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El primer anaquista

La Boétie les pedía a sus lectores que empezara por escuchar la voz de la libertad dentro suyo.

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Puede ser la edición argentina más creativa del año pasado, un libro de formato cuadrado que se lee desde las dos tapas. De un lado está el Discurso de la servidumbre voluntaria, de La Boétie. Del otro se incluye un ensayo de Montaigne, que fue gran amigo y albacea del autor, además de una declaración de intenciones de los editores, que responde al aparatoso nombre de “Superabundans Haut.” Allí afirman que la idea de publicar el libro nace de verlo en Eloge de l’amour, de Godard.

Etienne de La Boétie nació en 1530 y murió en 1563. Escribió el Discurso... cuando tenía 18 años. Luminoso, irresistible, es el texto fundacional del pensamiento libertario. La Boétie se interroga por el inexplicable deseo de los pueblos de dejarse gobernar por un tirano. “Un millón de hombres que se someten miserablemente con el cuello bajo el yugo, no obligados por una fuerza mayor sino (al parecer) encantados y fascinados por el solo nombre de uno.” Es como si la humanidad hubiera abandonado un natural amor por la libertad para sustituirlo por una inexplicable voluntad de servidumbre.

En una edición anterior del libro (1980), en la desaparecida e irreemplazable colección Acracia de Tusquets, la compañía del breve texto de La Boétie incluye a Pierre Clastres y a Claude Lefort. Clastres sugiere que el Discurso... funda la antropología al intuir que las sociedades primigenias rechazaban el poder, cosa que probaron posteriormente las investigaciones sobre algunas tribus de indígenas brasileños, quienes tenían reyes pero los abandonaban o los mataban si se tomaban en serio su investidura meramente simbólica.

Lefort, por su parte, descubre en el discurso una voz, que nos habla, “una palabra viva que sale, se diría, del texto y la escuchamos más que la leemos (…) perdidos entre el público, mezclados a los pueblos insensatos, nosotros mismos convertidos en pequeños fabricantes de servidumbre”.

Esa voz nos interpela y nos pregunta si somos sus amigos, si estamos dispuestos a oírla o, por el contrario, revistamos entre “los soportes reales o potenciales de la tiranía”.

Los amigos de “Superabundans...” (amigos de La Boétie) se dan cuenta de que el Discurso... no es un texto ordinario y que se debe llamar la atención sobre esa voz tan distinta. Por eso, en su edición del Contra uno (así se lo ha llamado también) intervienen tipográficamente, aumentando y disminuyendo el tamaño de la letra e intercalando carteles, y fabrican un libro objeto influido por las vanguardias plásticas.

La Boétie se cuida muy bien de distinguir a unos tiranos de otros, de proponer determinada forma de gobierno (uno de los orígenes que establece para la tiranía son las elecciones). Su apuesta es más radical que la ciencia política, más alegre, más viva.

La tesis del Discurso... es que para librarse de la tiranía basta querer hacerlo.

Y para hacerlo no hay que hacer otra cosa que no colaborar con el tirano. “Qué podría haceros si no fuerais encubridores del ladrón que os saquea, cómplices del asesino que os mata y traidores de vosotros mismos.”

La Boétie no es ingenuo y advierte que la colaboración está articulada en una pirámide, que comienza en los pocos que rodean al tirano y “están a su lado haciendo bribonadas”.

Ese grupo “tiene 600 que pululan bajo sus órdenes y hacen con sus 600 lo que los 6 con el tirano. Esos 600 tienen bajo su mando a 6.000 que elevaron a funciones públicas, quienes procuran el gobierno de las provincias, o el manejo de los dineros para que favorezcan su avaricia y crueldad…”.

Y luego, para los que no están en la pirámide está el clientelismo: “Los tiranos daban a manos llenas un cuarto de trigo, un sentario de vino y un sestercio; y entonces daba lástima oír cómo gritaban ¡Viva el rey!”.

En 1548 La Boétie no les pedía a sus lectores que organizaran una oposición fuerte sino que empezaran por escuchar la voz de la libertad dentro suyo. No parece un mal consejo en 2007.