No sé de dónde parte la costumbre y no es exclusivamente argentina, pero resulta muy curiosa. Nadie debe conocer la razón por la cual el catálogo de una manifestación artística en la que participa el Estado deba estar inexorablemente prologado por los jefes de las reparticiones bajo las que el evento se desarrolla.
Para hacerlo claro, tomemos el voluminoso y satinado catálogo del XXII Festival de Cine de Mar del Plata que tiene lugar en estos días. La primera página está dedicada a la lista de autoridades nacionales, provinciales y municipales, sin olvidar a la del INCAA, responsable directo del evento. Luego, tras dos páginas ocupadas por el índice y el staff de la muestra, comienzan los discursos escritos, las intervenciones de los funcionarios que ocupan cada uno una página cuyo dorso contiene la versión traducida al inglés. Se suceden así las palabras del Presidente Kirchner, del Gobernador Solá, del Intendente Katz, del secretario Nun, del presidente del INCAA Alvarez, de la vicepresidente del INCAA Lenz antes de llegar, finalmente, a Miguel Pereira, Presidente y Director Artístico del Festival. Son siete prólogos en total.
Nadie supone que esos textos estén escritos por quienes los firman, ni tampoco se supone que alguien vaya a leerlos. Son, simplemente, la expresión de una constante de nuestra burocracia: el que cada despacho de la administración deje constancia de su poder toda vez que le sea posible. Gobernar es hacer acto de presencia.
Tal vez el número sea récord en este caso porque el festival tiene financiación nacional, provincial y municipal. Pero también es posible que se le otorgue cierta importancia en los pasillos del gobierno y nadie se quiera quedar afuera. Ni el presidente, al que no se le conocen aficiones cinematográficas, ni la vicepresidente del INCAA, cuya participación parece un poco forzada, ya que no figuran antes que ella ni el vicepresidente ni el vicegobernador ni el subsecretario. Pero quienes conocen esos pasillos afirman que María Lenz es en el INCAA la delegada del ministro Alberto Fernández y que su poder en el organismo es tal que le permite decidir incluso sobre cuestiones artísticas del festival. Ese poder quedaría reflejado también en su derecho a figurar en el catálogo.
Desde que en 1996 Julio Mahárbiz presidió la vuelta del festival fundado por Perón en 1954, Mar del Plata presenta año a año su característica doble cara. En aquel momento, junto con la presencia de vetustas celebridades como Gina Lollobrigida se exhibía lo más avanzado de la producción mundial de entonces. La muestra era una demostración más del derroche menemista, pero le ofrecía una incomparable oportunidad de actualización al público y a los profesionales locales. Años más tarde se fundó el Bafici y entre ambos festivales cubren anualmente, al menos en parte, las limitaciones cada vez más notorias de la cartelera comercial.
Después de una década, la contradicción persiste. Por un lado, el programa de películas está orientado hacia un cine artístico y diverso. Pero la presencia masiva de autoridades y custodios en la inauguración señala una realidad diferente, la que se refleja en esos famosos prólogos. Allí aparecen concepciones culturales precarias y anacrónicas, las de un Estado que piensa la cultura como propaganda y sus manifestaciones como excusas para la declamación nacionalista. Es cierto, como decíamos, que nadie llegará a leerlo, pero es penoso que el Presidente rubrique una frase como: “El Festival Internacional de Mar del Plata se abre como una ventana al mundo en el que los argentinos podremos exhibir nuestro potencial creador y nuestro fervoroso impulso trabajador.” El entusiasmo cinéfilo suele ocultar que el festival se organiza invocando estas y otras peligrosas cursilerías, tan en sintonía con la tradición campera de que el que paga por una res tiene derecho a marcarla.