de nuestras vidas, etc. La tarea es imposible, pero más necesaria que nunca.

*Extracto de Hipocresía, Ediciones Godot, 2023.