CULTURA
EDGARDO GIMENEZ: construir desde las ruinas

El vertiginoso tránsito de la vanguardia

Luego de una recepción apoteósica de la muestra “Ola pop en el mar”, que continúa vigente en Mar del Plata, PERFIL dialogó con Edgardo Giménez, un protagonista indiscutible del arte contemporáneo latinoamericano que sostiene, con acierto, que “la vanguardia ahora consiste en construir sobre lo que está roto, porque no podemos continuar destruyendo sin poner algo a cambio”.

Por siempre pop. Para Giménez, el gesto vanguardista de destruir sin proponer es algo ocioso y estúpido.
| Senarega

Estrella insoslayable del arte pop argentino, Edgardo Giménez (1942) es un artista multifacético y heterodoxo que ha incursionado en la pintura, la escultura, la escenografía, la arquitectura y el diseño de forma continuada desde la época del Di Tella, del cual participó como uno de los jóvenes pop más sobresalientes. Luego, se transformó en colaborador de Jorge Romero Brest y emprendió con él varios proyectos. Ha realizado, a lo largo de su trayectoria, numerosas exposiciones individuales y colectivas, pero ninguna alcanzó tanto éxito como Ola pop en el mar, en el Museo de Arte Contemporáneo de Mar del Plata, en el que presentó varias obras, entre ellas Monumental Moria. Curada por Rodrigo Alonso y apoyada por la Fundación Proa, la muestra comienza a convertirse en un acontecimiento artístico y cultural sin antecedentes. 

—¿Te sorprendió el éxito de “Ola pop en el mar”?
—Me sorprendió muchísimo porque ni aun en las épocas de éxito del Di Tella, que fue el lugar más exitoso de la estética pop, fue tanta gente a una muestra. Hasta ahora han ido alrededor de medio millón de personas, y ayer hablé por teléfono con la gente que está en la producción del museo y me comentaron que siguen haciendo cola para entrar. Es cierto que el lenguaje pop es muy directo y está al alcance de cualquiera. Pero en el fondo no me sorprendió porque no pasa demasiado en el mundo de la plástica, en el sentido de que el pop no es para entendidos, para los colegas y para los críticos, como son la mayoría de las experiencias que se hacen ahora. Pienso que el verdadero arte es el que primeramente no te deja ileso, pero también el que llega a mucha gente.
—Es decir que el éxito de la muestra te sorprendió hasta cierto punto.
—Me sorprendió hasta cierto punto, sí. Y digo esto porque el mundo está lleno de problemas y de cosas poco amables, y el pop es un arte festivo, alegre, que sirve para cambiarte la cabeza, aunque sea durante el momento en que uno está en la exposición. El pop provoca otro estado de ánimo, una luminosidad, que dura, por supuesto, equis tiempo, pero que cumple la función del verdadero arte: no te deja ileso. Además, esta muestra se expone en un gran museo. Realmente, el gobierno de la provincia ha hecho un museo extraordinario. Eso sí que me sorprendió, y todavía me sorprende, porque cuando el arte y la cultura se ligan a la política, siempre es una fachada. Y el museo de Mar del Plata es de verdad.
—De acuerdo, pero Jorge Telerman, aparte de un éxito, tiene ahora también un problema: es difícil de igualar la masividad de “Ola pop en el mar”.
—Comenzó con una buena idea. Yo había trabajado con Telerman en el Gobierno de la Ciudad, en la parte comunicación visual de vía pública, y él me llamó por teléfono para comentarme que inauguraba el museo y no sabía bien qué hacer. Además, tenía bajo presupuesto. Entonces, yo le dije que presentara el edificio del museo, porque en sí mismo era extraordinario.
—¿Ya lo conocías?
—Sí, por fotos. A mí me parecía que era preferible eso, presentar el edificio vacío, que llenarlo de cositas que le iban a restar importancia a un proyecto de esa magnitud. Y le dije que después organizara una muestra espectacular, que podía ser sobre arte pop, porque estaba de nuevo en bandeja de plata en el mundo. Es que el pop sigue vivo porque no hay otro lenguaje que lo haya matado.
—Pero es una vanguardia que tiene medio siglo.
—Sí, pero las vanguardias son importantes transitoriamente, sólo trazan un camino, y nadie sabe cuánto tiempo van a durar. Si no aparece otra vanguardia que la reemplace, entonces sigue en vigencia. Es lo que pasa con el pop. Las condiciones actuales del mundo están dadas para que la gente desee un arte amable como el pop. Aparte, venimos de un largo período de destrucción de las formas artísticas.
—Eso ha sido, en gran medida, la vanguardia.
—Sin embargo, yo pienso que la vanguardia ahora consiste en construir sobre lo que está roto, porque no podemos continuar destruyendo sin poner algo a cambio. Es cierto que la vanguardia ha dejado poco en pie, pero el pop tiene otra mirada. Por eso tiene tanto éxito. Para mí, ser vanguardista en nuestra época es dejar de romper y dar una respuesta afirmativa. El sentido de romper es colocar algo de mayor valor que eso que rompí, si no soy un estúpido. La actitud destructiva de la vanguardia no puede prolongarse para siempre. Hay que empezar a reemplazar las piezas que se han roto.
—Muy bien, ¿pero de qué manera?
—De la manera más creativa posible: no hay fórmulas. Era genial Romero Brest, porque él decía que se equivocaban aquellos que pensaban que las vanguardias invalidaban todo el arte y a los grandes maestros. No es así. La vanguardia se transita y no tiene otro valor ni otro sentido. Si uno observa la historia del arte, no puede dejar de ver que se trata de un mismo camino. No hay vanguardia sin el arte anterior a ella, que la ha hecho posible.
—¿Cómo fue que Telerman se decidió por una muestra pop?
—Telerman es inteligente, y yo he hablado mucho con él. Es un admirador de la gestión de Guido Di Tella en el Instituto, que nunca fue tomada por la gente como una cosa amable, dicho sea de paso. En la época del Di Tella, la gente no apreció lo que se le daba, porque toda la cultura que se venía haciendo estaba en contra. La verdad es que Guido, que era un empresario joven, tuvo que aguantarse una mala onda negativísima respecto de dónde estaba poniendo el dinero. Afortunadamente, él tenía un gran respeto por Romero Brest.
—¿Confiaba en Romero Brest?
—Completamente. Y no sólo él sino también su madre. Así se llevó adelante el Di Tella, sin consenso, en medio de la dictadura de Onganía. Medio siglo después, se sigue hablando del Di Tella como un hito cultural. Por eso, no es a través del consenso que se logran grandes cosas. Como decía Oscar Wilde: “Cuando todo el mundo está de acuerdo conmigo, pienso en qué me equivoqué”. La Argentina no es un país generoso con respecto al arte con mayúscula. No nos olvidemos de Piazzolla que, mientras lo consagraban en el mundo, acá se discutía qué música hacía. No nos olvidemos de Borges, un genio absoluto, que trabajaba en una biblioteca municipal. Pero es cierto lo que decía, creo, Tolstoi: “Hay que respetar a los estúpidos, porque son mayoría”.
—Sin embargo, “Ola pop en el mar” es un éxito.
—Sí, pero nadie sabía cuál sería la suerte de la muestra. Fue una apuesta de Telerman. Yo estuve en la inauguración, y era una cosa increíble. No dejaban entrar a todos porque iban a romper el museo. La gente entraba por tandas. Creo que todavía es así. Ha sido como un premio porque la muestra dio muchísimo trabajo. Estuve hasta las tres de la mañana del mismo día de la inauguración colgando los aviones que están alrededor de la gigantografía de Moria. Era muy complicado porque había que colgar los aviones a doce metros de altura, y cada avión pesa 250 kilos. Así que tuvimos que llamar a la gente de Fuerza Bruta, que están acostumbrados a colgar cosas de las alturas. Hubo que trabajar con especialistas en cada rubro. Con el lobo de alfajores de Marta (Minujín) fue menos complicado porque había premura con llegar a tiempo, pero no era técnicamente difícil de resolver.
—¿Tu obra y la de Marta Minujín son las dos únicas concebidas exclusivamente para la muestra?
—Las dos únicas pensadas para el lugar y las dos únicas que quedaron como emblemáticas de la exposición. La gente no podía creer que estaba mirando una Moria Casán de diez metros de altura. Ni la misma Moria, que estuvo en la inauguración, lo podía creer. La primera planta del museo llega a la cintura de Moria. La gente lo festejó bastante. En el caso de Marta, pienso que eligió dos iconos bien marplatenses: los alfajores y los lobos marinos de Fioravanti. En mi caso, elegí a Moria porque es un personaje que todo el tiempo está en Mar del Plata.
—De todas maneras, hay un antecedente en tu obra de Moria.
—Sí, de 1980, durante la dictadura militar. Era mi primera retrospectiva en el Museo de Arte Moderno y pinté a Moria, era body-art, en el Tabarís. Me acuerdo que caminábamos por la calle y que Moria me decía que ella no creía que me dejaran publicar la obra, porque ella estaba, a salvedad de un triangulito mínimo, totalmente desnuda. La idea era promocionar en una revista mi exposición con Moria pintada. La gente adora a Moria. Creo que haberla elegido para la muestra de Mar del Plata fue algo que la gente entendió de inmediato, al vuelo. Moria es un personaje popular y en ese sentido es material para el pop, pero además ella tiene algo provocador y perturbador que me parece interesante para provocar y perturbar.