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El ser humano singular

“Una vida sin principios” fue una conferencia dictada por Henry David Thoreau el 6 de diciembre de 1854 en el hall del ferrocarril de Rhode Island. La versión que acaba de publicar Ediciones Godot fue editada por el mismo Thoreau para su posterior publicación en la revista “Atlantic Monthly” en 1863.

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Thoreau. Se lo considera uno de los primeros naturalistas. | cedoc

Life without principle, título recientemente publicado en nuestro país por Ediciones Godot y Alquimia Ediciones, reúne el material de una conferencia que dictó Henry Thoreau (1817-1862) hacia 1854 en el hall del ferrocarril de Rhode Island, y que fue póstumamente publicada por la revista Atlantic Monthly.

Por aquel entonces, cuando Thoreau recibía dinero por exponer oralmente sus experiencias, el autor ya estaba de regreso en Concord (Massachusetts), instalado en la sociedad de la que habría escapado hacia 1845 con un solo propósito: mantenerse libre, vivir en profundidad y absorber toda la sustancia de la vida.

Sus inicios como viajero y explorador (que hoy conocemos por obras como Una semana en los ríos Concord y Merrimack) terminaron en el exilio de la vida industrial y “civilizada” para pasar dos años en el lago Walden, donde construyó una pequeña cabaña. Thoreau simplemente “no quería vivir lo que no era vida”.

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Pero el gesto más conocido de la vida del autor no es el haberse establecido junto a la laguna, y reunir en Walden la descripción de los dos años que pasó aislado en las afueras de Concord. Se lo conoce más por su negativa a pagar impuestos, y por protestar contra la esclavitud y contra la Guerra de México (1846-1848). Todo esto terminó con su arresto a fines de julio de 1846.

Porque Henry Thoreau comprendió tempranamente que vivir y escribir no sólo eran hechos complementarios, sino que constituían el mismo acto cuando se consideraban desde una determinada perspectiva. Y de la misma forma que Emerson (críticos como Walter Allen afirman que Walden es en buena medida un Emerson llevado a la práctica), Thoreau creía que los hechos naturales eran instrumentos de inteligibilidad, que la naturaleza era un texto, y que el hombre “debe ser considerado como habitante o parte constitutiva de la Naturaleza, más que como miembro de la sociedad”.

Esta concepción, resultado de una búsqueda terrestre y trascendental, se halla íntimamente ligada con las grandes guerras libradas en la eternidad en el furor de la inspiración poética de William Blake, Arthur Rimbaud y su propio maestro, R.W. Emerson. Aunque no sólo se trata de un exilio experiencial: Thoreau tensiona y “desnaturaliza” la temporalidad de la vida social y civil que se oculta tras los mantos del ruido industrial, el trabajo y de los medios de comunicación. “No lean el Times, lean las Eternidades”, expone en uno de los extractos de Una vida sin principios, conferencia aquí presentada.

Según Antonio Lastra, doctor en Filosofía por la Universidad de Murcia, especialista en Emerson y traductor de las obras de Thoreau para Ediciones Cátedra, este libro le “sigue pareciendo la mejor interpretación de Walden, una especie de lectura deliberada de su propia escritura deliberada. ‘Lo que he observado de la laguna –escribió Thoreau– no es menos cierto en la ética’”.

Desde su publicación en 1854, Walden ha dado dos tipos de interpretación: una, vinculada al trascendentalismo de su maestro Emerson, cuyo libro Naturaleza (1836) había servido para despertar a un joven estudiante de Harvard, y otra, tal vez más fructífera en la actualidad, que lo convertiría en el documento constituyente de la ecología. “Pero a Thoreau le concernía, sobre todo, que aquella parte de la vida –la res privata a la que alude en Una vida sin principios– que no encontraba representación en la Constitución –en la res publica– fuera representada sin detrimento. Una vida sin principios responde a esa preocupación”, concluye el filósofo de Valencia.

El objetivo de la vida de Thoreau, tan experiencial como literario, era buscar la condición hogareña de su propio yo, indagar en todo tipo de fuentes y acercarse a la esencia de las cosas, prestando atención a la riqueza del mundo que lo rodeaba. Por eso le resultaban lamentables todas las formas de determinación social: ya sea la organización del trabajo o en los negocios, como la explotación de oro en California, así como la vulgaridad siniestra de las noticias del periódico y los propios rumores de la calle: “Me asombra observar cuán dispuestos están los hombres a repletar sus mentes con aquella basura, a permitir que rumores ociosos de los más insignificantes tipos se introduzcan en un terreno que debería ser sagrado para el pensamiento. ¿Debería la mente ser una arena pública, donde se discutan principalmente los asuntos de la calle y los chismes de la mesas de té?”.

Como resultado de sus visiones, mediado por y a través de ríos, montañas y bosques, su lenguaje florece como una verdad, como un durmiente fuego subterráneo de la naturaleza que nunca se extingue y que ningún frío puede apagar: “Observar de verdad el amanecer y el atardecer cada día, recordando que nos relacionamos con un hecho universal, nos preservaría cuerdos para siempre. Naciones, ¿qué son las naciones? Tártaros, hunos y chinos: como insectos, pululan. Es por falta de un ser humano verdadero y singular que hay tantos humanos en plural. Son individuos los que pueblan el mundo”.