CULTURA
en el palais de glace

El viejo arte del fotoperiodismo

Con una cuidada selección a cargo de un jurado de excelencia, se exhibe la 24ª Muestra Anual de Fotoperiodismo Argentino, con más de 250 imágenes que funcionan como muestrario de los hechos esenciales del último año. Imperdible.

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La apertura de la 24ª edición de la Muestra de la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (Argra) parece poner las cosas al límite. No sólo por la participación de más de 250 imágenes que conforman un recorrido inusual de lo que estuvo pasando durante 2012, con esa concepción sobre el tiempo y la noticia que sólo los reporteros gráficos pueden dar y que en esta ocasión queda de manifiesto cuando ellos seleccionan. No se trata únicamente de las fotografías sobre la actualidad, la política, el espectáculo, la cultura, la economía y tantas secciones como tengan y se llamen en cada periódico, sino también de la discusión sobre el quehacer mismo. Se discute, propositivamente, el cualquierismo al que habilitan los teléfonos celulares y el uso extendido de las cámaras digitales. Si el oficio está amenazada por éstas y otras razones que salen de los propios medios (cierre de diarios, despidos), la muestra de Argra confirma lo contrario. La muestra exhibe lo que los fotoperiodistas hacen, seleccionan y enseñan, y ratifica una práctica que, pareciera, resulta anacrónica. El fotoperiodismo tiene la marca registrada del siglo XX y, en un punto, conserva sus formas. Con algo de aventurero, comprometido, el fotógrafo se vuelve artista. En ese punto, las imágenes funcionan de otro modo. Mejor dicho, conectan dos mundos: el del reflejo de la realidad, con su impronta de verdad, y el del arte, alejado de tener que rendir esas cuentas y más conectado con los múltiples conceptos de belleza que maneja, según cada época. Las caras de los políticos, Susana Trimarco, los hierros retorcidos y los cuerpos atrapados en el tren, el Capitán América orinando, el hombre con el agua a la cintura, entre otros, pierden su denotación, o al menos la suspenden, para connotar. Para entrelazarse, signos con signos de una cultura. El jurado que las eligió entre 2.700 –conformado por Emiliano Lasalvia, José Luis Perrino, Natacha Pisarenko, Eduardo Grossman y Alejandro Guerrero– tuvo mucho que ver con esto al momento de “quitarlas” del continuum de la noticia y ponerlas a “salvo” por un rato. No hay nada más ficcional y a la vez más verdadero que la biografía de Robert Capa. Empezando por su nombre: un seudónimo del húngaro Endré Ernö Friedman y también de Gerda Taro, inventado para hacerse pasar por norteamericano y ganar más plata. Por eso, se duda de quién es el autor de algunas de ellas. Sus fotos recorrieron toda la primera mitad siglo XX porque estuvo, como una especie de Zelig, en todas las guerras y en todos los horrores. Pero también en el mundo artístico. Como si de la guerra al arte y la literatura hubiera solo un clic. Murió en Vietnam en 1954, al pisar una mina personal. Coronó su vida como el primer corresponsal “americano” muerto en la Guerra de Indochina. Hizo, en todo caso, honor a su frase: “Si tus fotos no son lo suficientemente buenas, es que no te has acercado lo suficiente”. Las de la muestra de Argra lo son. Pero lo bueno es que, colgadas en el museo, se pueden ver a otra distancia.