La guerra de los cómplices. En Europa, todas las minorías étnicas están en vías de desaparición. Todos los estados europeos, en tanto que tales, no pueden ser más que cómplices de... Milosevic. Sin embargo, hay que encontrar las razones cínicas de esta “guerra”, las razones inconfesadas de esta “intervención” que se dice que es un fracaso, y que es catastrófica en todos los planos. Y justamente, es entonces cuando nos asaltan las dudas más crueles sobre toda esta puesta en escena.
Tantos errores acumulados, tantas tergiversaciones y actos fallidos deben tener un sentido, y esta persistencia en la confusión táctica, en esta guerra veleidosa que yerra deliberadamente sus blancos (hablo de los occidentales: Milosevic no le erró en la suya), todo eso haría dudar de la definición misma de la guerra: la continuación de la política por otros medios. Si esta definición es válida todavía, entonces todos nuestros estrategas y nuestros políticos occidentales son idiotas, evento que no debe excluirse. Pero antes de llegar a este extremo, preguntémonos si no están, por el contrario, llevando a buen término una operación perfectamente programada, o que en todo caso se desarrolla como si lo estuviese.
Se dice: “La OTAN no comete más que errores. Europa es incapaz de tener la menor política concertada”. Pero no: es exactamente lo contrario. ¿Qué hizo Milosevic? Eliminar a las minorías, en especial la minoría musulmana, con lo que toda la Yugoslavia “blanca”, católica u ortodoxa, lo apoyaría. Pero no solamente Yugoslavia. Toda Europa estaba, y está, detrás de él. Todos los estados nacionales europeos tienen problemas con sus minorías de origen, o con inmigrantes, que están muy lejos de solucionarse.
Por todos lados, las minorías étnicas o lingüísticas, todas las singularidades, están en vías de desaparición o de eliminación. Milosevic es el abanderado de la depuración étnica. Pero en toda Europa los estados “depuran”, a pesar de que se llenen la boca con la autonomía y los derechos del hombre; todos los estados europeos, en tanto que tales (y no hablo de las poblaciones, pero, ¿qué son ellas sino la caja de resonancia ideológica y humanitaria de la información?), no pueden ser más que cómplices fundamentales de Milosevic.
Si lo vomitan como su “mala conciencia”, y fingen castigarlo, es porque hace demasiado bien (es decir, muy mal, muy brutalmente) el trabajo sucio. Pero a él le dieron todo el tiempo del mundo para hacerlo. ¿Por qué lamentar incansablemente no haber intervenido uno, dos años, tres años antes? ¿Y por qué desconocimiento asombroso de la situación se comprometió la OTAN en ataques aéreos, sin pensar en las consecuencias a ras de la tierra (cuando tantos expertos debieron reflexionar durante meses), y por qué no paralizar inmediatamente las fuerzas serbias en tierra, en Kosovo, en lugar de desplegar una logística aérea mas o menos inútil?
Y bien, la respuesta salta a los ojos. Todo se clarifica cuando uno se da cuenta de que los ataques aéreos están ahí para no intervenir en la tierra, o para retrasar lo más posible la intervención, hasta cuando todo esté terminado. Se dijo bien (sin pensar que se traicionaba cruelmente la verdad política de esta guerra): “Nosotros no retomaremos las negociaciones con Milosevic (pero, ¿no era que se trataba de liberarse de él?) hasta que no haya puesto fin a las limpiezas étnicas”. Entiéndase bien: cuando él haya acabado. Lo que sucedió inexorablemente. En ese sentido, esta guerra, o por lo menos la operación subyacente de esta guerra que nos tocó ver, se efectúa de manera óptima, casi programática. Porque Milosevic es el ejecutor de la política europea, la verdadera, la única: la de la Europa blanca, limpia, purificada de todas las minorías.
Política negativa, política exclusiva e integrista, pero, ¿por qué hacerse ilusiones? Europa no tiene ninguna idea positiva de sí misma. Europa no está más que atormentada por el espectro de Europa. Por todos estos motivos, nosotros fingimos que combatimos a ese espectro, pero siempre tarde y mal. De todas maneras, no todo está terminado: después de Kosovo llegó Montenegro, como por otra parte Kurdistán, Palestina, etcétera. Sí, la tragicomedia del “proceso de paz” de Medio Oriente responde exactamente a ese mismo “retraso” indefinido y calculado.
La transparencia del mal. ¿Es posible que todo sistema, todo individuo contenga la pulsión secreta de liberarse de su propia idea, de su propia esencia, para poder proliferar en todos los sentidos, extrapolarse en todas direcciones? Pero las consecuencias de esta disociación sólo pueden ser fatales. Una cosa que pierde su idea, es como el hombre que ha perdido su sombra: cae en un delirio en el que se pierde.
Aquí comienza el orden, o el desorden metastásico, de desmultiplicación por contigüidad, de proliferación cancerosa.
Tiempo atrás, el cuerpo fue metáfora del alma. Después, fue la metáfora del sexo. Hoy ya no es la metáfora de nada: es el lugar de la metástasis, del encadenamiento maquinal de todos sus procesos, de una programación al infinito sin organización simbólica, sin objetivo trascendente, en la pura promiscuidad por sí misma, que también es la de las redes y los circuitos integrados.
¿Acaso, de igual manera, el éxito de la comunicación y de la información no procede de la imposibilidad de la relación social para superarse, en tanto relación alienada? A falta de redoblarse en la comunicación, se multiplica en la multiplicidad de las redes y cae en la indiferencia de éstas. La comunicación es más social que lo social: es lo hiperrelacional, la sociabilidad hiperactiva por las técnicas de lo social. Ahora bien, lo social en su esencia no es eso.
Al banalizar la interfaz (N. del E.: interconexión de dos procesos diferenciados para el logro de un fin común), la comunicación conduce a la forma social hacia la indiferencia. La utopía de una sociedad “comunicacional” carece de sentido, ya que la comunicación resulta precisamente de la incapacidad de una sociedad de superarse rumbo a otros fines. Lo mismo ocurre con la información: el exceso de conocimientos se dispersa indiferentemente por la superficie en todas direcciones, pero no hace más que conmutar.
El silencio está expulsado de las pantallas, expulsado de la comunicación. Las imágenes mediáticas (y los textos mediáticos son como las imágenes) no callan jamás: imágenes y mensajes deben sucederse sin discontinuidad. Ahora bien, el silencio es precisamente este síncope en el circuito, esta ligera catástrofe, este lapsus que, por ejemplo en la televisión, se vuelve altamente significativo –ruptura cargada a la vez de angustia y de júbilo– al sancionar que toda comunicación sólo es, en el fondo, un guión forzado, una ficción ininterrumpida que nos libera del vacío: el vacío de la pantalla, pero también el vacío de nuestra pantalla mental, cuyas imágenes acechamos con la misma fascinación. La imagen del hombre sentado y contemplando, un día de huelga, su pantalla de televisión vacía, será alguna vez una de las más hermosas imágenes de la antropología del siglo XX .
Todo se “sateliza” (N. del E.: neoligismo con raíz en “satélite”), y podría decirse incluso que nuestro propio cerebro ya no está “en” nosotros, sino que flota alrededor de nosotros en innumerables ramificaciones hertzianas de las ondas y los circuitos.
Y no es ciencia ficción: es simplemente la generalización de la teoría de McLuhan acerca de “las extensiones del hombre”. La totalidad del ser humano, su cuerpo biológico, mental, muscular, cerebral, flota en torno a nosotros bajo formas de prótesis mecánicas o informáticas.
Estamos en la sociedad de la proliferación, de lo que sigue creciendo sin poder ser medido por sus fines. Algo sólo comparable con el proceso de las metástasis cancerosas: la pérdida de la regla del juego orgánico de un cuerpo posibilita que un conjunto de células (rebeldes) pueda manifestar su vitalidad incoercible y asesina, desobedecer las propias órdenes genéticas y proliferar infinitamente.
La náusea de un mundo que prolifera, se hipertrofia y no llega a parir.
El crimen perfecto. Si no existieran las apariencias, el mundo sería un crimen perfecto, es decir, sin criminal, sin víctima y sin móvil. Un crimen cuya verdad habría desaparecido para siempre, y cuyo secreto no se develaría jamás por falta de huellas.
Pero, precisamente, el crimen nunca es perfecto, pues el mundo se traiciona por las apariencias, que son las huellas de su inexistencia, las huellas de la continuidad de la nada, ya que la propia nada, la continuidad de la nada, deja huellas. Y así es como el mundo traiciona su secreto. Así es como se deja presentir, ocultándose detrás de las apariencias.
También el artista está cerca siempre del crimen perfecto, que es no decir nada. Pero se aparta de él, y su obra es la huella de esta imperfección criminal. Según Michaux, el artista es aquel que se resiste con todas sus fuerzas a la pulsión esencial de no dejar huellas (...).
De la misma manera que los pocos segundos iniciales del Big Bang son insondables, los pocos segundos del crimen original son inhallables. Crimen fósil, por tanto, igual que los ruidos fósiles esparcidos por el universo. Y es la energía de este crimen, como la del estallido final, la que se distribuirá por el mundo, hasta su eventual agotamiento.
Esta es la visión mítica del crimen original: la de la alteración del mundo en el juego de la seducción y las apariencias, y de su ilusión definitiva.
Esta es la forma del secreto.
La gran pregunta filosófica era: “¿Por qué existe algo en lugar de nada?”. Hoy, la auténtica pregunta es: “¿Por qué no existe nada en lugar de algo?”.
La ausencia de las cosas por sí mismas, el hecho de que no se produzcan a pesar de lo que parezca, el hecho de que todo se esconda detrás de su propia apariencia y que, por tanto, no sea jamás idéntico a sí mismo, es la ilusión material del mundo. Y éste sigue siendo, en el fondo, el gran enigma, el que nos sume en el terror y del que nos protegemos con la ilusión formal de la verdad.
So pena de aterrorizarnos, tenemos que descifrar el mundo, y aniquilar, por tanto, su ilusión primera. No soportamos el vacío, ni el secreto, ni la apariencia pura. ¿Y por qué tenemos que descifrarlo, en lugar de dejar que irradie su ilusión como tal, en todo su esplendor? Pues bien, también eso es un enigma, y forma parte del enigma de que no podamos soportar su carácter enigmático. Que no podamos soportar su ilusión ni su apariencia pura forma parte del mundo. Tampoco soportaríamos mejor, si tuviera que existir, su verdad radical y su transparencia.
La verdad, por su parte, quiere ofrecerse desnuda. Busca la desnudez desesperadamente, como Madonna en el video que la hizo famosa. Su striptease desesperanzado es el mismo que el de la realidad, que se “oculta”, en sentido literal, ofreciendo a los ojos de los mirones crédulos la apariencia de la desnudez. Pero a esta desnudez la rodea, precisamente, una segunda película, que ni siquiera tiene el encanto erótico del traje (...).
Como ya nada quiere ser exactamente contemplado, sino sólo visualmente absorbido, y circular sin dejar huellas, dibujando en cierto modo la forma estética simplificada del intercambio imposible, hoy es difícil recuperar las apariencias. De suerte que el discurso que lo explicara sería un discurso en el que no hay nada que decir, el equivalente de un mundo en el que no hay nada que ver. El equivalente de un objeto puro, de un objeto que no lo es. La equivalencia armoniosa de la nada por la nada, del mal por el mal. Pero el objeto que no lo es nos obsesiona con su presencia vacía e inmaterial. Todo el problema consiste, en las fronteras de la nada, en materializar esta nada, en las fronteras del vacío, en trazar la filigrana del vacío, en las fronteras de la indiferencia, en jugar de acuerdo con las reglas misteriosas de la indiferencia.
La identificación del mundo es inútil. Hay que captar las cosas en su sueño, o en cualquier otra coyuntura en la que se ausenten de sí mismas. Igual que en esas “bellas durmientes” (N. del E.: variante sexual oriental) con las que los ancianos pasan la noche, locos de deseo, pero sin tocarlas. También ellos se tienden al lado de un objeto que no es tal, y cuya indiferencia estimula el sentido erótico. Pero lo más enigmático es que nada permite saber si ellas duermen realmente o si disfrutan maliciosamente, desde el fondo de su sueño, de su seducción y de su propio deseo en suspenso (...).
Ni siquiera podemos identificar nuestro rostro, ya que su simetría se ve alterada por el espejo. Verlo tal cual es sería una locura, ya que no tendríamos secreto para nosotros mismos, y nos veríamos, por tanto, aniquilados por transparencia. ¿Acaso el hombre no ha evolucionado hacia una forma tal que su rostro se le hace invisible y se convierte definitivamente en no identificable, no sólo en el secreto de su rostro sino en el de cualquiera de sus deseos? Pues ocurre lo mismo con cualquier objeto, que sólo nos llega definitivamente alterado, incluso en la pantalla de la ciencia, incluso en el espejo de la información, incluso en la pantalla de nuestro cerebro. Así pues, todas las cosas se ofrecen sin la esperanza de ser otra cosa que la ilusión de sí mismas. Y está bien que sea así.
Menos mal que los objetos que se nos aparecen siempre han desaparecido ya. Menos mal que nada se nos aparece en tiempo real, ni siquiera las estrellas en el cielo nocturno. Si la velocidad de la luz fuera infinita, todas las estrellas estarían allí simultáneamente, y la bóveda del cielo sería de una incandescencia insoportable. Menos mal que nada pasa en el tiempo real, de lo contrario nos veríamos sometidos, en la información, a la luz de todos los acontecimientos, y el presente sería de una incandescencia insoportable. Menos mal que vivimos bajo la forma de una ilusión vital, bajo la forma de una ausencia, de una irrealidad, de una no inmediatez de las cosas. Menos mal que nada es instantáneo, ni simultáneo, ni contemporáneo. Menos mal que nada está presente ni es idéntico a sí mismo. Menos mal que la realidad no existe. Menos mal que el crimen nunca es perfecto.
* Fragmentos de sus libros y artículos.